jueves, 28 de agosto de 2025

SAN AGUSTÍN ALECCIONADO POR UN NIÑO

San Agustín y el niño junto al mar 
Pedro Pablo Rubens (c. 1637)

Una vieja tradición, avalada por una amplia representación iconográfica, cuenta que San Agustín paseaba un día por la playa mientras reflexionaba sobre el misterio de la Santísima Trinidad. Estando en esas cavilaciones encontró a un niño que había excavado un pequeño hoyo en la arena y trataba de llenarlo con el agua del mar. El niño corría una y otra vez al mar, recogía un poco de agua en una concha marina, y luego regresaba veloz a verter el agua del mar en su pequeño agujero.

Aquello llamó la atención de Agustín, quien lleno de curiosidad preguntó al niño sobre lo que hacía:

–Intento meter toda el agua del océano en este hoyo, le respondió el niño.

–Pero eso es imposible –replicó el santo–; ¿cómo piensas meter toda el agua del océano que es tan inmenso en un hoyo tan pequeñito?

–Más difícil es lo que pretendes tú –contestó el niño– que quieres meter en tu mente limitada el misterio del Dios infinito.

Y en ese instante el ángel desapareció.

 

martes, 26 de agosto de 2025

LAS SENDAS DE LA PENITENCIA SEGÚN EL CRISÓSTOMO

Ícono de San Juan Crisóstomo

«¿Queréis que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el salmista: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.

Éste es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. Porque si perdonáis a los demás sus culpas –dice el Señor–, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.

¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.

También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes —hablo de la limosna—, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

(San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre el Diablo tentador, n. 6. PG 49, 263-264. Officium lectionis; Feria III, Hebd. XXI)


 

domingo, 24 de agosto de 2025

LA PUERTA ESTRECHA


«La liturgia de hoy nos propone unas palabras de Cristo iluminadoras y al mismo tiempo desconcertantes. Durante su última subida a Jerusalén, uno le pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Y Jesús le responde: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (Lc 13, 23-24). ¿Qué significa esta “puerta estrecha”? ¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos?

Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es siempre actual: nos acecha continuamente la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el mensaje de Cristo va precisamente en la dirección opuesta:  todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es “estrecha”. No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es “estrecho” porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo.

Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición, igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Así pues, esta condición para entrar en la vida celestial es única y universal.

En el último día —recuerda también Jesús en el evangelio— no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Los “obradores de iniquidad” serán excluidos y, en cambio, serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse “amigos” de Cristo, jactándose de falsos méritos: “Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas” (Lc 13, 26). La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el “carné de identidad" que nos distingue como sus “amigos” auténticos; es el “pasaporte” que nos permitirá entrar en la vida eterna.

Queridos hermanos y hermanas, si también nosotros queremos pasar por la puerta estrecha, debemos esforzarnos por ser pequeños, es decir, humildes de corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera que, siguiendo a su Hijo, recorrió el camino de la cruz y fue elevada a la gloria del cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la invoca como Ianua caeli, Puerta del cielo. Pidámosle que, en nuestras opciones diarias, nos guíe por el camino que conduce a la “puerta del cielo”».

(Benedicto XVI, Ángelus, Domingo 26 de agosto de 2007).

 

martes, 19 de agosto de 2025

APOLOGÍA DEL LATÍN

Interesante párrafo tomado de un artículo a favor del uso del latín en la vida de los fieles católicos. Para el autor, el olvido de la vieja lengua romana es, en última instancia, una pérdida mayor, una pérdida espiritual. 

Fuente: andrewkelpe.substack.com

«Por eso creo que el declive del latín en la vida católica no es simplemente una cuestión de preferencia o tradición. Es una pérdida espiritual. Sin él, corremos el riesgo de sentirnos demasiado cómodos en nuestra adoración, demasiado seguros de que Dios siempre debe hablarnos en nuestro propio idioma. Nos arriesgamos a perder la humildad y el asombro que conlleva arrodillarse ante un Dios que no se deja domesticar por nuestro discurso».


 

sábado, 9 de agosto de 2025

LEÓN XIV, DE LA MANO DE MARÍA

Al inicio de su reciente libro El Papa León XIV. La historia del nuevo Papa y los retos que deberá afrontar (Ed. Océano 2025), Saverio Gaeta recoge las sentidas palabras que el nuevo pontífice estampó en el libro de firmas del Santuario de la Virgen del Buen Consejo en Genazzano, uno de los «lugares de su corazón», y que escogió como destino de su primera visita fuera del Vaticano tras su elección como Vicario de Cristo.

Al igual que en 2001, cuando fue elegido Prior general de la Orden de los Agustinos, volvió a poner en manos de Nuestra Señora del Buen Consejo su vida y su nuevo ministerio, esta vez como Sucesor de Pedro. A continuación reproduzco las palabras del Papa recogidas por Gaeta en su interesante ensayo.

* * *


Todavía en los primeros días de pontificado,
he sentido el deber
y un profundo deseo
de acercarme a Genazzano, al santuario
de la Señora del Buen Consejo,
que durante toda mi vida
me ha acompañado
con su presencia materna,
con su sabiduría,
y el ejemplo de su amor por el Hijo
que es siempre el centro de mi fe.
Camino, verdad y vida.
Gracias Madre, por tu ayuda,
acompáñame en esta nueva misión.

León XIV PP - 10 mayo 2025

(Firma en el libro de visitas
del santuario de Genazzano, primera
salida del papa Prevost del Vaticano)




 



jueves, 7 de agosto de 2025

SIXTO II, HOMBRE BUENO Y PACÍFICO

Manuscrito con la representación del martirio 
de San Sixto y sus diáconos 

Estos son los que siguen al Cordero adondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. Y en sus bocas no fue hallado engaño, porque son inmaculados delante del trono de Dios (Ap 14, 4-5).

A este séquito que sigue a Cristo hasta el fin, adornado con la palma triunfante del martirio, pertenecen el papa San Sixto II y un grupo de diáconos martirizados en Roma durante el siglo III. Sixto fue elegido papa en el año 257 tras la muerte de Esteban I. San Cipriano, quien lo llama un «sacerdote bueno y pacífico», relata en una carta a un hermano obispo africano la persecución del año 258 tras el segundo Edicto de Valeriano. Éste dispuso la decapitación de obispos, sacerdotes y diáconos, y la confiscación de los bienes de la Iglesia, incluidos los cementerios. Por el Papa Dámaso sabemos que Sixto fue sorprendido en el cementerio, probablemente el de San Calixto donde está enterrado, mientras enseñaba la palabra divina y fue decapitado junto con seis de los siete diáconos de Roma (Genaro, Magno, Vicente, Esteban, Agapito y Felicísimo). El séptimo, el protodiácono Lorenzo, fue asesinado tres días después en la Vía Tiburtina.

San Cipriano, a la espera de que la persecución pronto se desatara en las iglesias del norte de África, alentaba a los fieles para el combate: «Os pido que comuniquéis estas noticias a los demás colegas nuestros, para que en todas partes las comunidades cristianas puedan ser fortalecidas por su exhortación y preparadas para la lucha espiritual, a fin de que todos y cada uno de los nuestros piensen más en la inmortalidad que en la muerte y se ofrezcan al Señor con fe plena y fortaleza de ánimo, con más alegría que temor por el martirio que se avecina, sabiendo que los soldados de Dios y de Cristo no son destruidos, sino coronados».

 


miércoles, 6 de agosto de 2025

CÓMO NEGOCIAR CON DIOS

Estampa del Santo Cura de Ars 
celebrando la Santa Misa

Decía el Santo Cura de Ars sobre el valor de la Misa: «Si se conociese el precio del Santo Sacrificio de la Misa, o mejor dicho, si se tuviera fe, ¿no habría más celo por él? Cuando queramos, pues, obtener alguna cosa del buen Dios, ofrezcámosle su Hijo muy amado con todos los méritos de su Muerte y Pasión, y Él no podrá negarnos nada».

Y para ejemplificar esta doctrina contaba el siguiente suceso: «Un santo sacerdote oraba por un amigo suyo muerto; Dios le había hecho conocer que estaba en el purgatorio. Pensó entonces que no podía hacer por él cosa mejor que ofrecer el Santo Sacrifico de la Misa por su alma. Cuando llegó el momento de la Consagración, tomó la Hostia consagrada entre sus dedos y dijo: Padre Santo y Eterno, hagamos un cambio: Vos tenéis en vuestras manos el alma de mi amigo, que está en el purgatorio, y yo tengo en las mías el cuerpo de Vuestro Hijo. Pues bien, librad a mi amigo y yo os hago la ofrenda de vuestro Hijo con todos los méritos de su Muerte y de su Pasión. Y al punto, en el momento de la elevación, vio el alma de su amigo, que radiante de gloria, subía al cielo».