«Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et
homo factus est»;
tal como lo mandan las rúbricas para la fiesta de la Anunciación, el Papa
Francisco se arrodilló, con notable esfuerzo de su parte, mientras se cantaba
este artículo del Credo durante la misa en el parque de Monza, en Milán. Recogido
y reverente, como quien desea abrazar a Cristo simbolizado en el altar, el Santo Padre permaneció en oración. Nunca su
figura me ha parecido tan grande y majestuosa.
jueves, 30 de marzo de 2017
sábado, 25 de marzo de 2017
MARÍA, LA PUERTA POR LA QUE EL SEÑOR ENTRÓ EN LA TIERRA
«María
pertenecía a la parte del pueblo de Israel que en el tiempo de Jesús esperaba
con todo su corazón la venida del Salvador, y gracias a las palabras y a los
gestos que nos narra el Evangelio podemos ver cómo ella vivía realmente según
las palabras de los profetas. Esperaba con gran ilusión la venida del Señor,
pero no podía imaginar cómo se realizaría esa venida. Quizá esperaba una venida
en la gloria. Por eso, fue tan sorprendente para ella el momento en el que el
arcángel Gabriel entró en su casa y le dijo que el Señor, el Salvador, quería
encarnarse en ella, de ella, quería realizar su venida a través de ella.
Podemos imaginar la conmoción de la Virgen. María, con un gran acto de fe y de
obediencia, dijo “sí”: “He aquí la esclava del Señor”. Así se convirtió en “morada”
del Señor, en verdadero “templo” en el mundo y en “puerta” por la que el Señor
entró en la tierra. (Benedicto XVI, Homilía 26-XI-2005)
Fuente: vatican.va
jueves, 23 de marzo de 2017
REMORDIMIENTOS POSTCONCILIARES
En
el libro Benedicto XVI. Últimas
conversaciones, Peter Seewald hace notar a su entrevistado cómo su optimismo
inicial por los resultados del Concilio devino muy prontamente en escepticismo
y desencanto. Recuerda una frase dicha por él en una clase en Tubinga durante
el año 1967, donde advierte que la fe cristiana se encuentra envuelta «por una
niebla de incertidumbre… como en pocas ocasiones anteriores en la historia».
Era
inevitable que al caos doctrinal, litúrgico y disciplinar que siguió al Concilio
no dejara de tocar la conciencia de quienes habían jugado un papel protagónico
en las reformas conciliares. Por lo mismo, el confidente del Papa emérito le
pregunta derechamente:
«Como participante en
todo ello, como corresponsable, ¿no siente uno remordimientos»?
«Uno
sí que se pregunta si lo ha hecho bien. En especial cuando el conjunto se salió
de quicio en tan gran medida, esa fue una pregunta que ciertamente me
planteaba. El cardenal Frings sintió después remordimientos muy intensos. Pero
yo siempre tuve la conciencia de que cuanto de hecho habíamos dicho y
conseguido sacar adelante era correcto y además debía de acaecer. En sí,
actuamos correctamente, aunque sin duda no previmos bien las consecuencias
políticas y las repercusiones fácticas. Se pensó en exceso en lo teológico y no
se reflexionó sobre la repercusión que tendrían esas decisiones» (Benedicto
XVI, Últimas Conversaciones, Ed.
Mensajero, Bilbao 2016, p. 181).
Me
gusta la sencillez y transparencia de la respuesta de Benedicto XVI. Y recojo
esta simple lección: escarmentemos en cabeza ajena; no sea que por falta de
reflexión y previsión muchos monseñores, en el atardecer de sus vidas, se vean
atormentados por la angustia de fuertes remordimientos postsinodales.
domingo, 19 de marzo de 2017
SAN JOSÉ, GUARDIÁN DE LOS TESOROS DE DIOS
Gaspar Miguel de Berrio, El Patrocinio de San José (1737)
Museo Nacional de Bellas Artes
Santiago de Chile
«Así
como Dios estableció al Patriarca José, hijo de Jacob, gobernador de todo
Egipto para asegurar al pueblo el trigo que necesitaba para vivir, así también,
cuando se cumplieron los tiempos en que el Eterno decidió enviar a la tierra a
su Hijo único para rescatar el mundo, escogió otro José, del cual era figura el
primero, estableciéndole señor y príncipe de su casa y de sus bienes y constituyéndole
guardián de sus más preciosos tesoros» (Beato Pío IX, Decreto Quemadmodum Deus (1870),
por el que proclama a San José Patrono de la Iglesia Universal).
jueves, 16 de marzo de 2017
RESPUESTA AL RELATIVISMO DEL PADRE SOSA (II)
Jesús
(non) dixit: el jesuita que ofende a Cristo (II)
por
Antonio Livi (24-02-2017)
(Continuación de la entrada anterior)
Fuente: La nuova Bussola quotidiana
Nosotros, católicos, sabemos que tenemos que
leer el Antiguo y el Nuevo Testamento a la luz de la doctrina de la Iglesia,
porque pertenece a ella darnos la Sagrada Escritura, garantizando su
inspiración divina; y es ella la que nos proporciona la interpretación
auténtica, cada vez que sea necesaria una interpretación con el fin de hacer
comprensible el mensaje de salvación a los hombres de un determinado contexto
histórico–cultural.
Nosotros, católicos, a diferencia de Lutero
y de todos aquellos protestantes que han seguido su metodología teológica
(radicalmente herética), no nos basamos en el ilógico principio de la “Sola
Scriptura” y del “libre examen”; tampoco vemos ningún motivo lógico para oponer
la Biblia al Magisterio y el Magisterio a la Biblia. Nosotros, católicos,
tenemos razones para creer, más allá de toda duda razonable, a la autoridad
doctrinal de la Iglesia que nos ha dado las Sagradas Escrituras, asegurándonos
de que es verdaderamente la “palabra de Dios”, en cuanto que es Dios mismo el
autor principal y los hagiógrafos, que han escrito bajo la inspiración del
Espíritu Santo, los autores secundarios o instrumentales.
Esto significa, contra el relativismo
profesado por el padre Sosa, que lo que se lee en la Sagrada Escritura es
absolutamente cierto, es la verdad de los misterios sobrenaturales que Dios nos
ha revelado gradualmente: primero a través de los profetas, y luego de modo
definitivo en la misma persona de Dios Hijo. Siempre debe tenerse en cuenta que
los textos de la Escritura, por el hecho de contener la revelación de los
misterios sobrenaturales, de suyo inefables, proporcionan a los creyentes el
suficiente conocimiento (analógico) de lo divino que les permite encontrar en
Cristo “el camino, la verdad y la vida”.
Por su esencial finalidad
salvífica
los textos de la Escritura no están “abiertos” a cualquier tipo de
interpretación, tampoco en contradicción con su significado textual, que por lo
general es claro e inequívoco (el mismo significado claro e inequívoco que
tienen las fórmulas dogmáticas que a lo largo de los siglos la Iglesia ha ido
definiendo). No es verdadero lo que sostenía hace algunos decenios el
protestante suizo Karl Jaspers, de que “en la Biblia, del punto de vista
doctrinal, se puedo encontrar todo y lo contrario de todo”.
Cuando sucede que el
significado textual
de un pasaje bíblico es susceptible de diversas interpretaciones, es la misma
Iglesia la llamada a proporcionar una interpretación “auténtica”, esto es,
conforme al entero conjunto orgánico de la doctrina revelada (analogia fidei).
En caso de que la Iglesia no haya intervenido para ofrecer una interpretación
“auténtica”, los teólogos tienen libertad para proponer sus propias hipótesis
interpretativas, todas legítimas siempre que sean compatibles con el dogma.
El general de los
Jesuitas
se refiere de manera irresponsable a perícopas evangélicas, en las que está
textualmente contenida la doctrina revelada sobre el matrimonio, diciendo que
se trata de palabras de hombres (los hagiógrafos), transmitidas por otros hombres
(los Apóstoles y sus sucesores) e interpretadas aún por otros hombres (los
teólogos). En resumen, para él ¡nunca es la Palabra de Dios! De un solo golpe
el padre Sosa logra negar todos los dogmas fundamentales de la Iglesia
católica, comenzando por el de la inspiración divina de la Escritura, de donde
procede la propiedad de la “santidad” y de la “inerrancia” de las enseñanzas
bíblicas (vuelto a mencionar por Pío XII en 1943, en la encíclica Divino afflante Spiritu y luego
propuesto otra vez por el Vaticano II en 1965, en la constitución dogmática Dei Verbum), para terminar con el de la
infalibilidad del magisterio cuando define formalmente la verdad que Dios ha
revelado para la salvación de los hombres (definido en 1870 por el Vaticano I
con la constitución dogmática Pastor
Aeternus y vuelto a proponer por el Vaticano II en la constitución
dogmática Lumen gentium y Dei Verbum).
Al reducir la Escritura a “expresión de la
conciencia de la comunidad creyente de tiempos pasados”," al padre Sosa le
parece lógico sostener la necesidad de una nueva interpretación del mensaje
bíblico a la luz de la “expresión de la conciencia de la comunidad creyente” de
hoy. Pero esto es lógico sólo si se profesa la “anarquía hermenéutica”, que ha
llevado a un teólogo luterano como Rudolf Bultmann a proponer la
“des-mitologización” del Nuevo Testamento. En cambio, para la fe católica (que,
mientras no se demuestre lo contrario, debería ser la del general de los
Jesuitas), es totalmente ilógico suponer que la Escritura no enseña siempre y
principalmente la verdad divina indispensable para la salvación de los hombres
de todo lugar y de todo tiempo. Solo quien acepta in toto la herejía luterana puede suponer que no existe lo que yo
llamo el “límite hermenéutico infranqueable”, es decir, la individuación
(inmediata, accesible a todos) de un contenido doctrinal específico, que
ninguna interpretación puede negar o poner en la sombra. Este es el caso,
precisamente, de la doctrina evangélica sobre el matrimonio y el adulterio.
Entiendo (aunque la
lamento) la intención
del Padre Sosa de apoyar la (supuesta) revolución pastoral del Papa Bergoglio
para relativizar el dogma, y así poder contradecir en la práctica cuánto la
Iglesia ya ha establecido definitivamente con la doctrina acerca de los
sacramentos del Matrimonio, de la Penitencia y de la Eucaristía. Pero
razonemos: eliminando el dogma, ¿en base a qué se debería escuchar a un Papa,
que –según la interpretación oficiosa de Sosa y de muchos otros teólogos
obsequiosos– ha puesto el dogma a un costado?
Si no es absolutamente (y no relativamente)
verdadero –hoy, como lo fue ayer y lo será mañana– que Cristo ha dado al Papa
la suprema potestad en la Iglesia, ¿por qué motivo deberíamos escucharlo y
obedecerle? Nosotros sabemos como perteneciente a la Sagrada Escritura (sobre
la que se basan los dogmas enunciados por el Magisterio, desde los primeros
siglos hasta el Vaticano I) que Cristo ha dado al Papa la suprema potestad en
la Iglesia. Ahora bien, si se aplicase a esta voluntad expresa de Cristo el
criterio relativista de Sosa, entonces habría católicos que venerarían y
respetarían al Papa y otros que lo ignorarían o combatirían. Unos y otros
actuarían por motivos no teológicos, sino ideológicos, es decir, políticos.
Fieles al Papa Bergoglio serían solamente aquellos que lo siguen, como se sigue
en política a un líder “carismático”, pero ya no se trataría por cierto del
carisma divino de la infalibilidad en la doctrina, sino del carisma humano del
cabecilla que por medio de sus palabras y gestos consigue el consenso de las
masas.
martes, 14 de marzo de 2017
RESPUESTA AL RELATIVISMO DEL PADRE SOSA (I)
La ligereza de ciertas opiniones del actual general de los Jesuitas, padre Arturo Sosa, vertidas en una entrevista a la página de información eclesial rossoporpora ha suscitado, como era de prever, no pocas reacciones críticas. Presentamos aquí (en dos entradas), la traducción española -realizada por la redacción- de un contundente artículo del padre Antonio Livi, prestigioso filósofo italiano, en el que sale al paso de algunas ambiguas y hasta escandalosas afirmaciones del actual general de la Compañía.
Jesús (non) dixit: el jesuita que ofende a Cristo
por
Antonio Livi (24-02-2017)
Fuente: La nuova Bussola Quotidiana
La entrevista al general
de los jesuitas padre Arturo Sosa, para quien las palabras de Jesús deberían
ser contextualizadas porque los evangelistas no llevaban consigo una grabadora,
por su absoluta incoherencia lógica, no merecería ningún comentario teológico,
sino más bien una risotada. Sin embargo, tratándose de una intervención del
actual general de los Jesuitas en el debate sobre la interpretación de un
documento pontificio tan problemático como Amoris laetitia, se hace necesario,
por la responsabilidad pastoral respecto a los fieles a los que la entrevista
ha llegado por los medios de comunicación internacionales, una llamada
aclaratoria sobre la correcta relación del Magisterio y/o de la sagrada
teología con la verdad revelada, aquella por la que Dios “ha querido hacernos
conocer su vida íntima y sus designios de salvación para el mundo” (Vaticano I,
constitución dogmática Dei Filius, 1870).
Los fieles católicos
(tanto pastores como fieles) saben que la verdad que Dios ha revelado a los
hombres hablando por medio de los Profetas del Antiguo Testamento y luego
mediante su propio Hijo, Jesús (cf. Hebreos, 1, 1), es custodiada, interpretada
y anunciada infaliblemente por la Apóstoles, a los que Cristo confirió el poder
del magisterio auténtico de la evangelización y la catequesis. Cristo dijo a
los Apóstoles: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros
rechaza, a mí me rechaza. Y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha
enviado” (Lucas, 10, 16). El valor de verdad de la doctrina de los Apóstoles y
de sus sucesores (los obispos encabezados por el Papa) depende, por tanto,
enteramente del valor de verdad de la doctrina de Cristo mismo, el único que
conoce el misterio del Padre: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me ha
enviado” (Juan, 7, 16). El Padre Sosa, prisionero como es de la ideología
irracionalista (pastoralismo, praxisismo, historicismo) es alérgico a la
palabra “doctrina”, pero no se da cuenta de que con esta necia polémica ofende
no solo a la Iglesia de Cristo, sino a Cristo mismo.
Tan esencial es la
potestad de magisterio (munus docendi), que Cristo la ha conferido a los Apóstoles
juntamente con el poder de administrar los sacramentos de la gracia (munus
sanctificandi), por el que los hombres pueden ser santificados, es decir,
unidos ontológicamente (no sólo moralmente) a Cristo, y en Él, en la unidad del
Espíritu, a Dios que es el único verdaderamente Santo. En efecto, Jesús dice a
los Apóstoles: "Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo
lo que os he mandado. He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo” (Mateo, 28, 20).
Y para proveer a las
necesidades espirituales de los fieles, con la constitución jerárquica de la Iglesia,
Cristo también ha conferido a los Apóstoles la misión pastoral (munus regendi).
Se entiende entonces que no se pueda pensar en reformas “pastorales” de la
Iglesia, en contraste con la doctrina dogmática y moral –como querría el padre
Sosa– con la excusa de supuestas inspiraciones de un fantasmal “Espíritu”, que
ciertamente no es el Espíritu de Jesús (Aquel que “ex Patre Filioque
procedit”), ya que contradice derechamente su doctrina y sus mandamientos,
incluso allí donde Jesús ha hablado de modo definitivo e inequívoco, como es el
caso del matrimonio natural, que es indisoluble porque Dios así lo ha
instituido “desde el principio”.
No sirve de nada –y mucho menos a la edificación de la fe de los católicos de
hoy– sostener con argumentos
pseudo-teológicos, es decir, con la propaganda revolucionaria, las reformas
doctrinales de una imaginaria “Iglesia de Bergoglio”; los fieles saben muy bien
que la “Iglesia de Bergoglio” no existe y que no puede existir, porque Dios ha
querido únicamente la Iglesia de su Hijo, la Iglesia de Cristo, Verbo encarnado
y Cabeza del Cuerpo Místico, siempre presente para ser el único Maestro,
Sacerdote y Rey para toda generación, hasta el fin de los tiempos (véase el
clásico tratado teológico del cardenal Charles Journet, L’Eglise du Verbe Incarné,
Desclée, París-Brujas 1962, y el reciente ensayo del Prefecto de la
Congregación de la Fe, el cardenal Gerhrard Ludwig Müller, titulado Der papst - Sendung und Auftrag, Herder
Verlag, Frankfurt 2017).
No sirve de nada hablar de una “Iglesia del pueblo”, imaginada según los
esquemas ideológicos de una pretendida “teología del pueblo” sudamericana,
donde está la “base”, “concientizada” por los intelectuales de planta (los
teólogos), que decide qué doctrina y qué praxis responden a las necesidades
políticas de un momento histórico y donde el Papa ya no es más el intérprete
infalible de la verdad revelada y el administrador de los misterios salvíficos,
sino el intérprete de la voluntad popular y el administrador de la revolución
permanente. Son las aberraciones pseudo-teológicas que se encuentran ya en la Teología de la revolución del peruano
Gustavo Gutiérrez y que toman su origen de la “nueva teología política” del
alemán Johann Baptist Metz. El venezolano padre Sosa, siempre vinculado a esta
corriente ideológica, vuelve a proponer hoy, en su intento de apoyar
servilmente las supuestas intenciones revolucionarias del Papa Bergoglio, teorías
que hace ya cuarenta años, bajo el Papa Wojtyla, han sido condenadas por el
Magisterio como contrarias al dogma eclesiológico.
Tampoco sirve la coartada pseudo-teológica de una nueva y
“aggiornata” interpretación de la Escritura, capaz de llegar a contradecir las “ipsissima verba Christi” y después
capaz de descalificar como “fundamentalistas” a quienes en la Iglesia (no sólo
los teólogos como Carlo Caffara sino incluso a Papas como San Juan Pablo II) se
atienen al significado obvio y vinculante de las enseñanzas bíblicas. Estos
sofismas pueden hacer presa en la opinión pública católica menos equipada con
criterios de discernimiento; sin embargo hace ya tiempo que han sido
desmontados y refutados punto por punto por los recientes documentos del
Magisterio y de la crítica teológica (ver mi tratado sobre la verdadera y la
falsa teología, Leonardo da Vinci, Roma 2012).
sábado, 11 de marzo de 2017
PERLAS DE LA FORMA EXTRAORDINARIA
Mientras
las rúbricas de la forma ordinaria mandan incensar en silencio la oblata, la
forma extraordinaria pone en labios del sacerdote esta hermosa invocación:
ascéndat
ad te, Dómine:
et
descéndat super nos misericórdia tua.
Suba
hacia Ti, Señor,
este
incienso que has bendecido;
y
descienda sobre nosotros tu misericordia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)