Con razón el nacimiento
del Salvador es comparado con el despuntar del sol naciente. La humanidad,
sumida desde la caída original en una prolongada y tenebrosa noche, mira por
fin al oriente y contempla los primeros rayos del Sol divino, y exulta con su
luz que jamás conocerá el ocaso.
* * *
Oh Oriente, esplendor de
la luz eterna y Sol de justicia, ven e ilumina a los que están sentados en las
tinieblas y en la sombra de la muerte (Antífona 21.XII).
«¡Oh Jesús, Sol divino,
vienes a sacarnos de la eterna noche: sé por siempre bendito! Mas, ¡cuánto
pruebas nuestra fe antes de brillar ante nuestra vista en todo tu esplendor!
¡Cómo te complaces en ocultar tus destellos hasta el momento señalado por tu
Padre celestial para que aparezcas en la plenitud de tu brillo! He aquí que vas
atravesando la Judea, y te acercas a Jerusalén; el viaje de María y de José
toca a su fin. Por el camino, una gran muchedumbre que llega de todas las
direcciones y para cumplir el edicto de empadronamiento, cada cual en su ciudad
de origen. Ninguno de todos esos hombres ha adivinado que estuvieras tan cerca
de ellos ¡oh divino Oriente! A María, tu Madre, la toman por una mujer más; a
lo sumo, reconocen la dignidad e incomparable modestia de tan augusta Reina,
sienten vagamente el rudo contraste que existe entre tan soberana majestad y un
exterior tan humilde, pero en seguida olvidan el feliz encuentro. Pues, si a la
Madre miran con tanta indiferencia ¿tienen acaso un solo pensamiento para el
hijo que lleva encerrado en su seno? Y sin embargo de eso, ese Hijo eres tú
mismo ¡oh Sol de justicia! Aumenta en nosotros la fe, y el amor. Si esos
hombres te amaran ¡oh libertador del género humano! te harías sentir de ellos;
tal vez no te verían sus ojos, pero al menos ardería su corazón dentro de su
pecho; suspirarían por ti, y con sus ansias y oraciones anticiparían el momento
de tu llegada. ¡Oh Jesús, que atraviesas el mundo creado por ti, sin forzar a
ninguna de tus criaturas! queremos acompañarte durante el resto de tu viaje;
queremos besar en la tierra las huellas benditas de la que te lleva en su seno;
no te abandonaremos hasta que contigo lleguemos a la afortunada Belén, a esa
casa del Pan, donde por fin te verán nuestros ojos ¡oh Esplendor eterno, Señor
y Dios nuestro!» (Ibid., p. 652).
O Oriens, canto y partitura: www.youtube.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario