jueves, 4 de diciembre de 2025

EL PELÍCANO COMO SÍMBOLO DE LA EUCARISTÍA

1. El pelícano como símbolo de la Eucaristía tiene su origen en una antigua leyenda presente en los bestiarios medievales. Se cuenta que el pelícano, cuando no tiene comida disponible, se hiere el pecho con el pico y alimenta a sus crías con su sangre. De ahí que el simbolismo sea claro: Cristo nos alimenta con su sangre, al igual que el pelícano alimenta a sus crías con su sangre.

2. San Jerónimo, a principios del siglo V, utilizó esta imagen al comentar el versículo 7 del salmo 101: «Estoy como un pelícano en el desierto, como un búho entre ruinas».

3. Más tarde, Santo Tomás de Aquino, en el Adoro te devote, dice: «Señor Jesús, bondadoso pelícano, lávame, a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero».

4. Este simbolismo se encuentra, obviamente, en muchos cuadros, frescos, esculturas e incluso en la Comedia de Dante.

Fuente: itresentieri.it 


domingo, 30 de noviembre de 2025

ADVIENTO Y ESPERANZA


«Dios conoce el corazón del hombre. Sabe que quien lo rechaza no ha conocido su verdadero rostro; por eso no cesa de llamar a nuestra puerta, como humilde peregrino en busca de acogida. El Señor concede un nuevo tiempo a la humanidad precisamente para que todos puedan llegar a conocerlo. Este es también el sentido de un nuevo año litúrgico que comienza: es un don de Dios, el cual quiere revelarse de nuevo en el misterio de Cristo, mediante la Palabra y los sacramentos.

Mediante la Iglesia quiere hablar a la humanidad y salvar a los hombres de hoy. Y lo hace saliendo a su encuentro, para «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). Desde esta perspectiva, la celebración del Adviento es la respuesta de la Iglesia Esposa a la iniciativa continua de Dios Esposo, «que es, que era y que viene» (Ap 1, 8). A la humanidad, que ya no tiene tiempo para él, Dios le ofrece otro tiempo, un nuevo espacio para volver a entrar en sí misma, para ponerse de nuevo en camino, para volver a encontrar el sentido de la esperanza.

He aquí el descubrimiento sorprendente: mi esperanza, nuestra esperanza, está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros. Sí, Dios nos ama y precisamente por eso espera que volvamos a él, que abramos nuestro corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y recordemos que somos sus hijos.

Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos abraza siempre primero (cf. 1 Jn 4, 10). En este sentido, la esperanza cristiana se llama «teologal»: Dios es su fuente, su apoyo y su término. ¡Qué gran consuelo nos da este misterio! Mi Creador ha puesto en mi espíritu un reflejo de su deseo de vida para todos. Cada hombre está llamado a esperar correspondiendo a lo que Dios espera de él».

(De la homilía de Benedicto XVI en la Celebración de las primeras vísperas de Adviento, Basílica de San Pedro, 1 de diciembre de 2007)


 

sábado, 29 de noviembre de 2025

LAS MIRADAS DE CRISTO

Las negaciones de San Pedro. Carl H. Bloch

En un precioso libro titulado «Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario», San Manuel González –el obispo de los Sagrarios abandonados–, enseña que entre las tareas que Cristo no cesa de ejercer desde las profundidades ocultas de su Sagrario, está la de mirarnos atenta y amorosamente. Es lógico que el cristiano, que se sabe mirado por Dios a todas horas, quiera ser un objeto permanente de complacencia para los ojos de Jesús, tal como Él mismo lo era para los ojos de su Padre celestial.

 * * * 

«El Corazón de Jesús en el Sagrario me mira. 

Me mira siempre.

Me mira en todas partes...

Me mira como si no tuviera que mirar a nadie más que a mí.

¿Por qué?

Porque me quiere, y los que se quieren ansían mirarse…

Alma, detente un momento en saborear esta palabra: El Corazón de Jesús está siempre mirándome.

¿Cómo me mira a mí?

Hay miradas de espanto, de persecución, de vigilancia, de amor.

¿Cómo me mira a mí el Corazón de Jesús desde su Eucaristía?

Ante todo te prevengo que su mirada no es la del ojo justiciero que perseguía a Caín, el mal hermano.

No es aquella mirada de espanto, de remordimiento sin esperanza, de  justicia siempre amenazante. No, así no me mira ahora a mí.

¿Cómo? Vuelvo a preguntar.

El Evangelio me responde:

Las tres miradas del Corazón de Jesús

Una es la mirada que tiene para los amigos que aún no han caído, otra es para los amigos que están cayendo o acaban de caer, pero quieren levantarse, y la otra para los que cayeron y no se levantarán porque no quieren.

La primera mirada

Con ella regaló al joven aquel que de rodillas le preguntaba: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?

El Evangelista san Marcos (10, 21), a más de la respuesta que de palabra le da el Maestro bueno, pone en la cara de éste otra respuesta más expresiva:  Jesús, poniendo en él los ojos, le amó.

¡Mirada de complacencia, de descanso, de apacible posesión con que el Corazón de Jesús envuelve y baña a las almas inocentes y sencillas, que como la de aquel, «había guardado los mandamientos desde su juventud»!

La segunda mirada

Tiene por escena un cuadro triste: ¡El patio del sumo Pontífice!

Allá dentro, Jesús está sumergido en un mar de calumnias, ingratitudes, malos tratos...; fuera, Pedro, el amigo íntimo, el hombre de confianza, el confidente del perseguido Jesús, negándolo una, dos, tres veces con juramento y con escándalo...

¿Qué ha pasado? Pedro ha echado a correr aguantando con sus manos cerradas lágrimas que brotan de sus ojos.

Es que el Reo de allá dentro ha saltado por encima de todos sus dolores, ha vuelto la cara atrás y ha mirado al amigo que caía.

¡Mirada de recuerdos de beneficios recibidos, de reproches que duelen y parten el alma de pena, de invitación a llanto perenne, de  esperanza, de perdón...!

La tercera mirada

¡Qué desoladora! ¡El Maestro, sobre lo alto de un monte, cruzados los brazos, mira a Jerusalén y llora...!

¡Qué triste, que desconsoladoramente triste debe ser la mirada de Jesús sobre un alma que ciertamente se condenará!

Cruza los brazos porque la obstinación y dureza de aquella alma frustra cuanto por ella se haga, y llora porque... eso es lo único que le queda que hacer a su Corazón.

Hermanos, ¿con cuál de estas tres miradas seremos mirados? ¡Que buen examen de conciencia y qué buena meditación para delante del  Sagrario!

Corazón de mi Jesús que vive en ese mi Sagrario, y que no deja de  mirarme, ya que no puedo aspirar a la mirada de complacencia con que regalas a los que nunca cayeron, déjame que te pida la mirada del patio de Caifás.

¡Me parezco tanto al Pedro de aquel patio! ¡Necesito tanto tu mirada para empezar y acabar de convertirme! 

Mírame mucho, mucho, no dejes de mirarme como lo miraste a él, hasta que las lágrimas que tu mirada arrancan, abran surcos si no en mis mejillas como en las de tu amigo, al menos en mi corazón destrozado de la pena del pecado. 

Mírame así: te lo repito, y que yo me dé cuenta de que me miras  siempre. ¡Que yo no quiero verte delante de mí llorando y con los brazos cruzados... que soy yo el que quiere y debe llorar! 

¡Tú, no!».



 

miércoles, 26 de noviembre de 2025

SE LLAMABA ISABEL

Isabel la Católica dictando su testamento

En un día como hoy de 1504 dejaba este mundo una mujer digna de admiración: Isabel la Católica. “Rodeada de sollozos y oraciones” partía esta alma noble a la conquista de su último y más anhelado reino, el reino de los cielos. El destacado historiador e hispanista chileno Jaime Eysaguirre G. compuso un brevísimo ensayo –Se llamaba Isabel es su título–, donde a modo de semblanza canta con maestría y visión poética las hazañas de la reina de Castilla.

* * *

«E s una historia maravillosa que comienza y sigue como un cuento de hadas…

Había una vez una princesa que se llamaba Isabel. Era rubia como los trigales de Castilla y en sus ojos se reflejaba el azul trascendente que amparó las gestas de Ruy Díaz y que ha de bendecir con el tiempo las andanzas de Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. Madrigal de las Altas Torres fue su cuna. Allí está la piedra bautismal, en la iglesia vetusta, junto a la plaza que hoy llena el corro alegre y bullicioso de muchos, de muchísimos niños y también de niñas que sueñan en ser Isabel. Madrigal de las Altas Torres la acuñó y ahora parece cansada de tanta gloria, vieja, con el rostro partido en sus almenas.

Castilla estaba enferma. Jorge Manrique lloraba sobre los despojos de la noble caballería: “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Y, sin embargo, la salud se hallaba próxima, envuelta en el suave velo de una mujer. Allí estaba Isabel, con templo de heroína bíblica, como nueva Judit para salvar a su pueblo; como ángel quebrantador de la injusticia; como querubín que aventa con sus alas poderosas la pestilencia del aire y hace triunfar la pureza y el bien.

Y junto a Isabel, Fernando, el caballero que el poeta Manrique buscara en vano, y que ahora con disfraz de mercader, como toca al actor de un cuento maravilloso, viene de Aragón en socorro de su dama y le ofrece el puño de su espada para confirmarla Reina de Castilla.

Pasa el tiempo. Bajo el cielo y sobre la piedra de la estepa mística galopa la última cruzada hasta detenerse junto a los pies de la Alhambra. La fe y la voluntad se estrechan con pasión el muro fuerte. Y al fin la voluntad y la fe romperán el misterio del palacio encantado y los surtidores alegres hablan de la gloria de Isabel.

De nuevo el agua e Isabel. Pero ya no la suave, dulce y circunscrita del patio de los arrayanes, sino la áspera, arremolinada e inmensa del mar océano. Por sobre la cresta del oleaje ella ha mandado tres palomas mensajeras de su fe. Y así como la fe traslada las montañas y demuele las fortalezas porfiadas, ahora le roba su secreto al abismo. Y así brotan tierras nuevas y habitantes exóticos y catecúmenos innumerables. La reina tiene más motivos para amar.

Y llega el fin. De marco, el castillo de la Mota de empinada cresta. La reina en un lecho rodeada de sollozos y oraciones. Y de sus labios secos, la exigencia postrera, la súplica entrañable: “Ordeno, pido, imploro piedad para mis nuevos súbditos, los indios”.

Arriba en las almenas, salmodian los grajos. Abajo la madre de todo un mundo se desgrana en el amor. Era el corazón de España y se llamaba Isabel». 

(Jaime Eysaguirre, Hispanoamérica del dolor, Santiago de Chile 1982, 2ª ed., pp. 93-95).

 




 

sábado, 22 de noviembre de 2025

CARDENAL SARAH CONSIDERA UN ABUSO IMPÍO DE AUTORIDAD PROHIBIR LA COMUNIÓN DE RODILLAS

«Hemos convertido las iglesias en lugares de encuentros convivales, en salas de concierto y en museos turísticos, y nuestras liturgias, en entretenimientos, divertimentos y manifestaciones folclóricas o culturales, en lugar de respetarlos por ser Moradas, Templos santos de Dios y lugares de oración. Nos olvidamos de reconocer su Presencia divina en el sagrario, y qué escasas son la veneración, el respeto y la deferencia que mostramos. Ya nadie se arrodilla delante del Señor. Algunos sacerdotes maltratan a sus fieles prohibiéndoles arrodillarse para recibir la sagrada comunión. Y lo que es peor: a los fieles que se arrodillan para recibir a Jesús Eucaristía llegan incluso a imponerles su falta de piedad y su irreverencia ante la Presencia divina más inaudita. Estos sacerdotes tendrán que rendir cuentas ante Dios de su impía autoridad. No, ya no sabemos adorar a Dios en silencio. Ya nadie se prosterna ante la majestad del Señor, del Todopoderoso». (Cardenal Robert Sarah, El amor en el matrimonio, Palabra 2023, p. 75)



 

domingo, 16 de noviembre de 2025

SIEMPRE CORREDENTORA

«¡Oh Madre de piedad y de misericordia, que asististe como compaciente y corredentora a tu dulcísimo Hijo cuando, en el ara de la cruz, consumaba la redención del mundo…, te rogamos que conserves y aumentes cada día en nosotros los preciosos frutos de la redención y de tu compasión!» (Pio XI, L’Osservatore Romano, 29/IV/1935).


 

lunes, 10 de noviembre de 2025

VIRGO SINGULARIS

Reproduzco un párrafo del artículo  Quis ut Virgo?  del profesor Roberto de Mattei sobre la reciente nota doctrinal Mater populi fidelis. Era del todo previsible que este documento causaría un desasosiego no menor en muchos fieles por la sencilla razón de que toca un aspecto singularísimo de la fe y de la conciencia católica: la Virgen Madre. El paso del tradicional principio de Maria nunquam satis a una actitud salpicada de cautelas, precauciones y sospechas sobre nuestro lenguaje acerca de María no puede sino desconcertar.

* * *

«Con profunda tristeza hemos leído este texto que, tras su tono melifluo, oculta un contenido venenoso. En una hora histórica de confusión, cuando todas las esperanzas de las almas fervorosas se dirigen a la Santísima Virgen María, el Dicasterio para la Fe pretende despojarla de los títulos de Corredentora y Mediadora universal de todas las gracias, reduciéndola a una mujer como cualquier otra: “madre de los fieles”, “madre de los creyentes”, “madre de Jesús”, “compañera de la Iglesia”, como si la Madre de Dios pudiera ser confinada a una categoría humana, despojándola de su misterio sobrenatural. Resulta difícil no ver en estas páginas la culminación de la deriva mariológica posconciliar que, en nombre de un “justo medio”, ha optado por un minimalismo que degrada la figura de la Santísima Virgen María».

Fuente:  www.corrispondenzaromana.it/quis-ut-virgo/



 

jueves, 6 de noviembre de 2025

CON RAZÓN MARÍA ES CORREDENTORA

«Con razón los Romanos Pontífices han llamado a María Corredentora: «de tal modo, juntamente con su Hijo paciente y muriente, padeció y casi murió; y de tal modo, por la salvación de los hombres, abdicó de los derechos maternos sobre su Hijo, y le inmoló, en cuanto de Ella dependía, para aplacar la justicia de Dios, que puede con razón decirse que Ella redimió al género humano juntamente con Cristo» (Benedicto XV, Carta Inter sodalicia, 22-V-1918, ASS 10 (1918), 182. Así entendemos mejor aquel momento de la Pasión de Nuestro Señor, que nunca nos cansaremos de meditar: stabat autem iuxta crucem Iesu mater eius (Ioh XIX, 25) estaba junto a la cruz de Jesús su Madre». (San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 287).

 

lunes, 3 de noviembre de 2025

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

Preguntas tomadas del catecismo de San Pío X sobre el sentido de la Conmemoración de los fieles difuntos en la Iglesia.

 * * *

¿Por qué después de la fiesta de Todos los Santos hace la Iglesia conmemoración de todos los fieles difuntos?

–Después de la fiesta de Todos los Santos hace la Iglesia conmemoración de todos los fieles difuntos, que están en el purgatorio, porque conviene que la Iglesia militante, después de haber honrado e invocado con una fiesta general y solemne el patrocinio de la Iglesia triunfante, acuda al alivio de la Iglesia purgante con un general y solemne sufragio.

¿Cómo podemos aliviar a las almas de los fieles difuntos?

–Podemos aliviar a las almas de los fieles difuntos con oraciones, limosnas y con todas las demás obras buenas, pero sobre todo con el santo sacrificio de la Misa.

¿Por qué almas hemos de aplicar nuestros sufragios el día de la Conmemoración de los fieles difuntos, según la mente de la Iglesia?

–En la Conmemoración de todos los fieles difuntos hemos de aplicar nuestros sufragios, no sólo por las almas de nuestros padres, amigos y bienhechores, sino también por todas las otras que están en el purgatorio.

¿Qué fruto hemos de sacar de la Conmemoración de todos los fieles difuntos?

–De la Conmemoración de todos los fieles difuntos hemos de sacar este fruto: , pensar que también nosotros hemos de morir presto y presentarnos al tribunal de Dios para darle cuenta de toda nuestra vida; , concebir un gran horror al pecado, considerando cuán rigurosamente lo castiga Dios en la otra vida, y satisfacer en ésta a la justicia divina con obras de penitencia por los pecados cometidos.


 

domingo, 19 de octubre de 2025

ORACIÓN Y COMBATE

Comentando la célebre narración de la batalla entre los israelitas y los amalecitas en el desierto (cf. Ex 17, 8-13), el Papa Benedicto XVI señalaba: «Fue precisamente la oración elevada con fe al verdadero Dios lo que determinó el desenlace de aquella dura batalla. Mientras Josué y sus hombres afrontaban en el campo a sus adversarios, en la cima del monte Moisés tenía levantadas las manos, en la posición de la persona en oración. Las manos levantadas del gran caudillo garantizaron la victoria de Israel. Dios estaba con su pueblo, quería su victoria, pero condicionaba su intervención a que Moisés tuviera en alto las manos.

Parece increíble, pero es así:  Dios necesita las manos levantadas de su siervo. Los brazos elevados de Moisés hacen pensar en los de Jesús en la cruz:  brazos extendidos y clavados con los que el Redentor venció la batalla decisiva contra el enemigo infernal. Su lucha, sus manos alzadas hacia el Padre y extendidas sobre el mundo piden otros brazos, otros corazones que sigan ofreciéndose con su mismo amor, hasta el fin del mundo». (Benedicto XVI Homilía pronunciada en Nápoles el domingo 21 de octubre de 2007).


 

jueves, 16 de octubre de 2025

EL CONFITEOR EN EL RITO ANTIGUO. UNA REFLEXIÓN DE MARTIN MOSEBACH


La oración del Confiteor en el Rito Antiguo
Martín Mosebach

Fuente:  stughofcluny.org/2011/01/

La reforma litúrgica eliminó cuatro características de la antigua oración del Confiteor :


La profunda reverencia con la que se recitaba esta oración;
La estructura de la oración como un diálogo entre el sacerdote y la asamblea;
La invocación de varios santos por su nombre; 
Finalmente, el sacramental de la absolución.

La reverencia profunda es la parte más antigua de la oración. En los primeros tiempos del cristianismo, todas las misas comenzaban con la postración. Una persona se arrojaba al suelo para acercarse a los reyes orientales. Por esta razón, los primeros cristianos eligieron esta forma tan reverente de mostrar devoción y sumisión cuando tenían que presentarse ante el Dios-hombre y su sacrificio. Al principio no se decía nada. En el siglo VIII surgió la costumbre de decir en este momento, durante la postración (que había evolucionado gradualmente hasta convertirse en una reverencia profunda), la confesión de los pecados, tal como se había prescrito desde el principio para el inicio del rito sacrificial del Nuevo Testamento.

La forma de diálogo del Confiteor proviene del oficio divino de los monjes. Siempre se intercambiaba entre dos vecinos en los bancos del coro; un monje confesaba sus pecados al otro, y éste imploraba la misericordia de Dios para él. En la misa pontifical solemne del rito antiguo se conserva esta tradición; aquí el Confiteor es recitado por dos canónigos. Esta forma surgió de la idea de que la mayoría de los pecados contra Dios son al mismo tiempo pecados contra el prójimo, que el arrepentimiento debe conducir a la reconciliación y que todo hombre debe confiar en la oración de los demás. Para reconocer realmente la propia culpa es necesario un oyente; y para que, después de la confesión, la oración de intercesión del oyente pueda desarrollarse eficazmente, el confesor está obligado a guardar silencio. Luego se agregó otro elemento significativo cuando la relación entre vecinos en un banco se convirtió en una relación entre el sacerdote y la congregación. El sacerdote, que había sido llamado a realizar el sacrificio en la persona de Cristo, confesaba ahora ante toda la comunidad su imperfección e, inclinándose profundamente, esperaba su intercesión. Se podría decir que solo esto le daba el valor para subir al altar.

La fórmula del  «Indulgentiam» , que sigue a la confesión de los pecados y las peticiones de perdón, es una fórmula temprana de la absolución. La señal de la cruz que hace el sacerdote al recitar esta oración ha tomado el lugar de la imposición de manos. No se analizará aquí la relación entre esta absolución y la absolución en el sacramento de la penitencia. En cualquier caso, es evidente que la Iglesia consideraba el «Indulgentiam» como un sacramental que absuelve de los pecados veniales. Que la celebración del sacrificio comenzara con la absolución era lógico para un culto que tenía como objeto la renovación de la muerte sacrificial de Cristo, una muerte para la redención de los hombres del peso de sus pecados.

Estos tres elementos del Confiteor unían a la comunidad celebrante con el cristianismo primitivo y el monacato, concretaban la confesión general del pecado y la revelaban como la primera etapa del sacrificio. En contraste con su eliminación, la sustitución de los nombres de los santos individuales mediante la fórmula «y todos los santos» era la más fácil de aceptar. El Cielo aparece en estos nombres como una casa real jerárquicamente estructurada. En la cima se encuentra la «Reina de los ángeles, patriarcas y apóstoles», luego el «príncipe de las huestes celestiales», después el «primero de los nacidos de mujer» y finalmente los «príncipes de los apóstoles». Innumerables obras de arte han adoptado este lenguaje figurativo en formas constantemente nuevas. Su núcleo es la comprensión de que el orden es inherente a la creación de Dios; sí, que Dios mismo es orden. El hombre medieval aún podía imaginar que incluso entre los salvados existen diferentes grados de cercanía a Dios y diferentes tipos de relación con él. ¿Acaso los «reformadores» creyeron finalmente que debían adaptarse a las convenciones democráticas, especialmente al enfatizar la igualdad de todos los «santos» alcanzados por la redención? ¿O solo querrían eliminar un intrincado adorno gótico al desterrar del Confiteor la procesión jerárquica de los santos?

La belleza de los textos litúrgicos reside con frecuencia en el hecho de que revelan significados en diferentes niveles. Mueven a la meditación y se revelan a través de ella. La jerarquía de los santos aparece aquí como una metáfora del orden divino precisamente en una oración sobre la confesión de los pecados, es decir, del desorden. No es de extrañar que todos los representantes de este orden tengan algo especial que decir sobre el desorden del pecado que se les muestra en la oración.

La lista comienza con María. Ella representa la forma original del hombre: Dios quiso que el hombre fuera como María. Intacta del pecado original y con una virginidad inmaculada, se asemeja al hombre del sexto día de la creación: íntegra, imagen y semejanza de Dios, transparente a la incesante corriente de la gracia. Como es María, así debe ser el pecador. La restauración del pecador lleva los rasgos de María en una personalización icónica.

El Arcángel Miguel está vinculado al misterio de la génesis del mal. Luchó contra Satanás, la fuente del pecado y de todo pecado individual, que, como su modelo diabólico, consiste en la rebelión contra el orden divino. Pero el Arcángel Miguel también nos recuerda que el diablo ha sido derrotado. Puede tentar al pecador, pero nunca dominar la creación de Dios. Con una simple mirada al arcángel, el pecador reconoce el origen y la impotencia de su acto.

Juan el Bautista muestra el camino de la redención: la conversión. Se trata de un acto espiritual, pero debe expresarse en el actuar para comunicar al pecador la realidad de su decisión. El agua, que lava la suciedad corporal, también debe lavar el alma manchada. La oración debe distraer de sí mismo al espíritu atrapado en el amor propio. La privación corporal debe liberar el alma de la presión del hábito. Juan el Bautista encarna los pasos prácticos que el pecador puede dar si desea liberarse del pecado.

Pedro posee las llaves del reino de los cielos; representa el poder de absolución de la Iglesia. Comunica al pecador que desea convertirse la certeza de que el verdadero perdón responderá a su deseo, incluso que este deseo, con frecuencia, será aceptado en lugar del acto. Cristo, el que perdona los pecados, está presente en Pedro y en la Iglesia. Pedro mismo, más que todos los demás, experimentó su poder de perdonar. Pedro es el sacramento, el vaso indigno por el que fluye el poder de Dios.

Finalmente, Pablo enseña la condición bajo la cual se desarrolla el sacramento: la creencia del pecador en que Cristo puede sanarlo de sus enfermedades. Esta fe es un don de la gracia. Con este don comienza la obra de la restauración del pecador. El objetivo de esta restauración es que el hombre nazca de nuevo en la gracia. Con esto se cierra el círculo. El contemplativo procedió de María y regresa a ella.

Al predicar sus doctrinas, la Iglesia antigua eligió una y otra vez el camino de hacerlas visibles en forma humana.  El rostro humano les dio una vida carente de formulaciones teóricas. Las figuras de los santos, tal como las entendía la Iglesia antigua, no son un adorno piadoso ni una producción masiva de "cartón romano" (como escribió André Gide). Quien crea poder eliminarlas sin disminuir la enseñanza de Jesucristo malinterpreta la esencia de la Iglesia, que consiste sobre todo en estos mismos santos. En el caso de la oración del Confiteor, son estos mismos santos quienes enseñan al adorador a comprender correctamente su confesión. Pues la expresará de manera diferente cuando sepa que los ojos de ellos lo miran.