martes, 15 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA. GETSEMANÍ

La Oración en el Huerto. Francisco de Goya

Justo en su inicio la Pasión del Señor alcanza un instante misterioso y estremecedor: la agonía de Getsemaní. En ningún otro momento de su camino a la Cruz se nos presenta Jesús tan desamparado y angustiado como en su atribulada oración del Huerto. Por esta razón, este misterio de dolor ha sido un paso predilecto de meditación para el alma cristiana; en el arte, quizá por su carga de emociones profundas, ha inspirado obras pictóricas maestras a lo largo de los siglos. Es el caso de La Oración en el huerto (1819) del pintor español Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828).

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Desde muy joven Santa Teresa se aficionó a la contemplación de Jesús en el Huerto de los Olivos. Verlo tan necesitado de consuelo y compañía poco a poco volvió su corazón generoso hasta la entrega total de sí, y elevó su alma a la cimas de la contemplación. «Tenía –nos cuenta en el Libro de su Vida este modo de oración: como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí; y me hallaba mejor en las partes adonde le veía más solo. Me parecía que, estando solo y afligido me había de admitir a mí.

De estas simplicidades tenía muchas; en especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto; allí era mi acompañarle; pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había tenido; si podía, deseaba limpiarle aquel sudor tan penoso sudor; pero me acuerdo de que jamás osaba determinarme a hacerlo porque se me representaban mis pecados tan graves. Me estaba allí lo más que me dejaban mis pensamientos, porque eran muchos los que me atormentaban. Muchos años, las más noches, antes que me durmiese –cuando me encomendaba a Dios– siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun antes de ser monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir» (Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, c. 9, 4).

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Breve análisis histórico-artístico de la obra de Goya: "Según la tradición esta obra fue un obsequio de Goya a los Padres Escolapios del colegio de San Antón, Madrid, cuando les pintó el cuadro de La última comunión de San José de Calasanz. Es un boceto del que no se conoce obra definitiva. Sobre fondo negro, como solía hacer el pintor en sus últimas obras religiosas, ha colocado a Cristo arrodillado, con larga túnica blanca, brazos abiertos en cruz y mirada elevada dirigida al ángel que, sosteniendo el cáliz y la patena, vuela amparado por un potente rayo de luz. Jesús, atemorizado, pone su destino en manos del Padre, cuya única respuesta es la visión de esos objetos litúrgicos, preludio de la Pasión".

Fuente: fundaciongoyaenaragon.es

Ver también: artescolapio.org

lunes, 14 de abril de 2025

LA PASIÓN DE CRISTO EN LA PINTURA

Las representaciones artísticas de los padecimientos de Cristo han sido siempre un valioso complemento espiritual a la lectura evangélica de los relatos de la Pasión del Señor. La gran Teresa de Ávila nos cuenta su experiencia: «Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle... Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba» (Vida 9, 1. 3). Contemplar obras maestras de arte sacro que tienen por tema la Pasión del Señor o los dolores de su Madre bendita no solo suscita emociones estéticas ennoblecedoras, sino que hacen brotar del corazón afectos de amor y compasión que consuelan a Cristo en su abandono. Ante los padecimientos de Cristo, San Josemaría aconsejaba: «Míralo, míralo… despacio» (Santo Rosario, 2° misterio doloroso).

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Cristo después de la flagelación. Bartolomé Esteban Murillo

Una «muestra en la producción 'pasionista' de Murillo es el bellísimo Cristo después de la flagelación, también conocido como Cristo flagelado recogiendo sus vestiduras, penosa tarea que lleva a cabo Jesús ante un par de ángeles que son una curiosísima síntesis de grabados manierísticos. Pintado después de 1665, este óleo sobre lienzo conservado en el Museo de Bellas Artes de Boston, es un perfecto ejemplo de la intensidad alcanzada por Murillo en sus interpretaciones del martirio del Redentor, las cuales no perdieron un ápice del éxtasis místico y la sensual belleza que caracterizaron su pintura religiosa.

Aquí el pintor sevillano se ha centrado exclusivamente en el sufrimiento del Mesías, escogiendo el momento inmediatamente posterior al del tormento, una vez que sus torturadores han abandonado la escena. La imagen de Murillo representa la naturaleza humana de Cristo dentro de su divinidad. El artista lo ha colocado humildemente en el suelo y ha pintado su golpeado cuerpo para que su piel parezca casi radiante, a pesar de las heridas y las llagas. Los ángeles muestran tanto la adoración como la compasión por el Cristo torturado, las emociones que la pintura pretendía despertar en sus espectadores».

Fuente: www.lahornacina.com

sábado, 12 de abril de 2025

DOMINGO DE RAMOS. BREVE EXPLICACIÓN CATEQUÉTICA

Entrada de Jesús en Jerusalén. Giotto di Bondone.
Imagen: wikipedia.org

¿Qué misterio se conmemora el Domingo de Ramos?

El Domingo de Ramos se conmemora la entrada triunfante de Jesucristo en Jerusalén seis días antes de su Pasión.

¿Por qué causa quiso Jesucristo entrar triunfante en Jerusalén, antes de su Pasión?

Jesucristo, antes de su Pasión, quiso entrar triunfante en Jerusalén, como, estaba profetizado: 1°, para alentar a sus discípulos, dándoles con ello una prueba manifiesta de que iba a padecer espontáneamente; 2°, para enseñarnos que con su muerte triunfaría del demonio, mundo y carne y nos abriría la entrada del cielo.

¿Por qué el domingo de Semana Santa se llama DOMINGO DE RAMOS?

El domingo de Semana Santa se llama Domingo de Ramos por la procesión que en este día se celebra, en la cual los fieles llevan en la mano un ramo de oliva o de palma.

¿Por qué el Domingo de Ramos se hace la procesión llevando ramos de oliva o de palma?

El Domingo de Ramos se hace la procesión llevando ramos de oliva o de palma para recordar la entrada triunfante de Jesucristo en Jerusalén, cuando las turbas le salieron al encuentro con ramos de palma en las manos.

¿Quiénes fueron los que salieron al encuentro de Jesucristo cuando entró triunfante en Jerusalén?

Cuando Jesucristo entró triunfante en Jerusalén le salió al encuentro el pueblo sencillo y los niños, no ya la gente granada de la ciudad; disponiéndolo así Dios para darnos a entender que la soberbia los hizo indignos de tomar parte en el triunfo de Nuestro Señor, que gusta de la sencillez de corazón, de la humildad y la inocencia.

(Catecismo de San Pío X, Sobre las fiestas del Señor, c. VI).

 

martes, 8 de abril de 2025

MIRAR EL ROSTRO DOLIENTE DE DIOS

Imagen: wikiart.org

«Quiero que penséis que ese rostro, al que escupieron con tanta dureza, era el rostro mismo de Dios; la frente y las cejas ensangrentadas por la corona de espinas, su cuerpo lacerado por el látigo y expuesto a las miradas, las manos clavadas al madero y, después, su costado atravesado por la lanza, eran la sangre y la carne sagrada, y las manos, y las sienes, y el costado, y los pies de Dios mismo, eso era lo que aquella enloquecida muchedumbre estaba mirando. Es una consideración tan tremenda que cuando lleguemos hasta el fondo por primera vez, no podremos pensar en otra cosa. Contemplémosla y, al tiempo, pidamos a Dios que la suavice un tanto, no sea que pueda con nosotros».

(San John H. Newman, Cuaresma con Newman. Once sermones de cuaresma, Phrónimos, c. 6. Versión Kindle). 





 

viernes, 4 de abril de 2025

LA MISERICORDIA DEL BUEN PASTOR

Texto de una carta de San Máximo el Confesor (580-662) en el que resalta la alegría, generosidad y extrema dulzura con que Jesucristo dispensa su misericordia a la oveja perdida o necesitada. Una lágrima, un sollozo, un suspiro, un lamento bastan para atraer sobre nosotros la mirada misericordiosa de Nuestro Salvador.

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«Por ello clamaba: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Y también: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Por ello añadió que había venido a buscar la oveja que se había perdido, y que, precisamente, había sido enviado a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Y, aunque no con tanta claridad, dio a entender lo mismo con la parábola de la dracma perdida: que había venido para restablecer en el hombre la imagen divina empañada con la fealdad de los vicios. Y acaba: Os digo que habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.

Así también, alivió con vino, aceite y vendas al que había caído en manos de ladrones y, desprovisto de toda vestidura, había sido abandonado medio muerto a causa de los malos tratos; después de subirlo sobre su cabalgadura, lo dejó en el mesón para que lo cuidaran, y, si bien dejó lo que parecía suficiente para su cuidado, prometió pagar a su vuelta lo que hubiera quedado pendiente.

Consideró que era un padre excelente aquel hombre que esperaba el regreso de su hijo pródigo, al que abrazó porque volvía con disposición de penitencia, y al que agasajo con amor paterno, sin pensar en reprocharle nada de todo lo que antes había cometido.

Por la misma razón, después de haber encontrado la ovejilla alejada de las cien ovejas divinas, que erraba por montes y collados, no volvió a conducirla al redil con empujones y amenazas, ni de malas maneras, sino que, lleno de misericordia, la puso sobre sus hombros y la volvió, incólume, junto a las otras».

(San Máximo el Confesor, Carta 11; Oficio de Lectura, miércoles de la IV semana de Cuaresma).


 

sábado, 29 de marzo de 2025

BENEDICTO XVI COMENTA LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

El retorno del hijo pródigo. Pompeo Batoni. 

«En la celebración eucarística es Cristo mismo quien se hace presente en medio de nosotros; más aún, viene a iluminarnos con su enseñanza, en la liturgia de la Palabra, y a alimentarnos con su Cuerpo y su Sangre, en la liturgia eucarística y en la Comunión. De este modo viene a enseñarnos a amar, viene a capacitarnos para amar y, así, para vivir. Pero, tal vez digáis, ¡cuán difícil es amar en serio, vivir bien! ¿Cuál es el secreto del amor, el secreto de la vida? Volvamos al evangelio. En este evangelio aparecen tres personas:  el padre y sus dos hijos. Pero detrás de las personas hay dos proyectos de vida bastante diversos. Ambos hijos viven en paz, son agricultores muy ricos; por tanto, tienen con qué vivir, venden bien sus productos, su vida parece buena.

Y, sin embargo, el hijo más joven siente poco a poco que esta vida es aburrida, que no le satisface. Piensa que no puede vivir así toda la vida:  levantarse cada día, no sé, quizá a las 6; después, según las tradiciones de Israel, una oración, una lectura de la sagrada Biblia; luego, el trabajo y, al final, otra vez una oración. Así, día tras día; él piensa:  no, la vida es algo más, debo encontrar otra vida, en la que sea realmente libre, en la que pueda hacer todo lo que me agrada; una vida libre de esta disciplina y de estas normas de los mandamientos de Dios, de las órdenes de mi padre; quisiera estar solo y que mi vida sea totalmente mía, con todos sus placeres. En cambio, ahora es solamente trabajo.

Así, decide tomar todo su patrimonio y marcharse. Su padre es muy respetuoso y generoso; respeta la libertad de su hijo:  es él quien debe encontrar su proyecto de vida. Y el joven, como dice el evangelio, se va a un país muy lejano. Probablemente lejano desde un punto de vista geográfico, porque quiere un cambio, pero también desde un punto de vista interior, porque quiere una vida totalmente diversa. Ahora su idea es:  libertad, hacer lo que me agrade, no reconocer estas normas de un Dios que es lejano, no estar en la cárcel de esta disciplina de la casa, hacer lo que me guste, lo que me agrade, vivir la vida con toda su belleza y su plenitud.

Y en un primer momento —quizá durante algunos meses— todo va bien:  cree que es hermoso haber alcanzado finalmente la vida, se siente feliz. Pero después, poco a poco, siente también aquí el aburrimiento, también aquí es siempre lo mismo. Y al final queda un vacío cada vez más inquietante; percibe cada vez con mayor intensidad que esa vida no es aún la vida; más aún, se da cuenta de que, continuando de esa forma, la vida se aleja cada vez más. Todo resulta vacío:  también ahora aparece de nuevo la esclavitud de hacer las mismas cosas. Y al final también el dinero se acaba, y el joven se da cuenta de que su nivel de vida está por debajo del de los cerdos.

Entonces comienza a recapacitar y se pregunta si ese era realmente el camino de la vida:  una libertad interpretada como hacer lo que me agrada, vivir sólo para mí; o si, en cambio, no sería quizá mejor vivir para los demás, contribuir a la construcción del mundo, al crecimiento de la comunidad humana... Así comienza el nuevo camino, un camino interior. El muchacho reflexiona y considera todos estos aspectos nuevos del problema y comienza a ver que era mucho más libre en su casa, siendo propietario también él, contribuyendo a la construcción de la casa y de la sociedad en comunión con el Creador, conociendo la finalidad de su vida, descubriendo el proyecto que Dios tenía para él.

En este camino interior, en esta maduración de un nuevo proyecto de vida, viviendo también el camino exterior, el hijo más joven se dispone a volver para recomenzar su vida, porque ya ha comprendido que había emprendido el camino equivocado. Se dice a sí mismo:  debo volver a empezar con otro concepto, debo recomenzar.

Y llega a la casa del padre, que le dejó su libertad para darle la posibilidad de comprender interiormente lo que significa vivir, y lo que significa no vivir. El padre, con todo su amor, lo abraza, le ofrece una fiesta, y la vida puede comenzar de nuevo partiendo de esta fiesta. El hijo comprende que precisamente el trabajo, la humildad, la disciplina de cada día crea la verdadera fiesta y la verdadera libertad. Así, vuelve a casa interiormente madurado y purificado:  ha comprendido lo que significa vivir.

Ciertamente, en el futuro su vida tampoco será fácil, las tentaciones volverán, pero él ya es plenamente consciente de que una vida sin Dios no funciona:  falta lo esencial, falta la luz, falta el porqué, falta el gran sentido de ser hombre. Ha comprendido que sólo podemos conocer a Dios por su Palabra. Los cristianos podemos añadir que sabemos quién es Dios gracias a Jesús, en el que se nos ha mostrado realmente el rostro de Dios.

El joven comprende que los mandamientos de Dios no son obstáculos para la libertad y para una vida bella, sino que son las señales que indican el camino que hay que recorrer para encontrar la vida. Comprende que también el trabajo, la disciplina, vivir no para sí mismo sino para los demás, alarga la vida. Y precisamente este esfuerzo de comprometerse en el trabajo da profundidad a la vida, porque al final se experimenta la satisfacción de haber contribuido a hacer crecer este mundo, que llega a ser más libre y más bello.

No quisiera hablar ahora del otro hijo, que permaneció en casa, pero por su reacción de envidia vemos que interiormente también él soñaba que quizá sería mucho mejor disfrutar de todas las libertades. También él en su interior debe "volver a casa" y comprender de nuevo qué significa la vida; comprende que sólo se vive verdaderamente con Dios, con su palabra, en la comunión de su familia, del trabajo; en la comunión de la gran familia de Dios. No quisiera entrar ahora en estos detalles:  dejemos que cada uno se aplique a su modo este evangelio. Nuestras situaciones son diversas, y cada uno tiene su mundo. Esto no quita que todos seamos interpelados y que todos podamos entrar, a través de nuestro camino interior, en la profundidad del Evangelio.

Añado sólo algunas breves observaciones. El evangelio nos ayuda a comprender quién es verdaderamente Dios:  es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama sin medida. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no menoscaban la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Confesión podemos recomenzar siempre de nuevo con la vida:  él nos acoge, nos devuelve la dignidad de hijos suyos. Por tanto, redescubramos este sacramento del perdón, que hace brotar la alegría en un corazón que renace a la vida verdadera.

Además, esta parábola nos ayuda a comprender quién es el hombre:  no es una "mónada", una entidad aislada que vive sólo para sí misma y debe tener la vida sólo para sí misma. Al contrario, vivimos con los demás, hemos sido creados juntamente con los demás, y sólo estando con los demás, entregándonos a los demás, encontramos la vida. El hombre es una criatura en la que Dios ha impreso su imagen, una criatura que es atraída al horizonte de su gracia, pero también es una criatura frágil, expuesta al mal; pero también es capaz de hacer el bien.

Y, por último, el hombre es una persona libre. Debemos comprender lo que es la libertad y lo que es sólo apariencia de libertad. Podríamos decir que la libertad es un trampolín para lanzarse al mar infinito de la bondad divina, pero puede transformarse también en un plano inclinado por el cual deslizarse hacia el abismo del pecado y del mal, perdiendo así también la libertad y nuestra dignidad.

Queridos amigos, estamos en el tiempo de la Cuaresma, de los cuarenta días antes de la Pascua. En este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos ayuda a recorrer este camino interior y nos invita a la conversión que, antes que ser un esfuerzo siempre importante para cambiar nuestra conducta, es una oportunidad para decidir levantarnos y recomenzar, es decir, abandonar el pecado y elegir volver a Dios.

Recorramos juntos este camino de liberación interior; este es el imperativo de la Cuaresma. Cada vez que, como hoy, participamos en la Eucaristía, fuente y escuela del amor, nos hacemos capaces de vivir este amor, de anunciarlo y testimoniarlo con nuestra vida. Pero es necesario que decidamos ir a Jesús, como hizo el hijo pródigo, volviendo interior y exteriormente al padre. Al mismo tiempo, debemos abandonar la actitud egoísta del hijo mayor, seguro de sí, que condena fácilmente a los demás, cierra el corazón a la comprensión, a la acogida y al perdón de los hermanos, y olvida que también él necesita el perdón.

Que nos obtengan este don la Virgen María y san José, mi patrono, cuya fiesta celebraremos mañana, y a quien ahora invoco de modo particular por cada uno de vosotros y por vuestros seres queridos». 

Fuente: www.vatican.va 

 


 

martes, 25 de marzo de 2025

LA EXTRAORDINARIA CORTESÍA DE DIOS

La Anunciación de Caravaggio

Extracto de la homilía pronunciada por Benedicto XVI en la Basílica de la Anunciación (Nazaret) durante la celebración de las Vísperas el jueves 14 de mayo de 2009.

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«L0 que sucedió aquí en Nazaret, lejos de la mirada del mundo, fue un acto singular de Dios, una poderosa intervención en la historia, a través de la cual un niño fue concebido para traer la salvación al mundo entero. El prodigio de la Encarnación continúa desafiándonos a abrir nuestra inteligencia a las ilimitadas posibilidades del poder transformador de Dios, de su amor a nosotros, de su deseo de estar unido a nosotros. Aquí el Hijo eterno de Dios se hizo hombre, permitiéndonos a nosotros, sus hermanos y hermanas, compartir su filiación divina. Ese movimiento de abajamiento de un amor que se vació a sí mismo, hizo posible el movimiento inverso de exaltación, en el cual también nosotros fuimos elevados para compartir la misma vida de Dios (cf. Flp 2, 6-11).

El Espíritu que "vino sobre María" (cf. Lc 1, 35) es el mismo Espíritu que aleteó sobre las aguas en los albores de la creación (cf. Gn 1, 2). Esto nos recuerda que la Encarnación fue un nuevo acto creador. Cuando nuestro Señor Jesucristo fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María, Dios se unió con nuestra humanidad creada, entrando en una nueva relación permanente con nosotros e inaugurando la nueva creación. El relato de la Anunciación ilustra la extraordinaria cortesía de Dios (cf. Madre Juliana de Norwich, Revelaciones 77-79). Él no impone su voluntad, no predetermina sencillamente el papel que María desempeñará en su plan para nuestra salvación: él busca primero su consentimiento. Obviamente, en la creación original Dios no podía pedir el consentimiento de sus criaturas, pero en esta nueva creación lo pide. María representa a toda la humanidad. Ella habla por todos nosotros cuando responde a la invitación del ángel.

San Bernardo describe cómo toda la corte celestial estuvo esperando con ansiosa impaciencia su palabra de consentimiento gracias a la cual se consumó la unión nupcial entre Dios y la humanidad. La atención de todos los coros de los ángeles se redobló en ese momento, en el que tuvo lugar un diálogo que daría inicio a un nuevo y definitivo capítulo de la historia del mundo. María dijo: Hágase en mí según tu palabra. Y la Palabra de Dios se hizo carne».

Fuente: vatican.va