Recojo estas piadosas y profundas reflexiones del Beato J. H. Newman sobre la grandeza y sentido de la Santa Misa. ¡Cuánta riqueza en los graneros de la tradición de la Iglesia!
“Te adoro, Señor y Dios
mío, con el más profundo temor reverencial por tu pasión y crucifixión, en
sacrificio por nuestros pecados. Tú sufriste ciertamente dolores incomunicables
en tu alma sin pecado. Fuiste expuesto en tu cuerpo inocente a tormentos
ignominiosos, mezclados de dolor y vergüenza. Fuiste desnudado y fieramente
flagelado, vibrando tu sagrado cuerpo bajo el azote como los árboles bajo las
ráfagas de la tempestad. Así destrozado, fuiste, suspendido de la Cruz,
desvestido, un espectáculo para todos los que te veían temblar y morir. ¡Cuánto
implica todo esto, Dios Poderoso! ¡Qué profundidad vemos aquí que no podemos
penetrar! Mi Dios, sé bien que pudiste habernos salvado con tu Palabra, sin
sufrir tú mismo, pero elegiste adquirirnos al precio de tu sangre. Contemplo en
ti la víctima elevada sobre el Calvario, y sé y declaro solemnemente que esa
muerte tuya fue una expiación por los pecados del mundo entero. Creo y sé que
tú sólo pudiste haber ofrecido una expiación meritoria, porque era tu divina
naturaleza que otorgaba dignidad a tus sufrimientos. Antes que yo pereciera de
acuerdo a lo que merecía, tú fuiste clavado al Árbol y moriste”.
“Semejante sacrificio no
podía ser olvidado.
No iba a ser, no podía ser, un mero acontecimiento en la historia del mundo,
que fuera hecho y terminado, muerto excepto en sus oscuros efectos no
reconocidos. Si esa gran muerte fue lo que creemos que fue, lo que sabemos que
es, debe permanecer presente aunque ya pasó, debe ser un hecho establecido para
todos los tiempos. Nuestra propia reflexión cuidadosa sobre el mismo nos dice
esto, y entonces, cuando se nos cuenta que tú, Señor, aunque has ascendido a
la gloria, has renovado y perpetuado tu
sacrificio hasta el fin de todas las cosas, no sólo es la noticia más
conmovedora y gozosa porque da testimonio de un Señor y Salvador tan compasivo,
sino que lleva consigo el pleno asentimiento y simpatía de nuestra razón.
Aunque no hubiéramos podido ni siquiera atreveros a anticipar una doctrina tan
maravillosa, ahora que se nos comunica, adoramos su misma conveniencia a tus
perfecciones, así como su infinita compasión para nosotros. Sí, mi Señor,
aunque has dejado el mundo, eres ofrecido en la Misa diariamente, y, aunque no
puedes sufrir dolor y muerte, te haces sujeto de indignidad y limitación para
llevar hasta la plenitud tu misericordia hacia nosotros. Te humillas
diariamente, pues, siendo infinito, no puedes finalizar tu humillación mientras
existan aquellos por quienes te sometiste e ella. Por eso permaneces sacerdote
para siempre”.
Meditaciones y
Devociones,
Ed. Agape Libros, Buenos Aires 2007, p 303-305.
No hay comentarios:
Publicar un comentario