Siempre
me ha gustado ver la misa antigua –hoy forma extraordinaria del Rito Romano-
como una preciosa corona en la que la fe y la piedad de generaciones de
cristianos fueron engarzando a lo largo de los siglos innumerables piedras
preciosas: ritos sublimes, oraciones, gestos, reverencias, etc. Por lo mismo, si
hay algo que me resulta difícil comprender es la excesiva frialdad con que esta
joya fue tratada y manipulada por los reformadores litúrgicos, a sabiendas de
que hasta la más pequeña de sus piezas encerraba un cúmulo de tradición y de historia,
de espiritualidad y de fe, de amor y de respeto. En este sentido, la reforma
litúrgica en general no estuvo exenta de cierta barbarie, gravada además por el
despotismo con que se impusieron los nuevos ritos. En este punto el sentir
litúrgico del Papa Ratzinger se distancia notablemente del sentir del Papa
Montini. Tracey Rowland, prestigiosa docente de filosofía y teología y gran
conocedora del pensamiento de Benedicto XVI, ha escrito al respecto:
“Ratzinger se ha cuidado
mucho de decir que su predecesor (se refiere a Pablo VI) cometiera un grave
error pastoral al intentar suprimir lo que popularmente se llama Misa Tridentina, pero ha estado muy cerca. En
su prefacio al libro de Reid señalaba que «un Papa no es un monarca absoluto
cuya voluntad es la ley, sino el guardián de una auténtica Tradición». Un Papa
no puede hacer lo que él quiera. Con respecto a la liturgia «su tarea es la de
un jardinero, no la de un técnico que construye máquinas y tira las viejas a la
chatarra».
Califica
también el siguiente número 1125 del Catecismo de la Iglesia Católica como «palabras
de oro»: “Por eso ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado a
voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso la suprema autoridad de la
Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud
del servicio de la fe y en el respeto religioso al misterio de la liturgia”.
Su
valoración general es que la reforma de la liturgia en algunas partes de la
Iglesia ha sido «culturalmente empobrecedora» y que el «gran dinamismo cósmico
de la liturgia ha perdido aliento y, así, su alcance ha sido peligrosamente
atenuado en muchos aspectos». Cree incluso que algunas liturgias contemporáneas
son formas de apostasía, análogas a la adoración del becerro de oro por los
hebreos”. (Tracey Rowland, La fe de
Ratzinger. Teología del Papa Benedicto XVI, Granada 2009. P. 228)
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