viernes, 8 de noviembre de 2024

CRÓNICA DE UNA PEREGRINACIÓN

En una amena y ágil columna publicada en La Nuova Bussola Quotidiana, Stefano Chiappalone nos brinda una panorámica breve y completa de lo que fue la reciente peregrinación Summorum Pontificum 2024 ad Petri Sedem. En relación a este evento, justo hace 10 años, escribía Benedicto XVI al entonces delegado general de la peregrinación: «Estoy muy contento de que el ‘usus antiquior’ viva ahora una paz plena en la Iglesia, también entre los jóvenes, apoyado y celebrado por grandes cardenales». Aquí les dejo una traducción al español.

Fuente: lanuovabq.it


DE 95 PAÍSES PARA REZAR (EN LATÍN)
ANTE LA TUMBA DE PEDRO
Stefano Chiappalone

 Con la Santa Misa celebrada por monseñor Marian Eleganti, obispo emérito de Chur, en la parroquia personal de Trinità dei Pellegrini, se clausuró la XIII edición de la peregrinación ad Petri Sedem del Populus Summorum Pontificum (25-27 de octubre). Desde 2012, realidades eclesiales y peregrinos vinculados a la liturgia tradicional de todo el mundo se reúnen anualmente en la Ciudad Eterna para rezar ante la tumba de Pedro y manifestar así su comunión con la Iglesia universal.

Como en años anteriores, la peregrinación estuvo precedida por el noveno encuentro de Pax Liturgica, que tuvo lugar el 25 de octubre en el Augustinianum, con la presencia de los cardenales Gerhard Ludwig Müller y Robert Sarah, y de monseñor Eleganti (el blog Messainlatino ha ofrecido un detallado reportaje fotográfico del encuentro y de la peregrinación, así como un resumen de los discursos). Por la tarde, la peregrinación comenzó oficialmente con las Vísperas en la Basílica de Santa Maria ad Martyres (Panteón), oficiadas por monseñor Eleganti. El sábado por la mañana partió de la Basílica de los Santos Celso y Juliano la impresionante procesión hacia San Pedro para el momento central de la peregrinación, que reunió a unas 800-900 personas según las primeras estimaciones.

La participación se ha hecho aún más significativa en los últimos años, después de que el motu proprio Traditionis Custodes aboliera Summorum Pontificum (pero no ciertamente a quienes se reconocen en él) e impusiera drásticas restricciones al antiguo rito incluso dentro de la basílica vaticana. Para estos fieles está abierta, sí, pero no del todo, ya que desde el año pasado en el momento (¡y en el lugar!) culminante de la peregrinación se les permite la adoración eucarística pero no la misa en el altar de la cátedra. Ahora bien, ¿qué intenciones animan este aluvión de gente deseosa de rezar en latín y según un rito que periódicamente se quiere desechar? La peregrinación, leemos en la página web de Populus Summorum Pontificum, reúne a «fieles, sacerdotes y religiosos de todo el mundo, que desean participar en la nueva evangelización al ritmo de la forma extraordinaria del rito romano» y «dar testimonio de la eterna juventud de la liturgia tradicional».

«Somos, sencillamente, católicos que han comprendido que la solución a la crisis de la Iglesia pasa por dejar a un lado el alimento insustancial que ha matado de hambre y debilitado la ecumene en los últimos cincuenta años, como demuestran todos los indicios sociológicos, y volver a la comida sustanciosa que ha nutrido abundantemente a la Iglesia durante casi dos mil años»; así abría el encuentro del viernes Rubén Peretó Rivas, director del Centro Internacional de Estudios Litúrgicos. Pero con más fuerza aún hablan las historias de quienes, a través de la belleza de la liturgia, han encontrado el camino «de vuelta a casa», en el seno de la Iglesia: es el caso de Yeng Pin Chan, una joven diseñadora china criada en una familia atea, que en 2021 en Londres se topó con un «mundo nuevo» en la Misa (tanto del novus ordo como del rito antiguo) celebrada en el Oratorio de Brompton. La llevó allí su novio italiano, que a su vez volvió a la fe «por caminos litúrgicos». En resumen, gracias a estas misas, Yeng Pin Chan descubrió qué corazón latía dentro de ese arte cristiano que ya admiraba. Y en 2023 fue bautizada con el nombre de Elena.

En su intervención, el Cardenal Müller recordó la responsabilidad de los pastores de transmitir el depositum fidei sin ceder a las modas. La infalibilidad del Papa está ligada a esta tarea, contra la falsa acusación protestante que confunde infalibilidad con arbitrariedad. En su homilía del sábado, durante la adoración y bendición Eucarística en San Pedro, Müller subrayó que «al final de la peregrinación ad Petri Cathedram adoramos a Cristo, el Hijo de Dios vivo», llamando la atención sobre la radical «diferencia entre fe e ideología. El cristianismo no es una teoría abstracta sobre los orígenes del cosmos y de la vida, ni una ideología para mejorar la sociedad, sino el encuentro con una Persona», es decir, Cristo que, como hace dos mil años, «hoy habla directamente a cada individuo a través de la enseñanza de la Iglesia» y «en los siete sacramentos nos da su gracia». Aunque la secularización nos empuja a «vivir como si Dios no existiera», los frutos amargos de esta perspectiva existencial ya se han manifestado en las ideologías del siglo XX y en las de la actualidad: «el nazismo y el fascismo en Alemania e Italia, el comunismo en China, el consumismo capitalista y las ideologías de género y del transhumanismo que han transformado el mundo en un desierto nihilista». Por el contrario, «el cristianismo es la religión de la verdad y de la libertad, del amor y de la vida».

No «guardianes de museos», sino «creyentes unidos a Jesús por una amistad personal», fue la exhortación de Müller. Y a juzgar por los jóvenes presentes y las numerosas familias con niños, había muy pocos guardianes de museos. También a Cristo conducen los «magníficos testimonios de la cultura grecorromana cristianizada de cuyas fuentes bebemos. Es la síntesis de fe y razón, abierta a todas las culturas, que se manifestó en el Logos, es decir, en Jesucristo», fuente de la “humanización del mundo” surgida del cristianismo y de la paz a la que los cristianos están llamados a contribuir. «Si la antigua Roma representaba la idea de paz entre los pueblos bajo el dominio de la ley, la Roma cristiana encarna la esperanza de la unidad universal de todos los pueblos en el amor de Cristo».

Una esperanza condensada en la Colecta de la Misa de Cristo Rey (que en el calendario tradicional cae el último domingo de octubre), con la que concluyó ayer la peregrinación en la iglesia de Trinità dei Pellegrini: «para que la gran familia humana, disgregada por el pecado, se someta a su dulcísimo imperio» («ut cunctæ famíliæ géntium, peccáti vúlnere disgregátæ, eius suavíssimo subdántur império»). Unidad de los pueblos en el amor a Cristo prefigurada también simbólicamente por las 95 banderas nacionales (las de cada país en el que se celebra al menos una misa en el rito antiguo) que desfilaron hacia San Pedro el sábado por la mañana, hacia el corazón de la Roma cristiana. Una imagen que vale más que mil discursos sobre la paz, junto con la prueba, una vez más, de lo que escribió en su momento Benedicto XVI: «también los jóvenes descubren esta forma litúrgica, se sienten atraídos por ella y encuentran en ella una forma, particularmente adecuada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía». Entre los numerosos fieles que ayer estaban arrodillados incluso fuera de Trinità dei Pellegrini, la media de edad rondaba los treinta años. Quienes esperaban una invasión de «bárbaros indietristas» quedaron decepcionados.


 

domingo, 3 de noviembre de 2024

MARTÍN DE LA CARIDAD

De la homilía pronunciada por el Papa San Juan XXIII en la canonización de san Martín de Porres (6 demayo de 1962)

«Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con codo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.

Además, San Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.

Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».

Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos».

viernes, 1 de noviembre de 2024

LA LUMINOSIDAD DE LOS SANTOS

Conocida es la respuesta que dio un niño cuando se le preguntó sobre quiénes eran los santos. Son los que dejan pasar la luz, respondió el pequeño. En su respuesta latía el recuerdo de lo que le había oído a su padre cuando, al visitar una vieja catedral, le había preguntado qué eran aquellas figuras representadas en las vidrieras coloridas del templo. Son santos, hijo, le había contestado su padre como de pasada.

El Papa Francisco también ha utilizado esta imagen para ilustrar la santidad: «La solemnidad de Todos los Santos, decía en 2017, es “nuestra” fiesta: no porque nosotros seamos buenos, sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida. Los santos no son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que dejan entrar la luz en diversas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitido al mundo, cada uno según su propia ‘tonalidad’» (Ángelus, 1° de noviembre de 2017).

La luz infinita de Dios irradiada en el muchedumbre de los bienaventurados despierta en nosotros el deseo de la santidad, de buscar “las cosas de arriba, no las de la tierra” (Col 3, 2), de anunciar el poder de aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2, 9), de evitar el pecado que vuelve sombrío y opaco nuestro corazón.