Emociona comprobar cómo Dios ha conquistado muchos corazones sirviéndose de los buenos libros; y la vida del joven Ignacio es también ejemplo de ello. Buenas y amenas lecturas en tiempos de convalecencia, poco a poco fueron
despertando en su alma un gusto y sed insaciables por las cosas de Dios,
que terminarán por convertirlo en un grandioso soldado de la gloria de Dios. Así se
lee en el Oficio de Lecturas de su fiesta:
“Ignacio
era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de
historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le
trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa
ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro
que tenía por título Flos sanctorum,
escritos en su lengua materna.
Con
la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las
cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que
había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de
las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.
Pero,
entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo
otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de
leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se
ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo:
¿Y
si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?
Y,
así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo,
hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo
tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión dé pensamientos duró
bastante tiempo.
Pero
había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le
producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la
realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando
pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo
entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo
dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se daba cuenta ni le daba
importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y comenzó a
admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras una
clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue
como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios”. (De los Hechos de san Ignacio recibidos por
Luis Gonçalves de Cámara de labios del mismo santo (Cap. 1, 5-9: Acta Sanctorum
Iulii 7, 1868, 647)
No hay comentarios:
Publicar un comentario