Mientras el pecado nos envejece, el sacramento de la confesión
nos hace perpetuamente jóvenes. Chesterton nos ha dejado su propio testimonio
al respecto:
«Ahora, cuando la gente me pregunta: “¿Por qué abrazó usted
la Iglesia de Roma?”, la respuesta fundamental es: “para librarme de mis
pecados”, pues no existe ninguna religión que ofrezca realmente ese perdón.
Cuando un católico se confiesa, vuelve realmente a entrar en el amanecer de su
propio nacimiento. En ese oscuro rincón y en ese breve ritual, Dios ha vuelto a
crearle a su propia imagen. Sus muchos años ya no pueden asustarle. Podrá estar
canoso y achacoso, pero solo tiene cinco minutos de edad».
(Gilbert K. Chesterton, en Ciudadano
Chesterton, Ed. Palabra 2011, p. 54. Selección de textos).
No hay comentarios:
Publicar un comentario