jueves, 30 de septiembre de 2021

HUMILDAD Y SOLEMNIDAD

Con ocasión de un trabajo de crítica literaria, C. S. Lewis nos ha dejado una interesante reflexión sobre el valor de lo solemne. Pero un requisito importante para apreciar cualquier forma de solemnidad y disfrutar de ella, consiste en liberarse de ciertos hábitos o prejuicios muy típicos de nuestro tiempo:

«Por encima de todo, -dice Lewis- hay que deshacerse de la horrible idea, fruto de un complejo de inferioridad generalizado, de que la pompa, en las ocasiones adecuadas, pueda tener alguna relación con la vanidad o el engreimiento. Un celebrante que se acerca al altar, una princesa que es conducida por un rey para bailar un minué, un oficial general durante un desfile ceremonial, un mayordomo que precede a la cabeza del jabalí en una fiesta de Navidad...; todos ellos llevan ropas inusuales y se mueven con calculada dignidad. Esto no significa que sean vanidosos, sino que son obedientes; están obedeciendo al hoc age (esto se hace así) que suele presidir toda solemnidad. El hábito moderno de despojar las ceremonias de toda solemnidad no es una prueba de humildad; más bien manifiesta la incapacidad del que actúa de este modo para perderse a sí mismo en el rito, y su disposición a estropear para todos los demás el justo placer por lo ritual». (C. S. Lewis, A Preface to Paradise Lost, Oxford University Press paperback, 1961, p. 17).

Estas sabias palabras del escritor inglés el Papa Benedicto las vivía con hondura en el ámbito litúrgico. Con su ejemplo y rigor habituales, se empeñó en mostrar a la Iglesia entera que la belleza solemne de los ritos, gestos y vestiduras litúrgicas nos es ofrecida a modo de espléndido manto donde poder esconder nuestra personal insignificancia, facilitando de este modo la irrupción de lo divino y trascendente. Siempre será necesario proteger la liturgia de complejos sesenteros o pauperismos trasnochados que a menudo disfrazan de virtud lo que es simple indolencia, desinterés o falta de fe. Sencillez y solemnidad no se contraponen; basta pensar en las magníficas catedrales del medievo para comprender cómo nuestros antepasados supieron armonizar perfectamente la noble sencillez de un estilo con la fascinante solemnidad de lo grande e imponente. Como escribió alguna vez el Cardenal Ratzinger, «en las experiencias de los últimos años una cosa se ha hecho de seguro evidente: el repliegue en lo útil no ha convertido la liturgia en más clara, solo en más pobre. La sencillez necesaria no se establece con el empobrecimiento».


viernes, 24 de septiembre de 2021

MISA Y COMPUNCIÓN

Hermosa página del Beato Columba Marmion sobre el necesario espíritu de compunción que debe impregnar la celebración de la santa misa. En la nueva liturgia los gestos y palabras que expresan este espíritu de contrición han sido recortados en exceso. Un motivo más para tener en alta estima la misa tradicional.

 * * *

«La misma Iglesia nos ofrece en la liturgia de la misa bellos ejemplos de compunción de corazón.

Observemos qué hace el sacerdote en el momento de ofrecer el santo sacrificio, que es el más sublime homenaje que la criatura puede tributar a Dios. No podemos menos de suponer al sacerdote en estado de gracia, en amistad con Dios: de otra suerte cometería un sacrilegio. ¿No parece, pues, lo natural que en el momento en que va a realizar el acto más solemne del culto, el sacerdote llamado por Dios entre muchos a tan alta dignidad debe albergar únicamente en el alma sentimientos de amor?

No; la Iglesia, su tutora infalible, comienza por hacerle confesar ante los fieles su condición de criatura y de pecador: Confiteor Deo omnipotente… et vobis, fratres, quia peccavi nimis, «Yo confieso ante Dios todopoderoso… y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho».

Después, en el curso de la augusta ceremonia, multiplica en sus labios las fórmulas en que demanda perdón: «Borrad, Señor, os lo suplicamos, nuestras iniquidades, para que, con un corazón puro, entremos en vuestro santuario». En medio del canto angélico, mezcla con las exclamaciones de amor y santa alegría los acentos de compunción. «Apiadaos de nosotros, Vos, que perdonáis los pecados del mundo». Ofrece a Dios la hostia inmaculada «por la multitud de sus pecados, ofensas y negligencias»; antes de la consagración le ruega «que le salve de la condenación eterna».

Después de la consagración, en la cual el sacerdote se ha identificado con el mismo Cristo, suplica a Dios «que le haga participe de la compañía de los santos, a pesar de sus faltas». Llega el momento en que debe unirse sacramentalmente con la víctima divina, y se golpea el pecho como un pecador: «Cordero de Dios…: no consideréis mis pecados… que esta unión de mi alma contigo no sea para mí causa de juicio ni principio de condenación».

¡Cuantísimos sacerdotes y pontífices, objeto de nuestra veneración, han pronunciado estas palabras: «Te ofrezco, Padre santo, esta hostia inmaculada por mis innumerables pecados» Y la Iglesia les ha obligado a repetir: «Señor, yo no soy digno». ¿Por qué ese proceder de la Iglesia? Porque sin la compunción no puede alcanzarse el verdadero espíritu cristiano. Cuando el sacerdote suplica que su sacrificio vaya unido al de Cristo, dice: «Recíbenos, Señor, en espíritu de humildad y con el corazón contrito». La oblación de Jesucristo es siempre grata al Padre, pero, en cuanto ofrecida por nosotros, sólo lo será si nuestras almas están imbuidas de compunción y humildad, que es fruto de aquélla.

Este es el espíritu que anima a la Iglesia, esposa de Cristo, en la acción más sublime, más santa que realiza en la tierra. Aun cuando el alma se identifica con Cristo, uniéndose a Él por la comunión, la Iglesia quiere que no olvide su condición de pecadora, quiere que esté siempre impregnada del espíritu de compunción: «Recíbenos en espíritu de humildad y con el corazón contrito» (C. Marmión, Cristo ideal del Monje, versión pdf, p. 192).

 

miércoles, 15 de septiembre de 2021

STABAT MATER DOLOROSA

Piadosa meditación de San Alfonso María de Ligorio sobre la Madre dolorosa al pie de la Cruz:

I. «Estaba junto a la Cruz de Jesús su madre (Jn 19, 25). Contemplemos en el corazón de esta Reina de los mártires una suerte de martirio más cruel que ningún otro. Una Madre, presente a la muerte de un Hijo inocente, ajusticiado en un infame patíbulo. Stabat. Apenas prendieron a Jesús en el huerto, los discípulos le abandonaron. No así su Madre, que lo acompaña hasta verlo morir ante sus mismos ojos. Stabat iuxta. Si los hijos sufren y las madres no pueden ayudarlos, huyen éstas de su vista. Capaces serían de padecer los dolores en vez de sus hijos. Pero verlos sufrir y no poderlos socorrer es un dolor que no pueden tolerar y por eso huyen de su lado. María no. Ve al Hijo entre torturas, ve que el dolor le va quitando la vida y no solo no huye y se aleja, sino que se acerca a la cruz en que el Hijo muere.

¡Madre dolorosa!, permíteme que te acompañe asistiendo contigo a la muerte de tu Jesús y Jesús mío. 

II. Estaba junto a la Cruz. La cruz es el lecho en que Jesús pierde la vida, lecho de dolor junto al que la Madre ve al Hijo desgarrado por los azotes y las espinas. Contempla María que su pobre Hijo, pendiente de aquellos tres garfios de hierro, no encuentra alivio ni reposo. Querría ella proporcionarle algún descanso, y ya que Él tenga que morir, que muera entre sus brazos. Nada de esto le es concedido. ¡Ay, Cruz!, dice, devuélveme a mi Hijo, tú eres patíbulo para malvados y mi Hijo es inocente. Pero no te molestes, oh Madre, es voluntad del Padre que no te entreguen a Jesús, sino después de muerto. Reina de dolores, alcánzame el dolor de mis pecados. 

III. Estaba junto a la Cruz de Jesús su Madre. Mira, alma mía, a María, que al pie de la cruz está contemplando a su Hijo ¡y qué Hijo! Un Hijo suyo que al mismo tiempo era Dios; un Hijo que desde toda la eternidad la escogió por su madre y la prefirió en su amor a todos los hombres y a todos los ángeles; un Hijo tan hermoso, tan santo y tan amable; un Hijo siempre obediente; un Hijo que era su único amor por ser su Dios. Y esta Madre tuvo que ver morir de puro dolor a tal Hijo y ante sus mismos ojos. ¡Oh María!, la más afligida de todas las madres, te compadezco en tu dolor, sobre todo cuando viste a Jesús en la cruz entregarse a la muerte, abrir la boca y expirar. Por amor de este Hijo muerto por mi salvación, recomiéndale mi alma.

Y tú, Jesús mío, por los méritos de los dolores de María, ten piedad de mí y concédeme la gracia de morir por Ti, que has muerto por mí. Muera yo Señor, diré con San Francisco de Asís, por amor tuyo ya que por mi amor te has dignado tú morir». (San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p. 343).


 

domingo, 12 de septiembre de 2021

MARÍA, UN NOMBRE QUE IRRADIA ALEGRÍA

El vínculo entre nombre y realidad es tan fuerte en la sagrada Escritura que la veneración a un nombre santo es inseparable de la realidad sagrada designada por ese nombre. Así, por ejemplo, cuando veneramos el nombre de Dios, de Jesucristo, de María y de los santos veneramos las personas mismas que esos nombres significan. Desde antiguo los cristianos han honrado junto al nombre de Jesús el nombre de María, su Madre santísima. San Efrén decía que «el nombre de María, para los que devotamente lo invocan, es la llave del cielo»; «¡Dichoso, oh María, el que ama tu nombre!», exclamaba San Buenaventura; y San Germán expresaba así su anhelo póstumo: «Que el nombre de María sea la última palabra que brote de mis labios».

La veneración por el dulce nombre de María también es propia de los coros angélicos. Haciendo una lectura mariana de algunos pasajes del Cantar de los Cantares, San Alfonso María de Ligorio comenta que en la Asunción de María a los cielos los ángeles se preguntaban con insistencia cuál era el nombre de aquella mujer que ascendía en medio de aclamaciones y adornada con especial gloria y belleza. ¿Quién es esta –se decían entre sí– que va subiendo por el desierto como una columna de humo, formada de perfumes de mirra e incienso, y de toda especie de aromas? (Cant 3, 6). ¿Quién es esta que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible y majestuosa como un ejército formado en batalla? (Cant 6, 9).  Y también: ¿Quién es esta que sube del desierto rebosando en delicias, apoyada en su amado? (Cant 8, 5).

Y continúa: «¿Por qué tenían tanto afán los ángeles por conocer el nombre de esta Reina? Sin duda –responde con palabras de Ricardo de San Lorenzo– porque querían oír repetir el dulce nombre de María. Era tan agradable a los ángeles el sentir pronunciar el nombre de su augusta Señora, que no cesaban de reiterar sus preguntas». (Cf. Las Glorias de María, Edibesa, Madrid 2003, pp. 435 y ss).

Finalmente, el nombre de María es descanso y recreo del Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. «Solo la fe acierta a ilustrar –señala San Josemaría Escrivá– cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad» (Es Cristo que pasa, n. 171).

jueves, 2 de septiembre de 2021

EL PAPA TEME AL RITO ANTIGUO

Misa Pontifical en Filadelfia (15 de agosto 2021). 
Set de imágenes en newliturgicalmovement.org

He traducido al español la entrevista que Tim Stanley, reconocido columnista inglés, concedió al informativo católico La nuova Bussola Quotidiana a pocos días de la publicación de Traditionis Custodes. Sin compartir del todo algunas de sus aseveraciones, me parece un aporte sugerente al debate –ojalá no contienda desgarradora– que este controvertido documento acaba de iniciar. Me mueve también a publicar esta entrevista la convicción de que en materias litúrgicas la mentalidad inglesa tiene mucho que decir y merece ser tenida en cuenta. No es casualidad que fuese un puñado de artistas e intelectuales ingleses los primeros en solicitar la no abolición de la Misa de San Pío V.

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«Francisco tiene miedo del Rito antiguo y ataca a Benedicto»

Publicado por Nico Spuntoni

Fuente: lanuovabq.it

Traditionis Custodes también escandaliza en Inglaterra: «La reacción común entre los obispos ha sido: ¿por qué ha hecho esto?»; «no comprenden cómo el Rito antiguo puede hacer daño». El motu proprio de Francisco «es interpretado, en buena parte, como un ataque al legado de Benedicto». La Bussola entrevista a Tim Stanley, columnista del Daily Telegraph .

Desde el año 2007 en adelante, ha habido en el Reino Unido un crecimiento significativo de fieles y comunidades que celebran con el Misal de 1962, utilizando con agradecimiento las facultades reconocidas por Summorum Pontificum. La promulgación del motu proprio Traditionis Custodes inevitablemente ha suscitado reacciones en la opinión pública vinculada al catolicismo británico. Uno de los comentarios más exitosos, retomado y citado también fuera de Gran Bretaña, lo ha escrito Tim Stanley en el prestigioso semanario The Spectator. El periodista inglés, editorialista de punta del Daily Telegraph, también colaborador de la CNN y la BBC, habló de una «guerra despiadada del Papa contra el Rito antiguo» a raíz del nuevo motu proprio. La Nuova Bussola lo acaba de entrevistar.


¿Cabe pensar que un rito así de bello y piadoso 
pueda ser causa o fruto de una simple ideología?

Tim Stanley, ¿a quién causa temor el antiguo rito romano? ¿Realmente Summorum Pontificum es una amenaza para el legado del Concilio? 

Es Francisco quien tiene miedo al antiguo rito romano, al igual que los liberales acérrimos de la Iglesia, en su mayoría mayores de setenta años, preocupados de que Summorum Pontificum haya podido significar una lacra para el Concilio Vaticano II. Pero se equivocan; Summorum Pontificum dejó en claro que el antiguo y el nuevo Rito forman parte de una misma tradición, y desde 2007 la mayoría de los tradicionalistas lo han aceptado. Esta es la gran paradoja de Traditiones Custodes: ha redefinido el Rito Antiguo como una rebelión y lo ha vuelto otra vez controvertido, amenazando con la división justo cuando ya se había logrado una aparente integración. 

A la luz de Traditionis Custodes y de la carta a los obispos que la acompaña, ¿es posible aún sostener que el pontificado de Francisco está en continuidad con el de Benedicto XVI? 

Esto es lo que Francisco se ha apresurado en sugerir; ha escrito que Benedicto nunca entendió el Rito antiguo como una rebelión contra el Vaticano II, pero entre tanto se habría convertido en algo similar. Por tanto, Francisco estaría –si se quiere– restaurando la integridad de Summorum Pontificum al restablecer la disciplina y la unidad. Pero, como se dice en Inglaterra, «pull the other one, it's got bells on it» (semejante al giro castellano: mejor cuéntame otro cuento, ndt); nadie cree que esto pueda ser verdad. Hacerlo además mientras Benedicto está aún vivo se interpreta en buena parte como un ataque personal al legado de su pontificado. 

¿Cree que habrá consecuencias en la opinión pública para la imagen de Francisco como el «Papa de la misericordia»?

Fuera de la Iglesia, no creo; esto es un asunto interno y la mayor parte de los no católicos, e incluso de muchos católicos, ni siquiera lo entienden. Pero dentro de la Iglesia, absolutamente sí. Ahora es imposible que vendamos la imagen de Francisco al mundo entero como misericordioso, porque sabemos que no lo es. Siempre se dijo que tenía un estilo dictatorial; yo había decidido no creerlo. Ahora puedo ver la verdad. 

En las primeras reacciones al motu proprio, la mayoría de los obispos han renovado a quienes ya celebran según el Misal de 1962 la facultad de continuar haciéndolo. Muchos parecen haber quedado sorprendidos por el contenido del documento, incluso un cardenal para nada conservador como Wilton Gregory. ¿Puede este motu proprio atribuirse al habitual esquema de confrontación entre conservadores y progresistas o hay algo más, en su opinión? 

Puedo decir que en Inglaterra la reacción común entre los obispos ha sido «¿por qué ha hecho esto?». Es un gran quebradero de cabeza. En 2007, a muchos de ellos no les gustaba Summorum; 14 años después, están totalmente acostumbrados a él y no terminan de entender cómo el Rito antiguo pueda causar daño. De repente tienen que llamar al orden a buenos sacerdotes, y saben que los seminarios están llenos de jóvenes que entraron pensando que algún día podrían celebrar el Rito antiguo y ahora quizá no podrán. Las vocaciones corren peligro. Reitero: Benedicto quitó el aguijón al Rito antiguo. Francisco ha inyectado de nuevo veneno en el torrente sanguíneo. A los obispos les ha tomado por sorpresa: hasta aquí llegó la sinodalidad. 

El Cardenal Gerhard Ludwig Müller ha escrito: «Las disposiciones de Traditionis Custodes son de carácter disciplinario, no dogmático, y pueden ser modificadas de nuevo por cualquier futuro Papa». ¿Cree que el nuevo Papa tendrá el valor de dar marcha atrás? 

Sí. Preveo que este documento será corregido muy rápidamente. Ha creado una pesadilla burocrática y de gestión sin motivo alguno. El próximo Papa será probablemente más joven, formado después de los años 60. Esta no será su batalla. Por otra parte, Traditiones Custodes contradice el tan cacareado principio de Francisco de que la Iglesia debe estar descentralizada: si esta es la dirección en la que vamos, se impone una corrección, y prontamente. 

Usted ha es escrito: «El motivo de por qué importa lo que Francisco ha hecho radica en que algún día ese tipo de liberalismo que él encarna vendrá a por ti; porque esa cosa dulce y sencilla que estabas haciendo y que no molestaba a ningún otro, por su mera existencia, sin embargo, se ha vuelto una amenaza existencial para el régimen gobernante. Tú serás el próximo». Le pregunto: ¿quién será ese «próximo» al que se refiere? 

Me imagino que la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro estará muy preocupada. Francisco está buscando acabar con el Rito antiguo en el lapso de una generación –no exagero–, por lo que cualquier institución dedicada a su preservación está en problemas. Pero mi comentario debe entenderse en un sentido más amplio. Nos estamos acercando rápidamente a una época de confrontación entre el liberalismo y la fe, en que las personas religiosas tendrán que afrontar la persecución por haber creído cosas que estaban a la orden del día hace 30 años: en temas como la sexualidad, el género, el aborto, etc. La tragedia del liberalismo es que ha ganado poder promoviendo la diversidad, pero ahora pretende dictar cómo deberíamos vivir, en qué cosas deberíamos creer, incluso cómo deberíamos profesar nuestra fe.