sábado, 4 de noviembre de 2017

¿YOGA? ¿ZEN? NO GRACIAS, PREFIERO EL ROSARIO Y EL VIA CRUCIS

Una tara característica de la Iglesia postconciliar ha consistido en salir a buscar fuera, como mendiga ingrata, lo que en ella ya se contenía de modo sublime y eminente. Un ejemplo típico de este fenómeno es la extraña afición por las prácticas religiosas asiáticas que se ha difundido en ámbitos católicos. Luminoso al respecto es el siguiente texto del Cardenal Ratzinger:  

«Quisiera mencionar dos de las más ricas y profundas oraciones de la cristiandad, que introducen de un modo siempre nuevo en la corriente de la oración eucarística: el Via Crucis y el Santo Rosario. El que hoy nos entreguemos tan rendidamente a las promesas de las prácticas religiosas asiáticas o aparentemente asiáticas se debe a que las hemos olvidado. El Santo Rosario no exige una conciencia esforzada, cuyas exigencias haga imposible practicarlo con frecuencia, sino introducirse en el ritmo del silencio que nos tranquiliza sin violencia y da un nombre al sosiego: Jesús, el fruto bendito de María. María, que ha escondido la palabra viva en el silencio atesorado en su corazón, es el modelo permanente de la verdadera vida religiosa: la estrella que alumbra incluso el cielo caliginoso y nos indica el camino. ¡Ojalá que ella, la Madre de la Iglesia, nos ayude a cumplir cada vez mejor la suprema misión de la Iglesia: la glorificación del Dios vivo del que viene la salvación de los hombres!» (Joseph Card. Ratzinger, Cooperadores de la Verdad, Ed. Rialp, Madrid 1991, p. 386)

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