domingo, 12 de enero de 2025

POR QUÉ CRISTO QUISO SER BAUTIZADO

Fue conveniente que Cristo fuera bautizado:

Primero, porque, como dice Ambrosio, el Señor fue bautizado, no porque quisiera ser purificado, sino para purificar las aguas, a fin de que, purificadas ellas por la carne de Cristo, que no conoció el pecado, tuvieran la virtud de bautizar; y así dejarlas santificadas para los que después habían de ser bautizados, como escribe el Crisóstomo.

Segundo, porque, como dice el mismo Crisóstomo, aunque Cristo no fuese pecador, recibió, sin embargo, una naturaleza pecadora y una ‘semejanza de carne de pecado’ (cf. Rom 8, 3). Por esto, aunque no necesitaba del bautismo en favor de sí mismo, lo necesitaba, no obstante, la naturaleza carnal en los demás. Y, como escribe Gregorio Nacianceno, Cristo fue bautizado para sumergir en el agua a todo el viejo Adán.

Tercero, quiso ser bautizado, como dice Agustín en un Sermón De Epiphania, porque quiso hacer Él mismo lo que mandó que habían de hacer todos. Y esto es lo que Él mismo dice: Así conviene que cumplamos toda justicia (Mt 3, 15). Como escribe Ambrosio, esta es la justicia: Que comiences por hacer tú primero lo que quieres que haga el otro, y que animes a los demás con tu ejemplo. (Santo Tomás de Aquino, S Th., III, q. 39, a. 1, c.).


miércoles, 1 de enero de 2025

MARÍA, CASA DE ORO

Sancta María, Mater Dei et Domus aurea, ora pro  nobis

Con mucha razón los cristianos han invocado desde antiguo a la Madre de Dios con el título de Casa de Oro. Porque si bien Belén y Nazaret fueron moradas pobres y humildes, Dios construyó para sí en María una mansión espléndida de oro puro donde naciera y habitara su Verbo hecho carne. Una casa hecha con el oro purísimo de la gracia, de la santidad y de la virtud. Piadosa para este tiempo de Navidad me parece la siguiente reflexión de San John H. Newman sobre el título mariano de Domus Aurea.

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«¿Por qué se le llama Casa? ¿Y por qué dorada? El oro es el más hermoso y valioso de todos los metales. La plata, el cobre, y el bronce pueden a su modo ser buenos a la vista, pero nada es tan rico y espléndido como el oro. Tenemos pocas oportunidades de verlo en cantidad, pero cualquiera que haya visto un gran número de brillantes monedas de oro sabe qué magnífica es la visión del oro. Por eso en la Escritura a la Ciudad Santa se le llama la Dorada, de modo figurado. Dice San Juan: «La Ciudad es de oro puro, semejante al cristal puro» (Apoc 21, 18). Él quiere, por supuesto, darnos una idea de la maravillosa belleza del cielo comparándolo con la más bella de todas las sustancias que vemos en la tierra.

Por lo tanto, María es llamada también dorada, porque su gracia, sus virtudes, su inocencia, su pureza son de un brillo trascendente y de una deslumbrante perfección de tan alto precio y tan exquisita, que los ángeles, por así decir, no pueden quitar sus ojos de ella, más de lo que nosotros podemos evitar la contemplación de cualquier gran objeto de oro.

Pero más aún, ella es una casa de oro, o mejor aún, un palacio de oro. Imaginémonos delante de un conjunto palaciego o una inmensa iglesia hechos de oro, desde los cimientos hasta el techo. Tal es María en cuanto al número, variedad y extensión de sus excelencias espirituales.

Pero obsérvese, además, que ella es casa dorada, o bien debería decir palacio dorado. Imaginemos que hemos visto un palacio entero o una gran iglesia hechos de oro desde los cimientos hasta el techo. Tal es María en cuanto al número, la variedad y la extensión de sus excelencias espirituales. Pero ¿por qué llamarla casa o palacio? ¿Y palacio de quién? Ella es la casa y el palacio del Gran Rey, de Dios mismo. Nuestro Señor, el Hijo de Dios igual al Padre, habitó en ella una vez. Fue su Huésped. Pero más que un huésped, pues éste entra y sale de una casa, pero nuestro Señor nació realmente en esta santa casa. Asumió su carne y su sangre de esta casa, de la carne y las venas de María. Por tanto, fue correcto que debiera ser hecha de oro puro, pues ella iba a dar ese oro para formar el cuerpo del Hijo de Dios. Fue dorada en su concepción y dorada en su nacimiento, y pasó por el fuego de sus sufrimientos como el oro en el crisol, y desde que fue asunta a los cielos está, como dice nuestro himno, por encima de todos los Ángeles en la gloria inefable, de pie junto al Rey y vestida de oro».



(San John H. Newman, Meditaciones y devociones, Buenos Aires 2007, p. 40)

 

sábado, 28 de diciembre de 2024

TODAVÍA NO HABLAN Y YA CONFIESAN A CRISTO

Masacre de los inocentes. Nicolás Poussin

«Nace un niño pequeño, un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen para adorar al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian que ha nacido un Rey, Herodes se turba, y, para no perder su reino, lo quiere matar; si hubiera creído en él, estaría seguro aquí en la tierra y reinaría sin fin en la otra vida.

¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños.

Ni el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida.

Pero aquél, fuente de la gracia, pequeño y grande, que yace en el pesebre, aterroriza tu trono; actúa por medio de ti, que ignoras sus designios, y libera las almas de la cautividad del demonio. Ha contado a los hijos de los enemigos en el número de los adoptivos.

Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la salvación.

Pero tú, Herodes, ignorándolo, te turbas y te ensañas y, mientras te encarnizas con un niño, lo estás enalteciendo y lo ignoras.

¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria».

(De los sermones de san Quodvultdeus, obispo. Sermón 2 sobre el Símbolo: PL 40, 655).


 

viernes, 27 de diciembre de 2024

PIADOSA MEDITACIÓN SOBRE EL APÓSTOL JUAN

San Juan Evangelista 
de Jusepe Leonardo

«San Juan, eres tú el discípulo del amor. Eres quien ha escrito: ‘El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad’.

Pedro es la fogosidad, pero tú eres el amor. Y, sin duda, convenía más Pedro para ser el Jefe de la Iglesia, pero eres tú quien ha seguido a Jesús camino del Calvario.

Y, por ser amante, eres también ‘el discípulo a quien amaba Jesús’. Y cuando hablaba Jesús, tú eras el que primero entendía. En la mañana de la Resurrección, cuando se trataba de ver si la tumba había quedado verdaderamente vacía, eras quien más a prisa corría, y cuando Jesús se apareció al borde del lago, tú fuiste el que dijo primero: ‘Es el Maestro’.

En el Colegio apostólico eres tú la intuición del corazón.

Tu evangelio es el evangelio del amor. Eres quien nos ha transmitido, no solo el discurso anunciando la Eucaristía, sino también el discurso que siguió a la Cena, que es el supremo mensaje del amor.

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San Juan, el más dulce entre los discípulos, en la tradición iconográfica se te simboliza con el águila, el pájaro real que se cierne sobre las cumbres. El vuelo del amor sobrepasa a todos los vuelos.

Y has llegado a vivir más que todos los demás. En tus últimos días, según cuenta la tradición, no tenías ya más que un precepto en los labios: ‘Hijitos míos, amaos los unos a los otros’.

Y por ser el discípulo del amor, ha existido un lazo especial entre la Virgen y tú. A creer todavía en la tradición, es junto a ti a donde vino a consumir sus últimos días en la tierra; a ti es a quien Jesús la confió, tú eras quien nos representaba a todos nosotros cuando desde la cruz musitó, poco antes de expirar: ‘Hijo he ahí a tu madre’ y ‘Madre, he ahí a tu hijo’».

(Jacques Leclercq, Siguiendo el año litúrgico, Madrid 1957, p. 93).


 

jueves, 26 de diciembre de 2024

MISA TRADICIONAL DE NAVIDAD EN SANTIAGO DE CHILE

Nuestra Señora de la Victoria
Santiago de Chile

Publico algunas fotografías de la Santa Misa celebrada ayer, fiesta de la Natividad del Señor, en la iglesia Nuestra Señora de la Victoria de Santiago. La Misa estuvo presidida por el padre Jorge Herrera y concluyó con el siempre emotivo rito de la adoración del Niño-Dios. La belleza de los ornamentos, del canto y de la liturgia en general, parecían unirse al regocijo de los ángeles por el nacimiento del Salvador: Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis.

Es justo manifestar un agradecido reconocimiento a la Asociación Magníficat que por más de medio siglo ha promovido la celebración del Vetus Ordo en Chile; asimismo, al Cardenal Fernando Chomalí por su interés en que no dejen de ofrecerse a los fieles las riquezas litúrgicas contenidas en el misal de 1962 promulgado por San Juan XXIII. Ojalá cada diócesis pudiera ofrecer también el agua cristalina de esta liturgia que apaga la sed de muchos corazones.  

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martes, 24 de diciembre de 2024

«MIRAD QUE TENEMOS A CRISTO CONVERTIDO EN NIÑO; CREZCAMOS CON ÉL»

Pedro Pablo Rubens. Adoración de los pastores

En sus sermones de Navidad San Agustín se complace en presentar el doble nacimiento de Cristo: su nacimiento eterno del Padre y su nacimiento terreno de la Madre. Con su maestría retórica y su sabia piedad, Agustín recrea en hermosos textos la paradoja que la providencia divina ha inaugurado en Belén: Dios se humilla y abaja para ensalzarnos y levantarnos. La contemplación de este proceder divino es camino fácil para cautivar nuestro corazón y ofrecerlo en adoración al Niño-Dios.

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«Yace en un pesebre, pero contiene al mundo; toma el pecho, pero alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, pero nos reviste de inmortalidad; es amamantado, pero también adorado; no halla lugar en el establo, pero se construye un templo en los corazones de los creyentes. Para que la debilidad se hiciera fuerte, se hizo débil la fortaleza. Sea objeto de admiración, antes que de desprecio, su nacimiento en la carne y reconozcamos en ella la humildad, por causa nuestra, de tan grande excelsitud. Encendamos en ella nuestra caridad para llegar a su eternidad». (San Agustín, Sermón 190, 4).

«Al hacerse carne, el Verbo del Padre que hizo los tiempos hizo para nosotros en el tiempo el día de su nacimiento. Por su nacimiento humano quiso reservarse un día aquel sin cuya voluntad divina no transcurre ni un solo día. Existiendo junto al Padre, precede a todos los siglos; al nacer de madre, se introdujo en este día en el curso de los años. Se hizo hombre quien hizo al hombre. De esa manera toma el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el pan, sed la fuente; duerme la luz; el camino se fatiga en la marcha; falsos testigos acusan a la verdad, un juez mortal juzga al juez de vivos y muertos, gente injusta condena a la justicia; la disciplina es castigada con azotes, el racimo coronado de espinas, la base colgada de un madero; la fortaleza aparece debilitada, la salud herida, la vida muerta. Ni él que por nosotros sufrió tantos males hizo mal alguno, ni nosotros que por él recibimos tantos bienes merecíamos bien alguno. Con todo, para librarnos a nosotros, a pesar de ser indignos, aceptó sufrir tales ignominias y otras parecidas. Con esa finalidad, el que existía como hijo de Dios desde antes de los siglos sin un primer día, se dignó hacerse hijo del hombre en los últimos días. Y nacido del Padre sin ser hecho por él, fue hecho en la madre que él había hecho. Comenzó a existir aquí al nacer de aquella que nunca y en ningún lugar hubiera podido existir a no ser por él» (San Agustín, Sermón 191, 1).

Francisco Zurbarán. Virgen con el Niño

«Cuando se nos leyó el evangelio, escuchamos las palabras mediante las cuales los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Señor Jesucristo de una virgen: Gloria a Dios en los cielos, y paz a los hombres de buena voluntad. Palabras de fiesta y de congratulación no sólo para la única mujer cuyo seno había dado a luz al niño, sino también para el género humano, en cuyo beneficio la virgen había alumbrado al Salvador. En verdad era digno y de todo punto conveniente que la que había procreado al Señor de cielo y tierra, habiendo permanecido virgen después de dar a luz, viera celebrado su alumbramiento no con ritos humanos realizados por algunas humildes mujeres, sino con divinos cánticos de alabanza de los ángeles. Por lo tanto, digámoslo también nosotros, y digámoslo con el mayor regocijo que nos sea posible; nosotros que no anunciamos su nacimiento a pastores de ovejas, sino que lo celebramos en compañía de sus ovejas; digamos también nosotros -repito- con un corazón lleno de fe y con voz devota: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Meditemos con fe, esperanza y caridad estas palabras divinas, este cántico de alabanza a Dios, este gozo angélico, considerado con toda la atención de que seamos capaces. Tal como creemos, esperamos y deseamos, también nosotros seremos «gloria a Dios en las alturas» cuando, una vez resucitado el cuerpo espiritual, seamos llevados al encuentro con Cristo en las nubes, a condición de que ahora, mientras nos hallamos en la tierra, busquemos la paz con buena voluntad. (San Agustín, Sermón 193, 1)

«El Señor Jesús quiso ser hombre por nosotros. No os parezca vil la misericordia: es la Sabiduría que yace en la tierra. En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. ¡Oh alimento y pan de los ángeles! Tú llenas a los ángeles, tú los sacias sin que sientan hastío; de ti reciben la vida, la sabiduría, la felicidad. ¿Dónde te hallas por mí? En un establo angosto, envuelto en pañales, en un pesebre. ¿Por quién? Quien gobierna los astros toma el pecho; sacia a los ángeles, habla en el seno del Padre y calla en el seno de la madre. Pero, en el momento oportuno, ha de hablar para llenarnos de su evangelio. Por nosotros ha de padecer, por nosotros ha de morir; para dejarnos un ejemplo del premio que nos espera ha de resucitar; ante los ojos de sus discípulos ha de subir al cielo, y del cielo ha de volver para el juicio. Mirad, el que yacía en el pesebre se empequeñeció, pero no desapareció: recibió lo que no era, pero permaneció en lo que era. Ved que tenemos a Cristo convertido en niño; crezcamos con él» (San Agustín, Sermón 196, 3).



 


viernes, 13 de diciembre de 2024

ORACIÓN A SANTA LUCÍA

Imagen: wikipedia.org

Santa Lucía, que de la luz recibiste tu nombre, a Ti confiadamente acudo para que me alcances la luz celestial que me preserve del pecado y de las tinieblas del error.

También te imploro me conserves la luz de mis ojos, con una abundante gracia para usar de ellos según la voluntad de Dios.

Haz, Santa Lucía, que, después de haberos venerado y haber agradecido este ruego, pueda finalmente gozar en el Cielo de la luz eterna de Dios.