Santo
Tomás de Aquino, escuela cusqueña (s. XVIII). Museo de Arte de Lima
Inter sanctorum agmina
quasi stella matutinam, como lucero de la mañana entre las filas de los
bienaventurados. Con estas palabras honraba el Papa Juan XXII a Santo Tomás de
Aquino en la Bula de canonización del santo doctor, el 18 de julio de 1323.
Siempre el magisterio de los Romanos Pontífices ha relacionado la figura y el
pensamiento de Santo Tomás con la luz. «Luz de la Iglesia y del mundo entero,
así es aclamado con razón Santo Tomás de Aquino», señalaba Pablo VI en la carta
Lumen Ecclesiæ dirigida al Maestro
General de la Orden de Predicadores al término de las celebraciones del VII
centenario de su muerte (20-XI-1974). San Pío V en su Bula Mirabilis Deus por la que nombra solemnemente a Santo Tomás Doctor
de la Iglesia universal (1567), llámale clarissimum
Ecclessiæ lumen, luz resplandeciente de la Iglesia. Y los elogios podrían
multiplicarse indefinidamente.
Hoy
la Iglesia necesita más que nunca, a modo de brújula, la luz imperecedera del
pensamiento del Doctor Angélico. En una época marcada por el relativismo y
exacerbada por la exaltación de la conciencia subjetiva como norma suprema de
conducta, el realismo gnoseológico y ontológico del tomismo se presenta como el
camino más expedito para volver al ser y a la verdad. «Por eso se ha podido
definir el pensamiento de santo Tomás –escribía el Beato Pablo VI en la carta
arriba señalada– como la filosofía del
ser, considerado tanto en su valor universal como en sus condiciones
existenciales; igualmente es sabido que a partir de esta filosofía el Aquinate
se remonta a la teología de Ser divino,
cual subsiste en sí mismo y cual se revela en su palabra y en los eventos de la
economía de la salvación, especialmente en el misterio de la Encarnación.
Nuestro
predecesor Pío XI alabó este realismo ontológico y gnoseológico, en un discurso
pronunciado a los jóvenes universitarios, con estas significativas palabras: ‘En el Tomismo se encuentra, por así
decir, una especie de Evangelio natural, un cimiento incomparablemente firme
para todas las construcciones científicas, porque el Tomismo se caracteriza
ante todo por su objetividad; las suyas no son construcciónnes o elevaciones
del espíritu puramente abstractas, sino construcciones que siguen el impulso
real de las cosas… Nunca decaerá el valor de la doctrina tomista, pues para
ello tendría que decaer el valor de las cosas’» (Beato Pablo VI, Carta Lumen
Ecclesiæ, n° 15)