El 29 de mayo de 1919, la santa y joven
carmelita chilena Teresa de los Andes comenzaba su retiro de preparación para
la fiesta de Pentecostés. Las primeras notas que recoge en su Diario sobre
aquellos días de silencio, son reflejo de su profunda vida interior y del deseo
que animó cada uno de los pasos de su corta vida: ser toda de Dios.
* * *
«Entré ayer a retiro: N. Señor me dijo que fuera por Él a su Padre. Que lo único que quería en este retiro era que me escondiera y sumergiera en la Divinidad para conocer más a Dios y amarlo, y conocerme más a mí y aborrecerme. Que quería que me dejase guiar por el Espíritu Santo enteramente. Que mi vida debe ser una alabanza continua de amor. Perderme en Dios. Contemplarle siempre sin perderle de vista jamás. Para esto, vivir en un silencio y olvido de todo lo creado, pues Dios, por su naturaleza, siempre vive solo. Todo es silencio, armonía, unidad en Él. Y para vivir en Él, es necesario simplificarse, no tener sino un solo pensamiento y actividad: alabar». (Santa Teresa de los Andes, Diario y Cartas, Ed. Carmelo Teresiano, Santiago de Chile 1993, p.105)
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