¿Cómo
ha sido su descubrimiento de la Forma Extraordinaria del Rito Romano?
¡Simplemente
por obediencia a mi arzobispo! En el año 2007, el cardenal Vingt-Trois me
nombró vicario en la parroquia de Saint-Eugène, bien conocida en el mundo
tradicional. Notificado por Pascua, pude aprender el usus antiquior con
los monjes de la abadía de Triors. Debo decir que sintonicé inmediatamente. Necesité
una semana de práctica para poder decir mi primera misa rezada, luego de 18
años de ordenación en los que ya practicaba, en privado, la versión original
del Misal de 1969. Durante algunos años seguí utilizando para mi oración
personal la Liturgia Horarum, que había practicado desde mis años de
seminario en Roma. Antes de cambiar al Breviario de 1960 luego de mis años en
San Eugenio...
En cuanto sacerdote, ¿qué
piensa usted de esta forma litúrgica como expresión de la fe?
Durante mi
aprendizaje en Triors, quedé impresionado por la precisión de los ritos que, al
envolver al celebrante –también a la comunidad– con sus rúbricas, hacen
comprender mejor a ambos la grandeza del misterio que se realiza en el altar. Ello
significa que la liturgia no es algo que se fabrica, sino algo que se recibe, y
esto al término de un desarrollo homogéneo que subraya su antigüedad
fundamental. Es el misterio de la tradición litúrgica. Los ritos que rodean la
actualización del sacrificio único de Cristo por el sacerdote (cf. Epístola a
los Hebreos) ponen especialmente de relieve la presencia real en las oblatas.
¡Un llamado de fe, a cada genuflexión!
Otro aspecto
–el de la orientación, a decir verdad, siempre presente en la versión latina
del Misal de 1969– es el recuerdo de que la misa no es una amena conversación
de salón, sino un acto de culto rendido a Aquel que está entronizado «más allá
del velo» (cf. nuevamente la Epístola a los Hebreos). El sacerdote tiene
entonces conciencia de ser el pastor que guía a su rebaño (representando al
«Supremo Pastor de las ovejas», según la expresión de san Pedro) hacia el
Padre, ofreciendo a su vez el sacrificio de propiciación que da precisamente
acceso al cielo. No es sólo un maestro frente a una audiencia...
¿En
qué medida –según su opinión– esta forma litúrgica contribuye a alimentar la fe
del sacerdote y de los fieles?
El usus
antiquor, cuando se celebra con recogimiento, nos recuerda que la liturgia
no nos pertenece; que nuestras celebraciones, como dicen los prefacios, son una
participación en la liturgia celestial. La multiplicidad de los ritos de la
Misa hace que en este ámbito el sacerdote sea más un servidor que un maestro.
Las repeticiones, las redundancias mismas, me recuerdan el balbuceo de los
profetas del Antiguo Testamento ante la trascendencia divina, cuando ella se
les manifestaba; en la liturgia nos encontramos sobrecogidos, nos tapamos la
boca con nuestra mano frente al Misterio, como en el pasado Jeremías o
Ezequiel. Es también el sentido del canto –y Joseph Ratzinger lo ha señalado en
muchas ocasiones– que sublima la palabra, superada por la profundidad de lo que
acontece; sublimación que termina en el silencio del canon, a veces velado por
los motetes que acompañan su recitación.
Nosotros
«entramos en el canon», cruzando el «velo» (siempre la Epístola a los Hebreos)
o la «nube» (Moisés). En la liturgia tradicional, cuyos ritos orquestan este
apofatismo, hay algo de mistagógico, una iniciación al Misterio que sobrepasa
toda expresión y domina toda celebración. El velo impuesto por los ritos, los
ornamentos, el silencio, el latín, la música sacra, es un poco como el iconostasio
de las liturgias orientales, con las que la liturgia tradicional tiene tantos
puntos en común, más en todo caso que la nueva.
El
motu proprio «Summorum Pontificum» de Benedicto XVI pretendía, entre otras
cosas, facilitar un enriquecimiento mutuo de las dos formas del rito. ¿Cómo
percibe este enriquecimiento en el marco de su apostolado?
El Papa
Benedicto XVI ha hecho algunas propuestas de enriquecimiento de la forma
extraordinaria que son una manera discreta de sugerir que no se trata de una pieza
de museo, sino que, situada en la historia, como toda realidad humana, es
susceptible de evolución. La tradición nunca ha dejado de evolucionar.
Benedicto XVI había propuesto actualizar el calendario litúrgico, introducir (o
reintroducir) algunos prefacios o formularios de misas. Creo que la
Congregación para la Doctrina de la Fe trabaja con cautela en ello. Pero,
inversamente, el descubrimiento de la forma extraordinaria permite comprender
mejor el origen y los gestos de los ritos de la forma ordinaria, ya que la
concisión de las rúbricas del Misal de 1969 crea una nebulosa que fomenta la
creatividad a veces desafortunada del celebrante, incluso cuando quiere hacerlo
bien. Podemos inspirarnos en los ritos y gestos de la antigua liturgia para dar
más consistencia a la nueva, a veces un poco escasa en su ritualidad...
Observo que
en las parroquias «bi-ritualistas» por las que he pasado, la celebración de la
forma ordinaria ha ganado en solemnidad, hasta el punto de que algunos
feligreses cambian de una forma a otra. Me parece que el hecho de que los
mismos sacerdotes, como es el caso, celebren ambas formas, permite también
derribar prejuicios.
La
Forma Extraordinaria va a la par con lo que se denomina «Tradición». Aparte del
rito, ¿se manifiesta esta Tradición en el apostolado con los fieles (catecismo,
escautismo, cantos, ayudar misas, compromisos parroquiales, de parejas)? ¿Qué
frutos le atribuye?
El Motu
proprio ha permitido celebrar el conjunto de los sacramentos según la forma
tradicional. Esto permite tener una pastoral más homogénea: bautismo,
confirmación, eucaristía, y también matrimonio, unción y funerales, sin
olvidar, por supuesto, la confesión. El hecho de confesar durante la misa
facilita el acceso a este sacramento de personas que vienen a menudo de lejos
para frecuentar nuestras parroquias. En las parroquias «bi-ritualistas», las
actividades de formación, las peregrinaciones, los servicios tienen
frecuentemente una formación compuesta: unos aprenden de otros y viceversa.
Algunos grupos están más específicamente ligados a una forma en particular.
De modo
particular insistiría en dos realidades que me han marcado más: la música y el
servicio al altar. La celebración dominical de la liturgia antigua es exigente
en el plano musical y a menudo se traduce en la puesta en marcha de un coro de
buen nivel. Es también un instrumento de apostolado, ad extra (una liturgia
enaltecida) y ad intra (los coristas progresan en su fe y en las
virtudes propias de la pertenencia a un grupo exigente). Lo mismo ocurre con el
servicio al altar, mucho más exigente en la forma extraordinaria, que lleva a
cierto número de acólitos a descubrir, a lo largo de las celebraciones, una
vocación sacerdotal o religiosa.
El uso
del latín en la liturgia a menudo desconcierta a los fieles que se preguntan sobre
este rito. Algunos lo ven como un obstáculo a la comprensión y, por tanto, a la
unidad. ¿Es una constatación que usted también ha hecho?
Está claro
que el latín ya no se comprende fácilmente y en lo personal estoy lejos de ser
un buen latinista. Pero no hay que exagerar esta dificultad; la Vulgata
no es tan hermética a los oídos franceses (o españoles, N. del T.), y
la mayor parte de los textos del ordinario son fáciles de memorizar. Como dice
santo Tomás de Aquino, no es necesario comprender todo en detalle para poder
rezar durante la liturgia. En algunas parroquias se puede disponer de un
folleto bilingüe que facilita la integración de las personas que están de paso y
no disponen de misal. Esta puede ser una forma de alentar a quienes la falta de
comprensión de los textos pudiera llegar a constituir un obstáculo insuperable. Pero
en general los que aprecian la atmósfera de la liturgia tradicional no se dejan paralizar por esto, y el lado misterioso de una lengua que apenas se entiende
puede incluso incrementar el encanto...
No voy a detenerme ahora en todas las ventajas que se pueden encontrar en el latín. Citaré
solo dos de las que he tenido experiencia: es la lengua de la unidad (nos
damos cuenta de ello cuando viajamos o cuando vienen extranjeros a nuestra parroquia);
y es la lengua que ha llegado a ser sagrada (mientras que la lengua vernácula
es también la de lo «corriente»). Para un mejor conocimiento del latín
litúrgico, hay a veces en las parroquias cursos de iniciación, basados en
textos muy bien preparados.
¿Qué
aporta el uso del misal a los fieles que asisten a la misa según esta forma?
En los
lugares donde no hay un folleto bilingüe, el misal suple. Pero el interés de un
misal no se limita a la comprensión de lo que se escucha en un determinado momento.
También permite familiarizarse con la liturgia (su ciclo y su ordinario, su
común y su propio); puede servir de apoyo a la oración silenciosa por la
meditación de los textos litúrgicos que contiene. Tiene una dimensión
catequética, que a menudo incluye una introducción a los diversos sacramentos y
oficios, notas sobre los santos y las fiestas, oraciones y cantos habituales, e
incluso extractos del catecismo. En resumen, es un vademécum precioso,
enriquecido con recuerdos e imágenes. ¡Y no se olvide de poner su nombre y
dirección si quiere encontrarlo luego de haberlo olvidado en un banco o una
silla!
Segunda parte: aquí