«Después de la muerte se sigue el juicio, que se verifica en el primer instante del fallecimiento.
El juez se presenta al alma y ésta ve con claridad meridiana, en un cuadro luminoso, toda su vida, con sus luces y sombras, virtudes y vicios, hasta en sus más infinitos detalles. Ella misma pronuncia el juicio cuya justicia comprende.
¡La primera entrevista con Jesús! ..., ¿será mirada de benevolencia o de reproche, mirada de reprobación o de salvación, sonrisa de Amigo y de Hermano o relámpago de maldición?
¡Oh Jesús!, apenas si me atrevo a pensarlo; dispuesto estoy a hacer cuanto pueda para que en tal momento me sea benigna vuestra primera mirada.
¡Oh, si pensara que hay que dar cuenta de todo y que de este primer momento depende la eternidad! ...
Al morir San Arsenio en el desierto, a la edad de 120 años, temblaba ante el pensamiento del juicio. San Bernardo decía: “Temo el infierno y temo la mirada irritada del Juez”.
¿De qué habrá de valer el mundo, su aprobación y su sonrisa ante lo aterradoramente serio del juicio?
¿Qué importarán en aquel instante alabanzas y menosprecios, los hombres, o la persecución de aquella insignificancia que se llama hombre»? (Jos. Schrijvers, C. SS. R. El Amigo Divino, Ed. Pontificios 1927, p. 80).