Inmaculada
de Murillo. Detalle.
Párrafos de
una homilía de Santiago de Sarug, Padre de la Iglesia siria en el siglo V, donde
canta las hermosuras con que adornó Dios a su Madre Santísima.
* * *
«Tal es mi
amor, que me siento impelido a hablar de aquélla que es hermosa; pero tan sobre
mis fuerzas juzgo el argumento, que no se me antoja fácil exponerlo.
¿Qué haré,
pues? A los cuatro vientos gritaré que no fui ni soy idóneo para ello y, con
amor, osaré proclamar el misterio de la criatura excelsa. Sólo el amor no yerra
cuando habla, porque el amor tiene por objeto la perfección, y llena de dádivas
a quien sigue sus dictados. Tiemblo de emoción cuando hablo de María y me
maravillo, porque la hija de los hombres alcanzó la suma medida de toda
grandeza. ¿Qué ocurrió, por ventura? ¿Volcó el Hijo la gracia misma sobre Ella?
¿O le agradó hasta el extremo de convertirse en Madre del Hijo de Dios? Que
bajó a la tierra por don suyo, es manifiesto; y como María fue toda pura, le
acogió.
Vio su
humildad, su mansedumbre y su pureza, y habitó en Ella, porque para Dios es
fácil morar entre los humildes. ¿A quién, por virtud de su gracia, miró siempre, sino a
los mansos y humildes? Puso sus ojos sobre Ella, y en Ella habitó, pues entre
los de humilde condición se contaba. Ella misma dijo: ha puesto los ojos en
la bajeza (cfr. Lc 1, 48), y habitó en Ella. Por eso fue ensalzada,
porque agradó mucho.
Suma
perfección ha de ser la humildad, cuando mira Dios al hombre que se humilla.
Humilde fue Moisés, preclaro entre los hombres, y el Señor se le reveló en el
monte. También la humildad se manifestó en Abraham, porque siendo justo, se
llamó a sí mismo polvo y tierra (cfr. Gn 18 27). En su humildad, Juan se
proclamaba indigno de desatar siquiera las sandalias del Esposo, su Señor.
Agradaron por humildad, en todas las generaciones, varones ilustrísimos, porque
ésta es la vía maestra por la que el hombre se acerca a Dios.
Pero ninguno
en el mundo se humilló como María, y así se deduce del hecho que ninguno ha
sido exaltado como Ella. En la medida de la humildad concede Dios la gloria:
Madre suya la hizo, y ¿quién podrá parangonarse a Ella en humildad? (...). Nuestro Señor, queriendo descender a la tierra, buscó entre todas las mujeres,
y sólo a una escogió: la que sin par era bella. A Ella la escrutó y sólo
encontró humildad y santidad, buenos pensamientos y un alma enamorada de la
divinidad; un corazón puro y deseos de perfección; por eso Dios escogió a la
pura y a la llena de belleza. Descendió de su lugar y moró en la bienaventurada
entre las mujeres, porque no había en el mundo quien comparársele pueda. Sólo
existía una doncella humilde, pura, bella e inmaculada, que fuera digna de ser
Madre suya.
En Ella
observó una condición sublime, su limpieza de todo pecado, que no cabía en Ella
pasión que la inclinara a la concupiscencia, ni pensamiento que instigara a la
flaqueza, ni conversación mundana que condujera a males irreparables. Tampoco halló agitación por las vanidades del
mundo, ni un comportamiento a guisa de niña. Y vio que no había en el mundo nada
igual o similar, y la tomó por Madre, de la que se amamantaría con leche pura.
Era prudente
y llena del amor de Dios, porque el Señor nuestro no mora en donde el amor no
reina. Apenas el Gran Rey decidió descender a nuestro lugar, porque fue su
beneplácito, se hospedó en el más puro templo del mundo, en un seno limpio,
adornado de virginidad y de pensamientos dignos de santidad.
Era también hermosísima
en su naturaleza y en la voluntad, porque
no fue contaminada con deshonestos pensamientos. Desde la infancia, ninguna mancha afeó su
integridad; sin mancha, caminó por su
senda sin pecados. Fue su naturaleza custodiada con el albedrío fijo en las
cosas más altas, portó en su cuerpo las señales de la virginidad y las de la
santidad en el alma.
Aquél que en
Ella se manifestó, me ha dado aliento para decir todas estas cosas sobre su
belleza inenarrable...» (Santiago de Sarug, Homilía sobre la Bienaventurada
Virgen María, Madre de Dios. En José Antonio Loarte, El tesoro de los
padres, Madrid 1998, p. 333).