viernes, 27 de junio de 2014

HORNO DE ARDIENTE CARIDAD

Como homenaje al Corazón Sacratísimo de Jesús cuya fiesta celebra hoy la Iglesia, reproduzco una devota y profunda reflexión del Santo Papa Juan Pablo II a una de las invocaciones de las letanías al Sagrado Corazón: Cor Iesu, fornax ardens caritatis, miserere nobis; Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, ten piedad de nosotros.

“Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad. Durante la oración del Angelus deseamos dirigir, juntamente con la Madre de Dios, nuestros corazones hacia el Corazón de su Hijo Divino. Nos hablan profundamente las invocaciones de estas espléndidas letanías, que rezamos o cantamos sobre todo en el mes de junio. Que la Madre nos ayude a entender mejor los misterios del Corazón de su Hijo.
Horno de caridad. El horno arde. Al arder, quema todo lo material, sea leña u otra sustancia fácilmente combustible. El Corazón de Jesús, el Corazón humano de Jesús, quema con el amor que lo colma. Y este es el amor al Eterno Padre y el amor a los hombres; a las hijas y los hijos adoptivos. El horno, quemando, poco a poco se apaga. El Corazón de Jesús, en cambio, es horno inextinguible. En esto se parece a la zarza ardiente del libro del Éxodo, en la que Dios se reveló a Moisés. Era una zarza que ardía con el fuego, pero... no se consumía (Ex 3,2).
Efectivamente, el amor que arde en el Corazón de Jesús es sobre todo el Espíritu Santo, en el que Dios-Hijo se une eternamente al Padre. El Corazón de Jesús, el Corazón humano del Dios-Hombre, está abrazado por la llama viva del Amor Trinitario, que jamás se extingue.
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad. El horno, mientras arde, ilumina las tinieblas de la noche y calienta los cuerpos de los viandantes ateridos. Hoy queremos rogar a la Madre del Verbo Eterno, para que en el horizonte de la vida de cada uno de nosotros no cese nunca de arder el Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad. Para que Él nos revele el Amor que no se extingue ni se deteriora jamás, el Amor que es eterno. Para que ilumine las tinieblas de la noche terrena y caliente los corazones.
¡Cuánto se alegra la Iglesia por el hecho de que en este Corazón Divino se enciendan de amor los corazones humanos!...
Dándole las gracias por el único amor capaz de transformar el mundo y la vida humana, nos dirigimos con la Virgen Inmaculada, en el momento de la Anunciación, al Corazón Divino que no cesa de ser horno ardiente de caridad. Ardiente: como la zarza que Moisés vio al pie del monte Horeb”. (Angelus, 23 de junio, 1985)

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