Las representaciones artísticas de los padecimientos de Cristo han sido siempre un valioso complemento espiritual a la lectura evangélica de los relatos de la Pasión del Señor. La gran Teresa de Ávila nos cuenta su experiencia: «Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle... Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba» (Vida 9, 1. 3). Contemplar obras maestras de arte sacro que tienen por tema la Pasión del Señor o los dolores de su Madre bendita no solo suscita emociones estéticas ennoblecedoras, sino que hacen brotar del corazón afectos de amor y compasión que consuelan a Cristo en su abandono. Ante los padecimientos de Cristo, San Josemaría aconsejaba: «Míralo, míralo… despacio» (Santo Rosario, 2° misterio doloroso).
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Una «muestra en la producción 'pasionista' de Murillo es el bellísimo Cristo después de la flagelación, también conocido como Cristo flagelado recogiendo sus vestiduras, penosa tarea que lleva a cabo Jesús ante un par de ángeles que son una curiosísima síntesis de grabados manierísticos. Pintado después de 1665, este óleo sobre lienzo conservado en el Museo de Bellas Artes de Boston, es un perfecto ejemplo de la intensidad alcanzada por Murillo en sus interpretaciones del martirio del Redentor, las cuales no perdieron un ápice del éxtasis místico y la sensual belleza que caracterizaron su pintura religiosa.
Aquí el pintor sevillano se ha centrado
exclusivamente en el sufrimiento del Mesías, escogiendo el momento
inmediatamente posterior al del tormento, una vez que sus torturadores han
abandonado la escena. La imagen de Murillo representa la naturaleza humana de
Cristo dentro de su divinidad. El artista lo ha colocado humildemente en el
suelo y ha pintado su golpeado cuerpo para que su piel parezca casi radiante, a
pesar de las heridas y las llagas. Los ángeles muestran tanto la adoración como
la compasión por el Cristo torturado, las emociones que la pintura pretendía
despertar en sus espectadores».
Fuente: www.lahornacina.com
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