Junto a los tres nombres que, según Santo Tomás de Aquino, son los más propios y representativos de la tercera persona de
la Santísima Trinidad (Espíritu Santo, Amor, Don), existen otros muchos
«nombres que la tradición, la liturgia de la Iglesia y la misma Sagrada
Escritura apropian el Espíritu Santo. Se le llama Espíritu Paráclito, Espíritu
Creador, Espíritu Consolador, Espíritu de verdad, Virtud del Altísimo, Abogado,
Dedo de Dios, Huésped del alma, Sello, Unión, Nexo, Vínculo, Beso, Fuente viva,
Fuego, Unción espiritual, Luz beatísima, Padre de los pobres, Dador de dones,
Luz de los corazones, etc.». Este conjunto de nombres propios y apropiados son
una valiosa fuente para conocer y amar más íntimamente al Espíritu Santo, verdadero artífice de nuestra transformación en Cristo. En su ensayo sobre el
Gran Desconocido, Antonio Royo Marín nos ofrece esta breve fundamentación de los
principales nombres apropiados al Espíritu Santo:
1. "Espíritu Paráclito. —El mismo Jesucristo emplea esta expresión aludiendo
al Espíritu Santo (Jn 14, 16 y 26; 15 ,26; 16, 7). Algunos la traducen por la
palabra Maestro, porque dice el mismo Cristo poco después que «os enseñará toda
verdad» (Jn 14, 26). Otros traducen por Consolador, porque impedirá que los
apóstoles se sientan huérfanos con la suavidad de su consolación (Jn 14, 18).
Otros traducen la palabra Paráclito por Abogado, que pedirá por
nosotros, en frase de San Pablo, «con gemidos inenarrables» (Rom 8, 26).
2. Espíritu Creador. —«El Espíritu
Santo —dice Santo Tomás— es el principio de la creación» La razón es porque Dios
crea las cosas por amor, y el amor en Dios es el Espíritu Santo. Por eso dice
el salmo: «Envía tu Espíritu y serán creadas» (Sal 103, 30).
3. Espíritu de Cristo. —El Espíritu Santo llenaba por completo el alma
santísima de Cristo (Lc 4, 1). En la sinagoga de Nazaret, Cristo se aplicó a sí
mismo el siguiente texto de Isaías: «El Espíritu Santo está sobre mí» (Is 61,1;
cf. Le 4,18). Y San Pablo dice que, «si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
ése no es de Cristo» (Rom 8, 9); pero «si el Espíritu de aquel que resucitó a
Jesús habita en vosotros..., dará también vida a vuestros cuerpos mortales por
virtud de su Espíritu, que habita en vosotros» (Rom 8, 11).
4. Espíritu de verdad. —Es expresión del mismo Cristo aplicada por El al
Espíritu Santo: «El Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque
no le ve ni le conoce» (Jn 14, 17). Significa, según San Cirilo y San Agustín,
el verdadero Espíritu de Dios, y se opone al espíritu del mundo, a la
sabiduría embustera y falaz. Por eso añade el Salvador «que el mundo no puede
recibir», porque «el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios.
Son para él necedad y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas
espiritualmente» (1 Cor 2, 14).
5. Virtud del Altísimo. —Es la expresión que emplea el ángel de la
anunciación cuando explica a María de qué manera se verificará el misterio de
la Encarnación: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te
cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35). En otros pasajes evangélicos se alude
también a la «virtud de lo alto» (cf. Lc 24, 49).
6. Dedo de Dios. —En el himno Veni, Creator Spiritus, la
Iglesia designa al Espíritu Santo con esta misteriosa expresión: «Dedo de la
diestra del Padre»: Digitus paternae dexterae. Es una metáfora muy rica
de contenido y muy fecunda en aplicaciones. Porque en los dedos de la mano,
principalmente de la derecha, está toda nuestra potencia constructiva y
creadora. Por eso la Escritura pone la potencia de Dios en sus manos: las
tablas de la Ley fueron escritas por el «dedo de Dios» (Dt 9, 10); los cielos
son «obra de los dedos de Dios» (Sal 8, 4); los magos del faraón hubieron de
reconocer que en los prodigios de Moisés estaba «el dedo de Dios» (Ex 8, 15;
Vulg. 19), y Cristo echaba los demonios «con el dedo de Dios» (Lc 11, 20). Es,
pues, muy propia esta expresión, aplicada al Espíritu Santo, para significar
que por Él se verifican todas las maravillas de Dios, principalmente en el
orden de la gracia y de la santificación.
7. Huésped del alma. —En la secuencia de Pentecostés se llama al
Espíritu Santo «dulce huésped del alma»: dulcis hospes animae. La
inhabitación de Dios en el alma del justo corresponde por igual a las tres
divinas personas de la Santísima Trinidad, por ser una operación ad extra (cf.
Jn 14, 23; 1 Cor 3, 16-17); pero como se trata de una obra de amor, y éstas se
atribuyen de un modo especial al Espíritu Santo, de ahí que se le considere a Él de manera especialísima como huésped dulcísimo de nuestras almas (cf. 1 Cor
6, 19).
8. Sello. —San Pablo dice que hemos sido «sellados con
el sello del Espíritu Santo prometido» (Ef 1, 13), y también que «es Dios quien
nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras
del Espíritu en nuestros corazones» (2 Cor 1,21-22).
9. Unión, Nexo, Vínculo, Beso... — Son nombres con los que se expresa la unión
inseparable y estrechísima entre el Padre y el Hijo en virtud del Espíritu
Santo, que procede de los dos por una común espiración de amor.
10. Fuente viva, Fuego, Caridad,
Unción espiritual. Expresiones del
himno Veni, Creator, que encajan muy bien con el carácter y personalidad
del Espíritu Santo.
11. Luz beatísima, Padre de los
pobres, Dador de dones, Luz de los corazones… —Todas estas expresiones las aplica la santa Iglesia al Espíritu Santo
en la magnífica secuencia de Pentecostés, Veni, Sancte Spiritus.
Estos son los principales nombres que la
Sagrada Escritura, la tradición cristiana y la liturgia de la Iglesia apropia
al Espíritu Santo por la gran afinidad o semejanza que existe entre ellos y los
caracteres propios de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Todos ellos,
bien meditados, encierran grandes enseñanzas prácticas para intensificar en
nuestras almas el amor y la veneración al Espíritu santificador, a cuya
perfecta docilidad y obediencia está vinculada la marcha progresiva y
ascendente hacia la santidad más encumbrada" (Antonio Royo Marín, El gran
desconocido. El Espíritu Santo y sus dones, Madrid 2016, p 30-33).