In conspectu angelorum
psallam tibi.
En presencia de los ángeles cantaré para ti, Señor. Este fue siempre el deseo
que animó el trabajo y la vida del Cardenal Domenico Bartolucci, eminente
músico y fiel amante del decoro litúrgico. Al cumplirse un mes de su
fallecimiento, a modo de humilde homenaje, recojo una selección de textos
tomados de diversas entrevistas que concedió en sus últimos años, luego de su
nombramiento como Cardenal por el Papa Benedicto XVI.
“Los Padres del Concilio no tenían
ninguna intención de cambiar la liturgia, y por lo tanto tampoco tuvieron
intención de cambiar la música sacra en su relación con ella. El Papa Pío XII
había comenzado la reforma de la Semana Santa, pero en la Mediator Dei había
expresado también indicaciones claras y se presentaban los principios para una
comprensión auténtica de la liturgia, los cuales lamentablemente no fueron
tenidos en cuenta más adelante. Además, conociendo a Juan XXIII, estoy seguro
de que no habría permitido todos los cambios que han empobrecido extremadamente
la vida litúrgica de la Iglesia”.
“Una lectura coherente del documento
sobre la liturgia pone de manifiesto que, en la práctica, lo que se hizo no
correspondía a los deseos de los Padres. Hubo una gran banalización de nuestra
adoración, que fue alentada por una manera pragmática e incompleta de
interpretar la Sacrosanctum Concilium”.
“El lugar de la música en la liturgia
antigua era muy grande, y nuestro papel no era para divertir a los fieles, sino
un verdadero ministerio litúrgico”.
“yo diría que todos los cambios que se
produjeron, y que a mi juicio son negativos, se determinaron por el trabajo de
aplicación de los documentos conciliares. Esto fue hecho por una comisión (el
Consilium ad exsequendam constitutionem de sacra Liturgia), que no cumplieron
con papel, y en la que trabajaron personas que querían imponer sus propias
ideas, distanciándose de las ideas oficiales de los documentos. La forma en que
esta comisión trabajó ha sido analizada en un estudio muy preciso por Nicola
Giampietro, OFM Cap., basándose en los diarios del cardenal Ferdinando
Antonelli, que analizó la evolución de la reforma litúrgica 1948-1970. Esta
contribución académica ha puesto mucha luz sobre las acciones de las
comisiones, sobre la pobre formación de sus miembros, y la falta de
profesionalidad con que se desmanteló el patrimonio litúrgico que la Iglesia
siempre había celosamente guardado en su vida litúrgica. Como observaba el
cardenal en sus notas personales: "La ley litúrgica, que hasta que el
Concilio era sagrada, para muchos ya no existe. Todo el mundo se considera
autorizado a hacer lo que le gusta, y muchos de los jóvenes hacen exactamente
eso. [ ... ] En el Consilium hay pocos obispos que tengan una competencia
especial en liturgia, muy pocos son teólogos reales. La deficiencia más grave
en todo el Consilium es la de los teólogos. [ ... ] Estamos en el reino de la
confusión. Lo lamento, porque las consecuencias serán tristes".
Después del Concilio, y después de los
diversos experimentos que por desgracia se permitieron (como si la liturgia de
la Iglesia fuera algo para experimentar, o hacer en un tablero de dibujo), se
produjo una liturgia que era sustancialmente nueva.
Benedicto XVI ama mucho el canto
gregoriano y la polifonía y quiere recuperar el uso del latín. Entiende que sin
el latín el repertorio del pasado está destinado a ser archivado. Es necesario
tornar a una liturgia que de espacio a la música, al gusto de lo bello, y
también al verdadero arte sagrado.
“Hay contextos en donde se requiere una
Schola Cantorum o en cualquier caso un coro que pueda hacer verdadero arte.
Pensemos, por ejemplo, del repertorio del canto Gregoriano que requiere que
verdaderos artistas hagan lo que debería ser, o del gran repertorio polifónico.
En estos casos el pueblo participa en
todo derecho, siendo alimentado y escuchando, pero son los cantores quienes
ponen su profesionalismo y su competencia al servicio de otros. Tristemente, en
estos años de innovación, muchos han pensado que participar significa “hacer
cualquier cosa”.
“Yo no sé si, ¡ay de mí!, han estado en
un funeral: “aleluyas”, aplausos, frases risueñas; uno se pregunta si esta
gente leyó alguna vez el Evangelio. Nuestro Señor mismo lloró sobre Lázaro y su
muerte. Aquí, con este sentimentalismo insípido, no se respeta ni siquiera el
dolor de una madre. Yo les habría mostrado cómo asistía el pueblo a una Misa de
difuntos, con qué compunción y devoción se entonaba aquel magnífico y tremendo
Dies Irae”.
“Mire, defender el rito antiguo no es
ser del pasado sino ser “de siempre”. Vea, se comete un error cuando a la misa
tradicional se la llama “Misa de San Pío V” o “Tridentina”, como si fuese la
Misa de una época particular: es nuestra Misa, la romana, es universal en los
tiempos y en los lugares, una única lengua desde la Oceanía hasta el Ártico”.
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