El latín no vuelve incomprensible la misa, más bien nos pone en condiciones de una más amplia y profunda comprensión del misterio celebrado. Es el resumen de un interesante articulo de Corrado Gnerre que publico traducido al español.
¿Es incomprensible el Antiguo Rito de la Misa?
Te decimos cómo responder a los que piensan así
por Corrado Gnerre
Fuente: itresentieri.it
Cuando se
habla del Rito Antiguo de la Misa, la atención se dirige casi invariablemente a
la cuestión de la lengua, es decir, al latín. Tanto es así que este rito es
recordado por todos como la «Misa en latín».
En primer
lugar, hay que decir que esta cuestión de la lengua es algo secundario y no
primario. La diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Rito no está esencialmente
en el idioma, sino en algo más. Sin embargo, ya que tenemos que tratar esta
cuestión, es bueno que la entendamos de la manera más correcta posible.
Digamos de
inmediato que hay seis razones que justifican y legitiman el uso de la lengua
latina en la celebración de la misa.
La
primera razón es la universalidad
La primera
razón es la universalidad. La Iglesia Católica es universal. Los católicos
deben profesar la misma fe, deben reconocerse en la misma disciplina y también
deben reconocerse en la misma moral. Por tanto, lo más lógico es que la unidad
de la fe se corresponda con la unidad de la oración litúrgica. Pío XII en su Mediator
Dei escribe: «El uso de la lengua latina es un signo claro y noble de
unidad (nda: entre los católicos de todo el mundo, ya sean italianos o
alemanes, blancos o negros) y un antídoto eficaz contra cualquier corrupción
de la doctrina auténtica».
Juan XXIII
con la Veterum Sapientia del 22 de febrero de 1962 pidió no sólo
conservar el uso del latín, sino aumentarlo y restaurarlo. El documento
reconoce que la Iglesia tiene necesidad de una lengua propia, no nacional sino
universal, sagrada y no ordinaria, con un significado unívoco que no cambie con
el tiempo, para transmitir la misma doctrina: única, para su gobierno, y
sagrada, para su rito. La Iglesia, ontológicamente inmutable, no puede confiar
a la variación lingüística la transmisión de su Verdad.
Ningún otro
idioma en el mundo posee las características de universalidad del latín y es
tan ajeno a los nacionalismos. La masonería internacional, que siempre ha
tenido como objetivo la creación de una sociedad cosmopolita que hable un solo idioma
creó el esperanto y nunca pensó en usar el latín para este propósito, por odio
a la Iglesia.
El Génesis
nos recuerda que la división de las lenguas es consecuencia del pecado del
hombre. Los Apóstoles evangelizaron necesariamente en todas las lenguas, pero
el día de Pentecostés el Espíritu devolvió a todos a una comprensión unificada
de las lenguas. Por tanto, es lógico que la Iglesia de Dios se sirva de una
única lengua para todos.
Para
representar mejor el Misterio
La segunda
razón es representar mejor el Misterio. Para significar lo
extraordinario se requiere un lenguaje extraordinario. Una cosa es cómo se
habla con los amigos, y otra cómo se habla a los superiores. Cada registro
lingüístico está vinculado a una situación específica.
Dado que la
Misa es el misterio de la re-actualización del sacrificio de Cristo en
el Calvario, al asistir a Misa se trascienden las categorías de tiempo y
espacio. Se respira lo infinito, se está frente al Misterio, se escucha
lo inaudito, se observa lo inimaginable. Ahora bien, –digámoslo claramente– ¿puede todo esto ser significado
por un lenguaje que sea inmediatamente comprensible? De aquí que sea mucho más
natural que en la Misa se utilice un lenguaje no ordinario, porque lo que
sucede en la Misa no es en absoluto ordinario.
Para
salvaguardar la unicidad del Tiempo
La tercera
razón es salvaguardar la unicidad del Tiempo. Precisamente porque
la lengua latina es una lengua «muerta», es más adecuada para expresar verdades
dogmáticas que son verdades que no cambian.
Para
salvaguardar la unicidad del Espacio
La cuarta
razón es salvaguardar la singularidad del Espacio. Con el uso del latín
en todos los lugares de la tierra, la liturgia es perfectamente igual y así por
la incomprensibilidad de las palabras se convierte en comprensión del Rito.
Este es un punto sobre el que se reflexiona poco. Lo que puede parecer una
incomprensibilidad de las palabras se reemplaza por una comprensibilidad del
Rito, que se puede reconocer fácilmente en todos los lugares de la tierra.
¡Qué
paradoja! La Iglesia ha renunciado a su lengua justo cuando el avance de la
mundialización y de la globalización habrían exigido un gesto en sentido
contrario. Pensemos en el uso actual de la lengua inglesa, cuyo conocimiento se
ha vuelto de facto en algo decisivo para poder competir en el campo laboral.
Para
prefigurar la vida del Paraíso
La quinta
razón es prefigurar el Cielo. Hay quienes han dicho acertada y
sugestivamente que la Misa es «una ventana al Paraíso». Ahora bien,
preguntémonos: ¿cómo se comunican las almas en el Cielo? Respuesta: en la luz y
en el amor de Dios; no ciertamente a través de idiomas locales. No se trata de una
comunicación verbal en el sentido común del término, sino de una comunicación
universal en Dios. Pues bien, la liturgia es también una prefiguración de lo
que aún no es, pero será. Y si también es esto, ella (la liturgia) debe dejar
claro que en el Paraíso se hablará una única «lengua»: la del amor, efecto de
la visión beatífica de Dios.
Para
confirmar la Tradición
La sexta
razón es para confirmar la Tradición. El latín es la lengua de los
inicios de la Iglesia. Así como la Eucaristía no puede realizarse sino con el
pan y el vino, es decir, con lo que usó Jesús en la Última Cena, así también
tiene un significado muy preciso que el lenguaje de la liturgia católica sea el
lenguaje del principio y del centro de la Iglesia.
La lengua
latina, recuerda Juan XXIII siempre en la Veterum Sapientiae , fue
elegida por la Providencia como lengua de la Iglesia, llevada a todas partes
por las antiguas vías consulares. La unidad lingüística sigue siendo un modelo
y un ideal. En la predicación es necesario utilizar la lengua vernácula,
mientras que el rito y la liturgia exigen una única lengua sagrada.
La Misa
no es para entenderla… ¡es para vivirla!
La
liturgia no es una representación teatral, en la que cada palabra debe ser
escuchada y comprendida. La liturgia sirve para hacernos penetrar, a través de su
aparato de signos visibles, en las realidades divinas que en ella se celebran.
Por eso el sacerdote se quita su traje de diario y se reviste con los
ornamentos sagrados; por eso la celebración sigue un rito codificado; por eso
los cristianos se reúnen en un lugar especial diferente a todos los demás, que
es la iglesia.
La Misa no
debe entenderse, debe vivirse. O mejor dicho: hay que entenderla en relación
con lo que ocurre en ella, pero el enfoque no debe ser de tipo intelectual,
sino cordial, en el sentido literal del término de cor-cordis que
significa «corazón». Participar en la Misa es adhesión al Misterio.
El
significado de la actuosa participatio (participación activa) no está
tanto en comprender y responder, sino en el compartir y ofrecer. Con razón se
dice que el modelo del verdadero fiel que participa en la Misa es la
Inmaculada. Ella, al pie de la Cruz, no hablaba: compartía y ofrecía.
Y luego seamos realistas: hubo un tiempo en que la gente no entendía las palabras de
la Misa, pero sabían muy bien lo que era la Misa; hoy todos entienden las
palabras de la Misa (siempre y cuando no se distraigan... y muchas veces la
banalización distrae más fácilmente), pero pocos saben qué cosa es la Misa.
Bastaría preguntar a muchos jóvenes no «lejanos», sino practicantes y
rezadores, para comprobar cuán pocos saben hoy lo que es realmente la Misa.
Ciertamente
la parte instructiva de la Misa (lecturas, homilía, etc.…) debe ser entendida y
entonces va bien el idioma nacional, pero no para el Canon. Paradójicamente, si
se quiere comprender el canon, es decir, la grandeza y lo inimaginable de lo
que acontece en el Calvario, se necesita una lengua que esté fuera del tiempo
y del espacio, que exprese mejor el sentido del misterio.
El entonces
cardenal Ratzinger, futuro Benedicto XVI, escribió en su libro La sal de la
tierra. Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio: «En nuestra
liturgia hay una tendencia que a mí me parece equivocada, y que consiste en la
“inculturación” de la liturgia que se quiere introducir en el mundo moderno:
“tiene que ser más breve; tiene que desaparecer lo que parezca ininteligible;
convendría transcribirlo todo a un lenguaje más popular”. Con todo eso, se está
entendiendo mal el verdadero sentido y lo fundamental de la esencia de la
liturgia y de las fiestas litúrgicas. Porque en liturgia no hay que entender
las cosas en forma racional, se entienden de múltiples formas, todas ellas con
significado propio, e incorporándolas a una fiesta, que no es inventada por una
comisión, sino que existe desde hace siglos muy lejanos, desde la eternidad» (Aunque
el texto italiano es expresivamente más rico, copio la traducción oficial publicada
en español. Ed. Palabra 1997, p. 186).
Por último,
si la «Misa en latín» fuera realmente tan selectiva, cabría preguntarse: ¿cómo
entonces ha producido a lo largo de los siglos tantos frutos de santidad no
solo entre los cultos, sino también y sobre todo entre los más sencillos?