"Mientras el hombre sepa arrodillarse, nada hay perdido".
(Nicolás Gómez Dávila, Escolios, Tomo II, p. 208)
Hace
11 años, el cardenal Joseph Ratzinger era elegido Papa, sucesor número 264 del
apóstol Pedro, tomando el nombre de Benedicto XVI. Hacia las 18,45 h. de un
hermoso atardecer romano, después de aparecer la "fumata" blanca, el Cardenal chileno Jorge Arturo Medina Estévez, daba el anuncio a Roma y al mundo:
Annuntio vobis gaudium magnum;
habemus Papam:
Eminentissimun ac Reverendissimum Dominum,
Dominum Josephum
Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Ratzinger
qui sibi nomen imposuit Benedicti XVI.
(Os
anuncio con gran gozo;
tenemos
Papa:
El
eminentísimo y reverendísimo Señor,
Señor,
José
Cardenal,
de la Santa Iglesia Romana, Ratzinger,
y que
ha tomado el nombre de Benedicto XVI).
Antes
de la bendición, el nuevo pontífice dirigía estas palabras a una muchedumbre rebosante de alegría:
"Queridos
hermanos y hermanas: Después del gran Papa Juan Pablo II, los cardenales me han
elegido, a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me
consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con
instrumentos insuficientes y sobre todo me confío a vuestras oraciones. En la
alegría del Señor Resucitado, confiados en su ayuda permanente, prosigamos. El
Señor nos ayudará y María, su Madre Santísima, estará a nuestro lado.
Gracias".
Gratias tibi, Benedicte,
gratias tibi.
Gracias Santo Padre por habernos enseñado, una vez más, a arrodillarnos
exclusivamente ante Jesucristo, nuestro Creador y único Salvador. Dios te
bendecirá como a todos sus elegidos: “Muy bien, siervo bueno y fiel… entra en el
gozo de tu Señor” (Mt 25, 21).
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