A
continuación reproduzco la plegaria que el Beato Juan Pablo II dirigió a la
Inmaculada Concepción ante su imagen de Plaza de España, en Roma, el 8 de
diciembre de 1984. Se trata de un gemido filial a la Madre de Dios por quien se
sabe convencido que cualquier victoria sobre el mal debe implorarse y esperarse
de aquella que aplasta la cabeza de la serpiente infernal.
1. "Pongo enemistad entre ti y
la mujer... ella te aplastará la
cabeza" (Gen 3, 15).
Estas
palabras pronunciadas por el Creador en el jardín del Edén, están presentes en
la liturgia de la fiesta de hoy. Están presentes en la teología de la
Inmaculada Concepción. Con ellas Dios ha abrazado la historia del hombre en la
tierra después del pecado original: "enemistad": lucha entre el bien
y el mal, entre la gracia y el pecado.
Esta
lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los
pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente de toda la humanidad.
Esta
lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión.
La
Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella, sino que te ha enraizado aún
más en ella.
Tú,
Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia. Estás en medio de esta
tensión.
2.
Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España,
conscientes más que nunca de esa lucha y del combate que se desarrolla en las
almas de los hombres, entre la gracia y el pecado, entre la fe y la
indiferencia e incluso el rechazo de Dios.
Somos
conscientes de estas luchas que perturban el mundo contemporáneo. Conscientes
de esta "hostilidad" que desde los orígenes te contrapone al
tentador, a aquel que engaña al hombre desde el principio y es el "padre
de la mentira", el "príncipe de las tinieblas" y, a la vez, el
"príncipe de este mundo" (Jn 12, 31).
Tú,
que "aplastas la cabeza de la serpiente", no permitas que cedamos.
No
permitas que nos dejemos vencer por el mal, sino que haz que nosotros mismos
venzamos al mal con el bien.
3.
Oh, Tú, victoriosa en tu Inmaculada Concepción, victoriosa con la fuerza de
Dios mismo, con la fuerza de la gracia.
Mira
que se inclina ante Ti Dios Padre Eterno.
Mira
que se inclina ante Ti el Hijo, de la misma naturaleza que el Padre, tu Hijo
crucificado y resucitado.
Mira
que te abraza la potencia del Altísimo: el Espíritu Santo, el Autor de la
Santidad.
La
heredad del pecado es extraña a Ti.
Eres
"llena de gracia".
Se
abre en Ti el reino de Dios mismo.
Se
abre en Ti el nuevo porvenir del hombre, del hombre redimido, liberado del
pecado.
Que
este porvenir penetre, como la luz del Adviento, las tinieblas que se extienden
sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las consciencias.
¡Oh
Inmaculada!
"Madre
que nos conoces, permanece con tus hijos".
Amén.
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