«La Cuaresma nos invita a meditar sobre el
sufrimiento.
Jesús nos enseña que el sufrimiento es bueno y que es necesario aceptarlo. Todo nuestro ser se levanta contra él. Y, sin embargo, el sufrimiento está ahí en cada giro del camino.
Sufrimiento de todos nuestro duelos, sufrimiento de nuestros fracasos, sufrimiento físico de nuestras enfermedades, sufrimiento de los abandonos, de las traiciones, sufrimiento de nuestros pecados y de los pecados que nos alcanzan, de las debilidades y de las faltas de los que nos rodean, el sufrimiento, paso a paso, acompaña la vida...
* * *
Nosotros huimos. Corremos tapándonos los oídos y cerrando los ojos para no ver a este austero compañero a nuestro lado. Y, sin embargo, nos hace falta a veces abrir los ojos, y lo volvemos a encontrar en el mismo sitio. Y, en el momento en que menos lo sospechamos, él, paternal, se inclina sobre nosotros y nos abraza.
* * *
Él es el gran educador. Desgraciado el hombre que no ha sufrido; no es ni será nunca más que un niño. Pero más desgraciado todavía el hombre que no aprovecha la lección del sufrimiento.
* * *
Lo que hace profundas a las almas es el sufrimiento. A quienes lo rechazan, él les hace amarga el alma. No rehuyamos el sufrimiento. Cristo lo ha dulcificado con el amor. Nos desprende de la tierra y nos impulsa hacia Dios. Sin él la tierra sería tan atrayente que nos sumergiríamos en los manjares terrestres, y no conoceríamos el sabor incomparable del otro manjar, de que gusta el alma, y que no deja amargor en la boca». (Jacques Leclercq, Siguiendo el año litúrgico, p. 124-126)
No hay comentarios:
Publicar un comentario