La
ceniza como signo litúrgico sagrado juega un papel importante en el tiempo
de cuaresma. Romano Guardini nos ha
dejado una hermosa reflexión, que recojo en esta entrada, sobre la ceniza como
signo litúrgico. Ella nos pone frente a una realidad bien objetiva: la caducidad
de nuestro ser. La imposición de la ceniza golpea cualquier asomo de orgullo;
nos muestra con una inusitada fuerza expresiva la verdadera sustancia de todo
lo mundano. Como la ceniza, así se desvanece la gloria del mundo.
“Habrás visto en la vera
del bosque una planta herbácea, la espuela de caballero, de hojas verdinegras
caprichosamente redondeadas, tallo erguido, flexible y consistente; flor como
recortada en seda y de un fúlgido azul perlino, que llena el ambiente.
Pues
si un transeúnte la cortara y, cansado de ella, la arrojara al fuego..., en un
abrir y cerrar de ojos toda aquella gala refulgente se reduciría a un hilillo
de ceniza gris.
Lo
que el fuego aquí en breves instantes, lo hace de continuo el tiempo con todos
los seres vivientes: con el gracioso helecho, y el altivo gordolobo, y el pujante
y vigoroso roble. Así con la leve mariposa, como con la rauda golondrina. Con
la ágil ardilla y el lento ganado. Siempre la misma cosa, ya de súbito, ya con
despacio; por herida, enfermedad, fuego, hambre o cualquier otro medio, día ha
de llegar en que se vuelva ceniza toda esa vida floreciente.
Del
cuerpo arrogante, un tenue montoncito de ceniza. De los colores brillantes,
polvo pardusco. De la vida rebosante de calor y sensibilidad, tierra mísera e
inerte; aun menos que tierra: ¡ceniza!
Tal
será también nuestra suerte. ¡Cómo se estremece uno al fijar la vista en la
fosa abierta y ver junto a huesos descarnados una poca ceniza grisácea!
«¡Acuérdate,
hombre:
Polvo
eres,
Y
en polvo te has de convertir!»
Caducidad:
eso viene a significar la ceniza. Nuestra caducidad; no la de los demás. La
nuestra; la mía. Y que he de fenecer, me lo sugiere la ceniza cuando el sacerdote,
al comienzo de la Cuaresma, con la de los ramos un día verdeantes del último Domingo
de Palmas, dibuja en mi frente la señal de la Cruz, diciendo:
«Memento homo
Quia pulvis es
Et in pulverem
reverteris»
Todo
ha de parar en ceniza. Mi casa, mis vestidos, mis muebles y mi dinero; campos,
prados, bosques. El perro que me acompaña, y el ganado del establo. La mano con
que escribo estas líneas, y los ojos que las leen, y el cuerpo entero. Las
personas que amé, y las que odié, y las que temí. Cuanto en la tierra tuve por
grande, y por pequeño, y por despreciable: todo acabará en ceniza, ¡todo!...”
(Romano
Guardini, Los signos sagrados,
Barcelona 1965, p. 71-72)
No hay comentarios:
Publicar un comentario