A
continuación un extracto de la catequesis de Benedicto XVI sobre el apóstol
Andrés.
«Una
tradición sucesiva, a la que he aludido, narra la muerte de Andrés en Patrás,
donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel
momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz distinta
de la de Jesús. En su caso se trató de una cruz en forma de aspa, es decir, con
los dos maderos cruzados en diagonal, que por eso se llama ‘cruz de san Andrés’.
Según
un relato antiguo —inicios del siglo VI—, titulado ‘Pasión de Andrés’, en esa
ocasión el Apóstol habría pronunciado las siguientes palabras: ‘¡Salve, oh Cruz, inaugurada por medio del
cuerpo de Cristo, que te has convertido en adorno de sus miembros, como si
fueran perlas preciosas! Antes de que el Señor subiera a ti, provocabas un
miedo terreno. Ahora, en cambio, dotada de un amor celestial, te has convertido
en un don. Los creyentes saben cuánta alegría posees, cuántos regalos tienes
preparados. Por tanto, seguro y lleno de alegría, vengo a ti para que también
tú me recibas exultante como discípulo de quien fue colgado de ti... ¡Oh cruz
bienaventurada, que recibiste la majestad y la belleza de los miembros del
Señor!... Tómame y llévame lejos de los hombres y entrégame a mi Maestro para
que a través de ti me reciba quien por medio de ti me redimió. ¡Salve, oh cruz!
Sí, verdaderamente, ¡salve!’.
Como
se puede ver, hay aquí una espiritualidad cristiana muy profunda que, en vez de
considerar la cruz como un instrumento de tortura, la ve como el medio
incomparable para asemejarse plenamente al Redentor, grano de trigo que cayó en
tierra.
Debemos
aprender aquí una lección muy importante: nuestras cruces adquieren valor si
las consideramos y aceptamos como parte de la cruz de Cristo, si las toca el
reflejo de su luz. Sólo gracias a esa cruz también nuestros sufrimientos quedan
ennoblecidos y adquieren su verdadero sentido». (Benedicto XVI, Audiencia
General, Miércoles 14 de junio de 2006)