Solo la oración vence a
Dios, escribió
Tertuliano; y con lógica similar se podría añadir que solo la fe roba el
corazón a Cristo, dejándolo a disposición del creyente: Hágase contigo según
has creído (Mt
8, 13). Por
el contrario, una fe floja y débil ata las manos de la omnipotencia divina: Y
no hizo allí muchos milagros por su incredulidad (Mt 14, 58). Quizá el asalto más
audaz de la fe recogido en el evangelio sea el del buen ladrón. Dimas, como lo
llama la tradición, veía con los ojos de la fe exactamente lo contrario a lo
que veía con los ojos de la carne. En efecto, con los ojos del cuerpo veía
morir un ajusticiado abandonado de todos, pero con los ojos de la fe
contemplaba un Rey victorioso a punto de tomar posesión de su reino inmortal.
Con esta fe robó a Cristo no solo el corazón, sino también el paraíso. En uno
de sus sermones San Agustín nos ha dejado un bellísimo comentario al respecto,
contraponiendo la fe del buen ladrón a la incredulidad de los discípulos de
Emaús.
* * *
«Quizás alguno de vosotros desconoce lo apuntado acerca del ladrón al no haber escuchado la pasión según todos los evangelistas. El evangelista Lucas es quien ha narrado lo que estoy diciendo. Que al lado del Señor fueron crucificados dos ladrones, lo dijo también Mateo (cf. Mt 27, 38); pero éste no dijo que uno de ellos insultó al Señor, mientras que el otro creyó en él. Esto lo dijo Lucas. Hagamos memoria de la fe del ladrón, fe que Cristo no encontró en sus discípulos después de la resurrección.
Colgaba Cristo de la cruz,
y colgaba también el ladrón. Cristo en el medio, ellos a un lado cada uno. Uno
lo insulta, el otro cree, y hace de juez el que está en el medio. El que lo
insultaba dijo: Si eres Hijo de Dios, libérate. Y el otro le replica: ¿No temes
a Dios? Nosotros sufrimos justamente, a causa de nuestras acciones; pero él,
¿qué hizo? Y dirigiéndose a Jesús: Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu
reino (Lc 23,
39-43).
Grande es esta fe; ignoro qué pueda añadírsele todavía. Dudaron quienes vieron
a Cristo resucitando muertos y creyó él en quien veía que colgaba del madero a
su lado. Precisamente cuando aquéllos dudaron, creyó él. ¡Qué fruto recogió
Cristo de un árbol seco! ¿Qué dijo el Señor? Escuchémoslo: En verdad te digo:
Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43). Tú lo retrasas, pero yo te reconozco. ¡Cuándo
iba a esperar el ladrón pasar del atraco al juez, del juez a la cruz, y de la
cruz al paraíso! De esta manera, considerando lo que merecía, no dijo:
«Acuérdate de mí y líbrame hoy mismo»; sino: «Cuando llegues a tu reino,
entonces acuérdate de mí; si merezco tormentos, que duren, lo más, hasta que
llegues a tu reino». Y Jesús: «No sea así; has asaltado el reino de los cielos,
hiciste violencia, creíste, lo arrebataste. Hoy estarás conmigo en el paraíso.
No te hago esperar; hoy mismo pago lo merecido a fe tan grande». El ladrón
dice: Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. No sólo creía que iba a
resucitar, sino hasta que iba a reinar. A un hombre colgado, crucificado,
ensangrentado y pegado al madero le dice: Cuando llegues a tu reino. Y aquellos
discípulos, en cambio: Nosotros esperábamos... (Lc 24, 21). Donde el ladrón encontró
la fe, allí la perdió el discípulo» (San Agustín, Sermón 232, 6).
Fuente: augustinus.it
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