«Salió Jesús coronado de espinas y revestido del manto de púrpura (Jn 19, 5). Mira, alma mía, a tu Salvador puesto en el balcón maniatado y sujeto a los caprichos de un verdugo. Míralo cómo está casi desnudo, bañado en sangre, cubierto de llagas, con las carnes laceradas, y con aquel pedazo de púrpura, que únicamente le sirve de ludibrio, y con la corona de espinas, que prosigue atormentando su cabeza. Mira a qué extremos se ve reducido el pastor por haber querido ir en pos de la oveja descarriada. ¡Amadísimo Jesús mío!, ¡cuántos dolores, afrentas y escarnios os hacen pasar los hombres! Dulcísimo Jesús mío, inspiráis compasión hasta a las mismas bestias; solo en el corazón de los hombres no halláis ni piedad ni compasión para vuestra desventura» (San Alfonso María de Ligorio).
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