“Convenía
que aquella que en el parto había conservado íntegra su virginidad, conservase
sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Convenía que aquella que
había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitara en la morada divina.
Convenía que la Esposa de Dios entrara en la casa celestial. Convenía que
aquella que había visto a su Hijo en la Cruz, recibiendo así en su corazón el
dolor de que había estado libre en el parto, lo contemplase sentado a la
diestra del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a
su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las
criaturas” (San Juan Damasceno, Homilia
II in dormitionem B.V. Mariæ, 14).
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