Nuevo fragmento del artículo La disciplina litúrgica de don
Enrico Finotti sobre el sentido e importancia de los ornamentos
litúrgicos.
El vestido litúrgico
Fuente: liturgiaculmenetfons.it
Se debe hacer un discurso específico con
relación a la vestimenta litúrgica que recubre el cuerpo de los ministros
sagrados. La normativa litúrgica ordena el uso de los ornamentos de modo
completo y llevarlos de manera digna. No se trata de una mera cuestión
estética, sino de un testimonio necesario de la excelsa dignidad sacerdotal y
de la sublimidad de los misterios a los que el sacerdote debe «servir». Que
esto sea una costumbre de derecho divino lo atestigua con toda evidencia la
Sagrada Escritura, donde Dios mismo estableció el uso, la forma y la calidad de
las vestiduras sagradas que debían vestir el sumo sacerdote Aarón y todos los
demás sacerdotes y levitas del templo. La Iglesia, siguiendo a su Maestro y
Señor, que no vino a abolir, sino a llevar a término la obra de la salvación,
ha seguido utilizando, según las nuevas exigencias de la liturgia cristiana,
los ornamentos sagrados y ha elevado enormemente su belleza y simbología. Sin
embargo, no faltan insidias importantes que amenazan el uso de las vestiduras
sagradas, especialmente si son preciosas y antiguas.
Se trata de un pauperismo que, en nombre de una supuesta ‘pobreza evangélica’, despoja totalmente los ritos de su grandeza y solemnidad, como si la majestad de Dios tuviera que desaparecer y ser sustituida por la desolación de la cruz o, más aún, por una confianza buenista e igualitaria con el Omnipotente en nombre de un recurso banal al Abbá evangélico.
Además, la indigencia de los pobres debería, según esta visión reductiva, restar valor a cualquier manifestación de la gloria divina, que siempre ha constituido la intención primaria de la contemplación adoradora de las realidades celestiales, intrínseca a la liturgia. De aquí que la disciplina ritual mande cuidar los ornamentos sagrados y vestirlos en todas sus partes sin omisiones gratuitas. También el revestirse con ellos debe hacerse en un clima de oración y de piadosa reserva para poder llevarlos con propiedad sagrada durante la celebración de los ritos.
La recuperación de las antiguas oraciones para vestir los ornamentos durante la praeparatio ad Missam podría ayudar no poco a crear una adecuada relación con la vestidura litúrgica. La confección de ornamentos de calidad, su bendición y cuidadosa conservación en la sacristía debe convertirse en una tarea irrenunciable del sacerdote; éste debe ser formado para ejercer personalmente el ostiariado, ministerio que está vinculado a la naturaleza misma del Orden.
Para una completa preparación en esta materia, también es necesario saber evaluar el valor artístico y cultural de los ornamentos antiguos o preciosos, de manera que puedan ser catalogados y eventualmente expuestos en un museo dentro de un ámbito sagrado, para gloria de Dios y honor de su Iglesia. Sostener que tal preparación contrasta con la ‘mentalidad evangélica’, que es un obstáculo para una pastoral pragmática-sociológica y que no interpreta las instancias actuales de las múltiples ‘sensibilidades eclesiales’, sería como afirmar que todo el conjunto del arte y de la cultura de los pueblos debería considerarse insignificante para la sociedad moderna.
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