jueves, 12 de julio de 2018

¿ECUMENISMO Y/O PROSELITISMO?


Las recientes declaraciones del Papa Francisco («Hay que elegir: o eres ecuménico o eres un proselitista») en el vuelo de regreso a Roma, luego de su visita al Consejo Mundial de iglesias en Ginebra (ver aquí), me trajo a la memoria un artículo del padre Giovanni Scalese, publicado meses atrás en su blog Antiquo robore, precisamente sobre el tema del proselitismo. La desmesura con que el Papa ha fustigado en varias ocasiones este concepto; la extraña metamorfosis operada en su significación durante las últimas décadas; el hecho de que haya pertenecido durante siglos al vocabulario común cristiano y servido para designar la misión apostólica del seguidor de Cristo, ameritaban una reflexión lúcida y ponderada sobre el tema. Es lo que hace, a mi parecer, el padre Scalese en el artículo aludido, cuya traducción española presentamos a continuación.

 A propósito de proselitismo
Por Giovanni Scalese

E
l domingo pasado, fiesta del Bautismo del Señor, el Papa Francisco, durante el Ángelus, ha vuelto sobre el tema del proselitismo. Después de citar algunos versículos de la primera lectura del día (el «primer canto del Siervo del Señor») –«No gritará, ni alzará la voz ... no quebrará la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue; proclamará el derecho con fidelidad» (Is 42, 2-3)– el Santo Padre ha continuado:
Este es el estilo de Jesús, y también el estilo misionero de los discípulos de Cristo: anunciar el Evangelio con mansedumbre y firmeza, sin gritar, sin regañar a nadie, pero con suavidad y firmeza, sin arrogancia o imposición. La verdadera misión nunca es proselitismo, sino atracción a Cristo. ¿Pero cómo? ¿Cómo se hace esta atracción a Cristo? Con el propio testimonio, a partir de una unión fuerte con Él en la oración, en la adoración y en la caridad concreta, que es servicio a Jesús presente en el más pequeño de nuestros hermanos. A imitación de Jesús, pastor bueno y misericordioso, y animados por su gracia, estamos llamados a hacer de nuestra vida un testimonio alegre que ilumina el camino, que trae esperanza y amor.

Se trata de un tema recurrente en la predicación del Papa Bergoglio. Causó mucho revuelo cuando tocó el tema por primera vez, en una entrevista concedida a Eugenio Scalfari el 1 de octubre de 2013 en la República. En esa ocasión dijo:
El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Es necesario conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos circunda. Me sucede que después de una reunión quiero hacer otra porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades. Esto es importante: conocerse, escucharse, ampliar el círculo de pensamientos. El mundo está surcado por caminos que acercan y alejan, pero lo importante es que conduzcan al Bien.

Y un poco más adelante, añadía a propósito de la actividad misionera de la Iglesia: Nuestras misiones tienen esta finalidad: identificar las necesidades materiales y espirituales de las personas e intentar satisfacerlas lo más que podamos. ¿Usted sabe qué cosa es el «ágape»? ... Es amor por los otros, como nuestro Señor lo ha predicado. No es proselitismo, es amor. Amor por el prójimo, levadura que sirve al bien común.

Después de esa entrevista, el Papa Francisco ha vuelto varias veces sobre el tema. Entre las numerosas intervenciones que se podrían citar, me limitaré a recordar la entrevista concedida a Ulf Jonsson con motivo del viaje apostólico a Suecia (La Civiltà Cattolica, n. 3994, 26 de noviembre de 2016). En esa entrevista, el Pontífice utilizó expresiones particularmente fuertes (y tal vez un tanto exageradas):
Un criterio deberíamos tener en todo caso muy claro: hacer proselitismo en el campo eclesial es un pecado. Benedicto XVI nos ha dicho que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción. El proselitismo es una actitud pecaminosa. Sería como transformar la Iglesia en una organización.

La afirmación de Benedicto XVI a la que alude el Papa Bergoglio en la entrevista (una alusión que se ha hecho ya habitual cada vez que habla de proselitismo), se encuentra en la homilía de la Misa de apertura de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano (Aparecida, 13 de mayo 2007):
La Iglesia no hace proselitismo. Ella se desarrolla más bien  por «atracción»: como Cristo «atrae todo hacia sí» con la fuerza de su amor, que culmina en el sacrificio de la Cruz, así también la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo, cumple toda su obra en conformidad espiritual y concreta con la caridad de su Señor.

Hablar de «atracción», a propósito de la actividad evangelizadora de la Iglesia, no era por tanto una novedad: ya en 1991, en la carta pastoral «¡Levántate y ve a Nínive, la gran ciudad!», el Cardenal Carlos María Martini había enumerado seis modos de evangelizar: por proclamación, por convocación, por atracción, por irradiación, por contagio, como fermento.

Se podría decir que se trata de un dato ya definitivamente adquirido: la Iglesia no hace –y no debe hacer– proselitismo; la Iglesia está llamada a evangelizar, pero no a hacer proselitismo (pero alguien, a mi modo de ver, debería tarde o temprano tomarse la molestia de explicar cuidadosamente la diferencia entre evangelización y proselitismo). Sin embargo, hasta hace no muchos años, era normal entre los católicos hablar de proselitismo como uno de los deberes fundamentales de la Iglesia y de cada cristiano. Por poner solo un ejemplo, pensemos en la obra maestra de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, publicado por primera vez en 1934. Pues bien, uno de sus 46 capítulos, precisamente el trigésimo octavo, está dedicado justo al «Proselitismo» (nn. 790–812). Mencionaré aquí solo dos puntos muy breves:
793. Proselitismo. –Es la señal cierta del celo verdadero.
809. Proselitismo. –¿Quién no tiene hambre de perpetuar su apostolado?

Como se puede ver, una perspectiva diametralmente opuesta a la de los últimos Pontífices. Tal vez por esta razón, los editores de las obras de Mons. Escrivá han sentido la necesidad de insertar una nota aclaratoria:
Tradicionalmente en la Iglesia —y en este sentido lo usan muchos autores espirituales, entre otros, san Josemaría— se ha empleado el término «proselitismo» como sinónimo de apostolado o evangelización: labor que se caracteriza, entre otras cosas, por un completo respeto de la libertad, que aleja de la acepción negativa que este vocablo ha tomado en los últimos años del siglo XX. En el surco de esa tradición, san Josemaría utiliza aquí la palabra «proselitismo» con el significado de propuesta o invitación hecha a compañeros y amigos a compartir la llamada de Jesucristo.

Nota cuando menos oportuna, conveniente para disipar el equívoco lingüístico en el que se basa la polémica contra el proselitismo, tan de moda en la Iglesia de nuestros días.

Intentemos aclarar los términos de la cuestión. ¿Qué cosa es el proselitismo? El diccionario on line de Treccani da la siguiente definición:
La tendencia a hacer prosélitos, y la actividad llevada a cabo para buscarlos y formarlos: p. de una religión, de un partido, o de seguidores de una religión, de un partido, de una idea.
Como se puede ver, el término, en italiano, no tiene en sí ningún significado peyorativo; se usa preferentemente en el ámbito religioso y político, campos en los que la tendencia a hacer prosélitos resulta absolutamente normal. En inglés, donde también existe un verbo proselytize (= «hacer prosélitos», «hacer proselitismo»), los diccionarios registran también un uso peyorativo (disapproving) del término.

¿Qué cosa es un prosélito? Nuevamente tomamos del mencionado diccionario de Treccani la siguiente explicación:
En la antigua religión hebrea, quien se convertía del paganismo al judaísmo (el término originalmente indicaba al extranjero residente en el territorio de Israel). Luego, por extensión, al nuevo seguidor de una religión, de una idea, de un partido, de una corriente literaria, artística y sim.; buscar, hacer, encontrar, conquistar prosélitos.

Es conocido, en los Hechos de los Apóstoles, el relato de Pentecostés, en el que encontramos un elenco de los presentes en Jerusalén con motivo de la fiesta:
Partos, Medos, Elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y del Asia, de la Frigia y Panfilia, del Egipto y de las partes de Libia cerca de Cirene, romanos residentes, Judíos y prosélitos, Cretenses y Árabes, y los oímos hablar en nuestras lenguas de las grandes obras de Dios (2, 9-11).

En los Hechos de los Apóstoles el término «prosélitos» sirve en general para indicar a los no-judíos que se habían incorporado al pueblo elegido no solamente por la observancia de la ley, sino también por la aceptación de la circuncisión (solo por dar un ejemplo: Nicolás, uno de los siete, era un prosélito –6, 5). De éstos hay que distinguir los «temerosos de Dios» (10, 2) o «los creyentes en Dios» (literalmente, «adoradores [de Dios]»  –13, 50; 16, 14; 17, 4, 17; 18, 7), quienes, a pesar de convertirse al judaísmo, a diferencia de los prosélitos no habían llegado finalmente a la circuncisión (entre los temerosos de Dios debe contarse el centurión Cornelio).

La palabra griega προσήλυτος (derivado de προς, «hacia», y de ρχομαι, «venir») originalmente significaba «advenedizo», «extranjero»; luego pasó a significar «convertido» (al judaísmo). Los cristianos retomaron el término para indicar a todos los que se adherían a su fe; sucesivamente se utilizó para referirse a los nuevos seguidores de cada religión, para pasar finalmente a significar a cuantos abrazan las ideas de cualquier doctrina o partido.

Como decía la nota clarificadora presente en Camino, la palabra «proselitismo» ha sido utilizada por los cristianos durante siglos sin problemas, incluso con un significado positivo. Hacer prosélitos era considerado un deber, que tenía su fundamento en lo que a veces se llama el «gran mandato» (Great Commission) de Jesús resucitado a los apóstoles al final del Evangelio de Mateo: Euntes docete omnes gentes (28, 19). Es interesante notar que mientras en la traducción anterior de la CEI (1974) se leía: «Id y enseñad a todas las naciones ...», en la nueva traducción (2008) se lee: «Id y haced discípulos a todos los pueblos ...». En efecto, el verbo griego μαθητεύω (derivado de μαθητής , «discípulo»), que se traduce generalmente como «instruir», «amaestrar» (en la Vulgata se ha traducido precisamente con docete), tiene como significado primario «hacer discípulos». ¿Alguien puede decirme la diferencia entre «hacer discípulos» y ... «hacer prosélitos»?

En tiempos recientes el término «proselitismo» ha adquirido progresivamente un sentido peyorativo. Hay que decir que una connotación algo negativa se encuentra ya en el Nuevo Testamento, en el contexto de la controversia de Jesús con los fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito, y luego de hecho, le hacéis digno de la gehenna dos veces más que vosotros» (Mt 23, 15). El fenómeno de la desaprobación actual del proselitismo parece sin embargo haber surgido en el contexto de las relaciones ecuménicas entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas. En el encuentro del 7 de diciembre de 1987, el Papa Juan Pablo II y el Patriarca de Constantinopla Dimitrios I afirmaron en una común declaración: «Rechazamos toda forma de proselitismo, cualquier actitud que sea o pueda ser considerada como una falta de respeto». En 1993, la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, durante su séptima sesión plenaria en Balamand (Líbano) en los días 17 al 24 de junio sobre el tema «El uniatismo, método de unión del pasado, y la presente búsqueda de la plena comunión», publicó un documento (generalmente conocido como Declaración de Balamand), en el cual la Iglesia Católica se comprometía a no hacer más proselitismo entre los Ortodoxos (nn. 22 y 35). Son conocidas las acusaciones de proselitismo hechas por la Iglesia Ortodoxa Rusa a la Iglesia Católica, especialmente después de la caída del comunismo y el establecimiento de algunas circunscripciones eclesiásticos católicas en el territorio canónico del patriarcado de Moscú (2002).

Obviamente el rechazo del proselitismo no es solo un fenómeno cristiano; también se ha difundido entre otras religiones. Por ejemplo, en los países islámicos, incluso cuando la Constitución reconoce el derecho a la libertad religiosa, generalmente la ley prohíbe a las otras religiones ejercitar cualquier forma de proselitismo, y la conversión de un musulmán a otra religión («apostasía») es considerada un crimen susceptible incluso de la pena de muerte. En la India, un país desde siempre multi-religioso y con una tradición secular de tolerancia, en los últimos años se han aprobado, por parte de algunos estados, leyes anti-conversión con intención de impedir el paso de los hindúes al cristianismo.

Personalmente encuentro bastante extraño proclamar la libertad religiosa y luego prohibir el proselitismo. Me parece que uno de los elementos esenciales de la libertad religiosa es el derecho, para cada credo, de buscar nuevos adeptos; la libertad religiosa no se puede reducir al ejercicio del culto. La Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) afirma al respecto:
Todo individuo tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; tal derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de credo, y la libertad de manifestar, aisladamente o en común, ya sea en público como en privado, la propia religión o creencia en la enseñanza, en las acciones, en el culto y en la observancia de los ritos (art. 18).

Obviamente también la libertad religiosa, como cualquier otro derecho, está sujeta a ciertas limitaciones. La Convención internacional de derechos civiles y políticos (adoptada en 1966 y entrada en vigor en 1976) menciona las únicas restricciones admisibles:
La libertad de manifestar la propia religión o credo puede estar sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la ley y necesarias para proteger la seguridad, el orden y la salud pública, la moral o los derechos fundamentales y la libertad de los demás (art. 18, § 3).

A estas limitaciones se pueden añadir las condiciones previstas por el Concilio Vaticano II:
A la hora de difundir la fe religiosa e introducir costumbres, se debe evitar siempre cualquier forma de proceder en la que existan presiones coercitivas y apremios deshonestos o menos rectos, especialmente hacia personas inmaduras o necesitadas. Tal forma de actuar debe considerarse como un abuso del propio derecho y como una lesión del derecho (Dignitatis humanae n. 4).

Por tanto, el proselitismo cae dentro de los derechos naturales del hombre, que de ningún modo puede ser impedido por la autoridad civil o religiosa. El problema, en todo caso, se refiere a la modalidad de su ejercicio: se puede hacer proselitismo de maneras muy diversas. En este sentido, podemos hacer nuestra con toda tranquilidad las seis modalidades propuestas por el Card. Martini (por proclamación, por convocación, por atracción, por irradiación, por contagio y a modo de fermento) y rechazar cualquier forma de coacción, ya sea física o moral. Y también debemos guardar las observaciones hechas por el Papa Francisco el domingo pasado sobre el «estilo de Jesús».

Por lo demás, en una sociedad democrática, como pretende ser ésta en la que vivimos, nadie soñaría con impedir la propaganda política o la publicidad en el ámbito comercial; la libre competencia es uno de los principios fundamentales sobre los que se basa el sistema económico actual. No se ve por qué motivo solo en el campo religioso debería regir un sistema diverso, en el que no sería lícito promover libremente el propio credo y tratar de convencer a otros para que lo sigan. Obviamente, al igual que en el campo político, económico y comercial se exige corrección y se aboga por la adopción de un código ético, con mayor razón en el ámbito religioso debe esperarse que se respeten las normas de la moral y las reglas básicas de la convivencia civil.
A estos criterios de comportamiento se podría añadir una especial consideración a los hermanos separados, a fin de que no se viole el derecho de cada Iglesia a presentarse a sí misma sin complejos (y sin ningún desdoro en relación con las demás Iglesias) y el derecho de todo fiel de adherirse libremente.

Para concluir, creo que puede ser útil establecer algunos puntos:

1. El concepto de «proselitismo» no tiene nada de negativo y reprensible en sí mismo: hacer prosélitos cae entre los legítimos derechos de cualquier religión. Para la Iglesia, además de ser un derecho, es también, y sobre todo, un deber.

2. Lo que puede ser objeto de crítica son eventualmente los modos de ejercitar el proselitismo, cuando este se lleva a cabo con métodos que no respetan la dignidad humana. El hecho de que en algún caso incluso la Iglesia haya podido recurrir a métodos cuestionables de proselitismo no justifica el repudio del proselitismo qua talis (en cuanto tal).

3. Afirmar –como lo hizo Benedicto XVI en Aparecida y como el Papa Francisco no deja de repetir– que «la Iglesia no hace proselitismo. Ella se desarrolla sobre todo por “atracción”» no es lógicamente correcto, porque se oponen dos conceptos («proselitismo» y «por atracción») que no se excluyen mutuamente (también puede darse y es deseable, un proselitismo «por atracción»). Tal oposición podría darse si acaso entre los modos de hacer proselitismo («por atracción» o «por coacción»).

4. Se podría despachar la controversia como una simple quaestio de nominibus (cuestión de nombres), similar a muchas otras en el pasado, sin ninguna incidencia efectiva en la realidad. Hay que reconocer que a menudo bastaría ponerse de acuerdo sobre el significado de las palabras que se usan, y muchas controversias dejarían de existir. Pero la experiencia de estos años nos ha enseñado que los cambios en el léxico son a menudo la envoltura externa de transformaciones ideológicas mucho más radicales. Consideremos, por ejemplo, la imposición del llamado «lenguaje inclusivo» en el mundo anglosajón (gracias al Cielo, se nos ha ahorrado en parte esta polémica), por medio del cual se ha hecho pasar imperceptiblemente la ideología del gender (del género). Todos sabemos cómo cierto lenguaje «políticamente correcto» refleja determinadas visiones ideológicas de la realidad. En el ámbito eclesial, ha habido alguien (Plinio Corrêa de Oliveira) que ha puesto en evidencia el papel del «traslado ideológico inadvertido» realizado a través de algunas «palabras talismánicas» con vistas a un cambio radical de mentalidad. Pues bien, no excluiría para nada que también en el caso del «proselitismo» se haya operado una gradual variación de significado para alcanzar un objetivo ideológico definido; se ha partido de un deterioro semántico del término «proselitismo» (desde «señal de auténtico celo» a «tonterías», e incluso ahora a «pecado») para luego pasar a culpabilizar a quienes lo practican, y llegar finalmente a inhibir cualquier actividad evangelizadora de la Iglesia. Ciertamente no es esta la intención de los últimos Papas, pero quizá una mayor conciencia de ciertos mecanismos ocultos y una pizca más de cautela en hacer ciertas afirmaciones no vendría mal.
Texto original: Querculanus

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