El Oficio de lecturas del tercer domingo de adviento nos ofrece parte de un espléndido sermón de San Agustín, en que se señala cómo la humildad de Juan, voz que anuncia la aparición pública del Verbo
hecho carne, fue esencial para cumplir su misión y preparar los corazones a recibir al Salvador. Sin
esa profunda humildad toda su labor hubiera terminado en la más penosa
esterilidad; solo el camino de la humildad nos conduce derechamente al encuentro del Mesías.
Dice el Santo doctor:
Dice el Santo doctor:
“...Y
precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a
Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se
reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni
Elías, ni el Profeta.
Y
cuando le preguntaron: ¿Quién eres? respondió: Yo soy la voz que grita en el
desierto: ¡Allanad el camino del Señor! La voz que grita en el desierto, la voz
que rompe el silencio. Allanad el camino del Señor, como si dijera: «Yo resueno
para introducir la palabra en el corazón; pero ésta no se dignará venir a donde
yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino».
¿Qué
quiere decir: Allanad el camino, sino: «Suplicad debidamente»? ¿Qué significa:
Allanad el camino, sino: «Pensad con humildad»? Aprended del mismo Juan un
ejemplo de humildad. Le tienen por el Mesías, y niega serlo; no se le ocurre
emplear el error ajeno en beneficio propio.
Si
hubiera dicho: «Yo soy el Mesías», ¿cómo no lo hubieran creído con la mayor
facilidad, si ya le tenían por tal antes de haberlo dicho? Pero no lo dijo: se
reconoció a sí mismo, no permitió que lo confundieran, se humilló a sí mismo.
Comprendió
dónde tenía su salvación; comprendió que no era más que una antorcha, y temió
que el viento de la soberbia la pudiese apagar”. (De los sermones de san Agustín; sermón 293, 3)
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