sábado, 30 de noviembre de 2024

CATEQUESIS DE BENEDICTO XVI SOBRE EL APÓSTOL ANDRÉS, EL PRIMER LLAMADO

San Andrés, Basílica de San Padro, Roma

En las últimas dos catequesis hemos hablado de la figura de san Pedro. Ahora, en la medida en que nos lo permiten las fuentes, queremos conocer un poco más de cerca también a los otros once Apóstoles. Por tanto, hoy hablamos del hermano de Simón Pedro, san Andrés, que también era uno de los Doce.

La primera característica que impresiona en Andrés es el nombre:  no es hebreo, como se podría esperar, sino griego, signo notable de que su familia tenía cierta apertura cultural. Nos encontramos en Galilea, donde la lengua y la cultura griegas están bastante presentes. En las listas de los Doce, Andrés ocupa el segundo lugar, como sucede en Mateo (Mt 10, 1-4) y en Lucas (Lc 6, 13-16), o el cuarto, como acontece en Marcos (Mc 3, 13-18) y en los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 13-14). En cualquier caso, gozaba sin duda de gran prestigio dentro de las primeras comunidades cristianas.

El vínculo de sangre entre Pedro y Andrés, así como la llamada común que les dirigió Jesús, son mencionados expresamente en los Evangelios:  "Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos:  a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar, porque eran pescadores. Entonces les dijo:  "Seguidme, y os haré pescadores de hombres"" (Mt 4, 18-19; Mc 1, 16-17). El cuarto evangelio nos revela otro detalle importante:  en un primer momento Andrés era discípulo de Juan Bautista; y esto nos muestra que era un hombre que buscaba, que compartía la esperanza de Israel, que quería conocer más de cerca la palabra del Señor, la realidad de la presencia del Señor.

Era verdaderamente un hombre de fe y de esperanza; y un día escuchó que Juan Bautista proclamaba a Jesús como "el cordero de Dios" (Jn 1, 36); entonces, se interesó y, junto a otro discípulo cuyo nombre no se menciona, siguió a Jesús, a quien Juan llamó "cordero de Dios". El evangelista refiere:  "Vieron dónde vivía y se quedaron con él" (Jn 1, 37-39).

Martirio de San Andrés, Pedro Pablo Rubens

Así pues, Andrés disfrutó de momentos extraordinarios de intimidad con Jesús. La narración continúa con una observación significativa:  "Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Encontró él luego a su hermano Simón, y le dijo:  "Hemos hallado al Mesías", que quiere decir el Cristo, y lo condujo a Jesús" (Jn 1, 40-43), demostrando inmediatamente un espíritu apostólico fuera de lo común.

Andrés, por tanto, fue el primero de los Apóstoles en ser llamado a seguir a Jesús. Por este motivo la liturgia de la Iglesia bizantina le honra con el apelativo de «Protóklitos», que significa precisamente «el primer llamado». Y no cabe duda de que por la relación fraterna entre Pedro y Andrés, la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla se sienten entre sí de modo especial como Iglesias hermanas. Para subrayar esta relación, mi predecesor el Papa Pablo VI, en 1964, restituyó la insigne reliquia de san Andrés, hasta entonces conservada en la basílica vaticana, al obispo metropolita ortodoxo de la ciudad de Patrás, en Grecia, donde, según la tradición, fue crucificado el Apóstol.

Las tradiciones evangélicas mencionan particularmente el nombre de Andrés en otras tres ocasiones, que nos permiten conocer algo más de este hombre. La primera es la de la multiplicación de los panes en Galilea, cuando en aquel aprieto Andrés indicó a Jesús que había allí un muchacho que tenía cinco panes de cebada y dos peces:  muy poco —constató— para tanta gente como se había congregado en aquel lugar (cf. Jn 6, 8-9). Conviene subrayar el realismo de Andrés:  notó al muchacho —por tanto, ya había planteado la pregunta:  "Pero ¿qué es esto para tanta gente?" (Jn 6, 9)— y se dio cuenta de que los recursos no bastaban. Jesús, sin embargo, supo hacer que fueran suficientes para la multitud de personas que habían ido a escucharlo.

La segunda ocasión fue en Jerusalén. Al salir de la ciudad, un discípulo le mostró a Jesús el espectáculo de los poderosos muros que sostenían el templo. La respuesta del Maestro fue sorprendente:  dijo que de esos muros no quedaría piedra sobre piedra. Entonces Andrés, juntamente con Pedro, Santiago y Juan, le preguntó:  "Dinos cuándo sucederá eso y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse" (cf. Mc 13, 1-4). Como respuesta a esta pregunta, Jesús pronunció un importante discurso sobre la destrucción de Jerusalén y sobre el fin del mundo, invitando a sus discípulos a leer con atención los signos del tiempo y a mantener siempre una actitud de vigilancia. De este episodio podemos deducir que no debemos tener miedo de plantear preguntas a Jesús, pero, a la vez, debemos estar dispuestos a acoger las enseñanzas, a veces sorprendentes y difíciles, que él nos da.

Los Evangelios nos presentan, por último, una tercera iniciativa de Andrés. El escenario es también Jerusalén, poco antes de la Pasión. Con motivo de la fiesta de la Pascua —narra san Juan— habían ido a la ciudad santa también algunos griegos, probablemente prosélitos o personas que tenían temor de Dios, para adorar al Dios de Israel en la fiesta de la Pascua. Andrés y Felipe, los dos Apóstoles con nombres griegos, hacen de intérpretes y mediadores de este pequeño grupo de griegos ante Jesús. La respuesta del Señor a su pregunta parece enigmática, como sucede con frecuencia en el evangelio de Juan, pero precisamente así se revela llena de significado. Jesús dice a los dos discípulos y, a través de ellos, al mundo griego:  "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo:  si el grano de trino no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto" (Jn 12, 23-24).

¿Qué significan estas palabras en este contexto? Jesús quiere decir:  sí, mi encuentro con los griegos tendrá lugar, pero no se tratará de una simple y breve conversación con algunas personas, impulsadas sobre todo por la curiosidad. Con mi muerte, que se puede comparar a la caída en la tierra de un grano de trigo, llegará la hora de mi glorificación. De mi muerte en la cruz surgirá la gran fecundidad:  el "grano de trigo muerto" —símbolo de mí mismo crucificado— se convertirá, con la resurrección, en pan de vida para el mundo; será luz para los pueblos y las culturas. Sí, el encuentro con el alma griega, con el mundo griego, tendrá lugar en esa profundidad a la que hace referencia el grano de trigo que atrae hacia sí las fuerzas de la tierra y del cielo y se convierte en pan. En otras palabras, Jesús profetiza la Iglesia de los griegos, la Iglesia de los paganos, la Iglesia del mundo como fruto de su Pascua.

Juan y Andrés siguen al Maestro 
por indicación del Bautista

Según tradiciones muy antiguas, Andrés, que transmitió a los griegos estas palabras, no sólo fue el intérprete de algunos griegos en el encuentro con Jesús al que acabamos de referirnos; sino también el apóstol de los griegos en los años que siguieron a Pentecostés. Esas tradiciones nos dicen que durante el resto de su vida fue el heraldo y el intérprete de Jesús para el mundo griego. Pedro, su hermano, llegó a Roma desde Jerusalén, pasando por Antioquía, para ejercer su misión universal; Andrés, en cambio, fue el apóstol del mundo griego: así, tanto en la vida como en la muerte, se presentan como auténticos hermanos; una fraternidad que se expresa simbólicamente en la relación especial de las sedes de Roma y Constantinopla, Iglesias verdaderamente hermanas.

Una tradición sucesiva, a la que he aludido, narra la muerte de Andrés en Patrás, donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz distinta de la de Jesús. En su caso se trató de una cruz en forma de aspa, es decir, con los dos maderos cruzados en diagonal, que por eso se llama "cruz de san Andrés".

Según un relato antiguo —inicios del siglo VI—, titulado "Pasión de Andrés", en esa ocasión el Apóstol habría pronunciado las siguientes palabras:  "¡Salve, oh Cruz, inaugurada por medio del cuerpo de Cristo, que te has convertido en adorno de sus miembros, como si fueran perlas preciosas! Antes de que el Señor subiera a ti, provocabas un miedo terreno. Ahora, en cambio, dotada de un amor celestial, te has convertido en un don. Los creyentes saben cuánta alegría posees, cuántos regalos tienes preparados. Por tanto, seguro y lleno de alegría, vengo a ti para que también tú me recibas exultante como discípulo de quien fue colgado de ti... ¡Oh cruz bienaventurada, que recibiste la majestad y la belleza de los miembros del Señor!... Tómame y llévame lejos de los hombres y entrégame a mi Maestro para que a través de ti me reciba quien por medio de ti me redimió. ¡Salve, oh cruz! Sí, verdaderamente, ¡salve!".

Como se puede ver, hay aquí una espiritualidad cristiana muy profunda que, en vez de considerar la cruz como un instrumento de tortura, la ve como el medio incomparable para asemejarse plenamente al Redentor, grano de trigo que cayó en tierra. Debemos aprender aquí una lección muy importante:  nuestras cruces adquieren valor si las consideramos y aceptamos como parte de la cruz de Cristo, si las toca el reflejo de su luz. Sólo gracias a esa cruz también nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y adquieren su verdadero sentido.

Así pues, que el apóstol Andrés nos enseñe a seguir a Jesús con prontitud (cf. Mt 4, 20; Mc 1, 18), a hablar con entusiasmo de él a aquellos con los que nos encontremos, y sobre todo a cultivar con él una relación de auténtica familiaridad, conscientes de que sólo en él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte.

Fuente: vatican.va


 

miércoles, 27 de noviembre de 2024

A NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA


 Salve, Regina, Mater misericordiae,

vita, dulcedo et spes nostra, salve.

Ad te clamamus exsules filii Hevae.

Ad te suspiramus gementes et flentes

in hac lacrimarum valle.

Eia, ergo, advocata nostra,

illos tuos misericordes oculos ad nos converte.

Et Iesum, benedictum fructum ventris tui,

nobis post hoc exsilium ostende.

O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria!

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Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,

vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve.

A ti clamamos los desterrados hijos de Eva.

A ti suspiramos gimiendo y llorando

en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra,

vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;

y después de este destierro muéstranos a Jesús,

fruto bendito de tu vientre.

¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

 


 

jueves, 21 de noviembre de 2024

IMPORTANCIA DEL PORTE SACERDOTAL

¿Por qué el sacerdote debe presentarse, actuar y moverse de manera sagrada?

Fuente: itresentieri.it

Hoy estamos acostumbrados a ver sacerdotes que han abandonado por completo el uso del hábito sagrado. Esto fue impuesto por la llamada «teología de la secularización». Por querer ser como todos, el sacerdote ha terminado diluyéndose en la masa; y paradójicamente no se ha acercado al pueblo, sino más bien se ha alejado de él, porque ya nadie puede reconocerlo. Pensemos en cuántos episodios edificantes han ocurrido en el pasado: almas que decidieron desahogarse e incluso confesarse encontrando un sacerdote en alguna estación de tren, en una calle, en un consultorio médico, etc... Hoy, en cambio, en el completo anonimato del ser "uno más", ¿quién se percata ya de la presencia de un sacerdote?

Por el contrario, precisamente porque el sacerdote debe ser también signo de la presencia salvífica de Cristo entre los hombres, está obligado a presentarse de manera sagrada. El Siervo de Dios don Dolindo Ruotolo (1882-1970), en su obra En los rayos de la grandeza y de la vida sacerdotal (Nei raggi della grandezza e della vita sacerdotale), firmado con el seudónimo de Dain Cohenel, escribía estas importantes palabras: El sacerdote con su traje talar, largo, compuesto, pobre pero limpio, con su manto que lo envuelve como si  tuviera las alas plegadas, listas para el vuelo, con la cabeza marcada por la cruz del Redentor, con el cuerpo compuesto, exhalando orden y modestia, con los ojos bajos, absolutamente ajenos a toda curiosidad malsana, pasa por el mundo igual que un ángel, da un sentido de paz y de consuelo, da un sentido de esperanza en las angustias de la vida porque representa la caridad, y pasa como lámpara que ilumina, disipando con su sola presencia las tinieblas del error.


 

jueves, 14 de noviembre de 2024

LA MIRADA DEL JUEZ

«Después de la muerte se sigue el juicio, que se verifica en el primer instante del fallecimiento.

El juez se presenta al alma y ésta ve con claridad meridiana, en un cuadro luminoso, toda su vida, con sus luces y sombras, virtudes y vicios, hasta en sus más infinitos detalles. Ella misma pronuncia el juicio cuya justicia comprende.

¡La primera entrevista con Jesús! ..., ¿será mirada de benevolencia o de reproche, mirada de reprobación o de salvación, sonrisa de Amigo y de Hermano o relámpago de maldición?

¡Oh Jesús!, apenas si me atrevo a pensarlo; dispuesto estoy a hacer cuanto pueda para que en tal momento me sea benigna vuestra primera mirada.

¡Oh, si pensara que hay que dar cuenta de todo y que de este primer momento depende la eternidad! ...

Al morir San Arsenio en el desierto, a la edad de 120 años, temblaba ante el pensamiento del juicio. San Bernardo decía: “Temo el infierno y temo la mirada irritada del Juez”.

¿De qué habrá de valer el mundo, su aprobación y su sonrisa ante lo aterradoramente serio del juicio?

¿Qué importarán en aquel instante alabanzas y menosprecios, los hombres, o la persecución de aquella insignificancia que se llama hombre»? (Jos. Schrijvers, C. SS. R. El Amigo Divino, Ed. Pontificios 1927, p. 80).

viernes, 8 de noviembre de 2024

CRÓNICA DE UNA PEREGRINACIÓN

En una amena y ágil columna publicada en La Nuova Bussola Quotidiana, Stefano Chiappalone nos brinda una panorámica breve y completa de lo que fue la reciente peregrinación Summorum Pontificum 2024 ad Petri Sedem. En relación a este evento, justo hace 10 años, escribía Benedicto XVI al entonces delegado general de la peregrinación: «Estoy muy contento de que el ‘usus antiquior’ viva ahora una paz plena en la Iglesia, también entre los jóvenes, apoyado y celebrado por grandes cardenales». Aquí les dejo una traducción al español.

Fuente: lanuovabq.it


DE 95 PAÍSES PARA REZAR (EN LATÍN)
ANTE LA TUMBA DE PEDRO
Stefano Chiappalone

 Con la Santa Misa celebrada por monseñor Marian Eleganti, obispo emérito de Chur, en la parroquia personal de Trinità dei Pellegrini, se clausuró la XIII edición de la peregrinación ad Petri Sedem del Populus Summorum Pontificum (25-27 de octubre). Desde 2012, realidades eclesiales y peregrinos vinculados a la liturgia tradicional de todo el mundo se reúnen anualmente en la Ciudad Eterna para rezar ante la tumba de Pedro y manifestar así su comunión con la Iglesia universal.

Como en años anteriores, la peregrinación estuvo precedida por el noveno encuentro de Pax Liturgica, que tuvo lugar el 25 de octubre en el Augustinianum, con la presencia de los cardenales Gerhard Ludwig Müller y Robert Sarah, y de monseñor Eleganti (el blog Messainlatino ha ofrecido un detallado reportaje fotográfico del encuentro y de la peregrinación, así como un resumen de los discursos). Por la tarde, la peregrinación comenzó oficialmente con las Vísperas en la Basílica de Santa Maria ad Martyres (Panteón), oficiadas por monseñor Eleganti. El sábado por la mañana partió de la Basílica de los Santos Celso y Juliano la impresionante procesión hacia San Pedro para el momento central de la peregrinación, que reunió a unas 800-900 personas según las primeras estimaciones.

La participación se ha hecho aún más significativa en los últimos años, después de que el motu proprio Traditionis Custodes aboliera Summorum Pontificum (pero no ciertamente a quienes se reconocen en él) e impusiera drásticas restricciones al antiguo rito incluso dentro de la basílica vaticana. Para estos fieles está abierta, sí, pero no del todo, ya que desde el año pasado en el momento (¡y en el lugar!) culminante de la peregrinación se les permite la adoración eucarística pero no la misa en el altar de la cátedra. Ahora bien, ¿qué intenciones animan este aluvión de gente deseosa de rezar en latín y según un rito que periódicamente se quiere desechar? La peregrinación, leemos en la página web de Populus Summorum Pontificum, reúne a «fieles, sacerdotes y religiosos de todo el mundo, que desean participar en la nueva evangelización al ritmo de la forma extraordinaria del rito romano» y «dar testimonio de la eterna juventud de la liturgia tradicional».

«Somos, sencillamente, católicos que han comprendido que la solución a la crisis de la Iglesia pasa por dejar a un lado el alimento insustancial que ha matado de hambre y debilitado la ecumene en los últimos cincuenta años, como demuestran todos los indicios sociológicos, y volver a la comida sustanciosa que ha nutrido abundantemente a la Iglesia durante casi dos mil años»; así abría el encuentro del viernes Rubén Peretó Rivas, director del Centro Internacional de Estudios Litúrgicos. Pero con más fuerza aún hablan las historias de quienes, a través de la belleza de la liturgia, han encontrado el camino «de vuelta a casa», en el seno de la Iglesia: es el caso de Yeng Pin Chan, una joven diseñadora china criada en una familia atea, que en 2021 en Londres se topó con un «mundo nuevo» en la Misa (tanto del novus ordo como del rito antiguo) celebrada en el Oratorio de Brompton. La llevó allí su novio italiano, que a su vez volvió a la fe «por caminos litúrgicos». En resumen, gracias a estas misas, Yeng Pin Chan descubrió qué corazón latía dentro de ese arte cristiano que ya admiraba. Y en 2023 fue bautizada con el nombre de Elena.

En su intervención, el Cardenal Müller recordó la responsabilidad de los pastores de transmitir el depositum fidei sin ceder a las modas. La infalibilidad del Papa está ligada a esta tarea, contra la falsa acusación protestante que confunde infalibilidad con arbitrariedad. En su homilía del sábado, durante la adoración y bendición Eucarística en San Pedro, Müller subrayó que «al final de la peregrinación ad Petri Cathedram adoramos a Cristo, el Hijo de Dios vivo», llamando la atención sobre la radical «diferencia entre fe e ideología. El cristianismo no es una teoría abstracta sobre los orígenes del cosmos y de la vida, ni una ideología para mejorar la sociedad, sino el encuentro con una Persona», es decir, Cristo que, como hace dos mil años, «hoy habla directamente a cada individuo a través de la enseñanza de la Iglesia» y «en los siete sacramentos nos da su gracia». Aunque la secularización nos empuja a «vivir como si Dios no existiera», los frutos amargos de esta perspectiva existencial ya se han manifestado en las ideologías del siglo XX y en las de la actualidad: «el nazismo y el fascismo en Alemania e Italia, el comunismo en China, el consumismo capitalista y las ideologías de género y del transhumanismo que han transformado el mundo en un desierto nihilista». Por el contrario, «el cristianismo es la religión de la verdad y de la libertad, del amor y de la vida».

No «guardianes de museos», sino «creyentes unidos a Jesús por una amistad personal», fue la exhortación de Müller. Y a juzgar por los jóvenes presentes y las numerosas familias con niños, había muy pocos guardianes de museos. También a Cristo conducen los «magníficos testimonios de la cultura grecorromana cristianizada de cuyas fuentes bebemos. Es la síntesis de fe y razón, abierta a todas las culturas, que se manifestó en el Logos, es decir, en Jesucristo», fuente de la “humanización del mundo” surgida del cristianismo y de la paz a la que los cristianos están llamados a contribuir. «Si la antigua Roma representaba la idea de paz entre los pueblos bajo el dominio de la ley, la Roma cristiana encarna la esperanza de la unidad universal de todos los pueblos en el amor de Cristo».

Una esperanza condensada en la Colecta de la Misa de Cristo Rey (que en el calendario tradicional cae el último domingo de octubre), con la que concluyó ayer la peregrinación en la iglesia de Trinità dei Pellegrini: «para que la gran familia humana, disgregada por el pecado, se someta a su dulcísimo imperio» («ut cunctæ famíliæ géntium, peccáti vúlnere disgregátæ, eius suavíssimo subdántur império»). Unidad de los pueblos en el amor a Cristo prefigurada también simbólicamente por las 95 banderas nacionales (las de cada país en el que se celebra al menos una misa en el rito antiguo) que desfilaron hacia San Pedro el sábado por la mañana, hacia el corazón de la Roma cristiana. Una imagen que vale más que mil discursos sobre la paz, junto con la prueba, una vez más, de lo que escribió en su momento Benedicto XVI: «también los jóvenes descubren esta forma litúrgica, se sienten atraídos por ella y encuentran en ella una forma, particularmente adecuada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía». Entre los numerosos fieles que ayer estaban arrodillados incluso fuera de Trinità dei Pellegrini, la media de edad rondaba los treinta años. Quienes esperaban una invasión de «bárbaros indietristas» quedaron decepcionados.


 

domingo, 3 de noviembre de 2024

MARTÍN DE LA CARIDAD

De la homilía pronunciada por el Papa San Juan XXIII en la canonización de san Martín de Porres (6 demayo de 1962)

«Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con codo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.

Además, San Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.

Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».

Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos».

viernes, 1 de noviembre de 2024

LA LUMINOSIDAD DE LOS SANTOS

Conocida es la respuesta que dio un niño cuando se le preguntó sobre quiénes eran los santos. Son los que dejan pasar la luz, respondió el pequeño. En su respuesta latía el recuerdo de lo que le había oído a su padre cuando, al visitar una vieja catedral, le había preguntado qué eran aquellas figuras representadas en las vidrieras coloridas del templo. Son santos, hijo, le había contestado su padre como de pasada.

El Papa Francisco también ha utilizado esta imagen para ilustrar la santidad: «La solemnidad de Todos los Santos, decía en 2017, es “nuestra” fiesta: no porque nosotros seamos buenos, sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida. Los santos no son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que dejan entrar la luz en diversas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitido al mundo, cada uno según su propia ‘tonalidad’» (Ángelus, 1° de noviembre de 2017).

La luz infinita de Dios irradiada en el muchedumbre de los bienaventurados despierta en nosotros el deseo de la santidad, de buscar “las cosas de arriba, no las de la tierra” (Col 3, 2), de anunciar el poder de aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2, 9), de evitar el pecado que vuelve sombrío y opaco nuestro corazón.