lunes, 13 de julio de 2020

LA OSADÍA DE LLAMARLE PADRE

Bartolomé Esteban Murillo. El retorno del hijo pródigo 
Fotografía: wikipedia.org

«Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir (audemus dicere): Padre nuestro...». Con estas palabras introduce la liturgia de la Iglesia el Rito de la Comunión en la Santa Misa. Ante todo, ellas nos sugieren que invocar a Dios con el nombre familiar de Padre es verdaderamente una osadía, una audacia inimaginable sin la previa licencia de su amor e incentivo paternos. Así nos lo recuerda también San Cipriano en su admirable comentario al Pater noster:

¡C
uán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy amados, los misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. Vosotros —dice el Señor— rezad así: «Padre nuestro, que estás en los cielos».

El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. El Verbo vino a su casa —dice el Evangelio— y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en los cielos.

Cuán grande es la benignidad del Señor, cuán abundante la riqueza de su condescendencia y de su bondad para con nosotros, pues ha querido que, cuando nos ponemos en su presencia para orar, lo llamemos con el nombre de Padre y seamos nosotros llamados hijos de Dios, a imitación de Cristo, su Hijo; ninguno de nosotros se hubiera nunca atrevido a pronunciar este nombre en la oración, si él no nos lo hubiese permitido. Por tanto, hermanos muy amados, debemos recordar y saber que, pues llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que él se complazca en nosotros, como nosotros nos complacemos de tenerlo por Padre. (San Cipriano, Tratado sobre el Padrenuestro, c. 9 y 11).



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