Breve reflexión de Benedicto XVI sobre el coloquio místico de san Agustín con su madre santa Mónica. “Instante feliz –recordará años más
tarde el santo de Hipona- en que nuestro espíritu subió tan alto, que llegamos,
aunque con rapidez a tocar con el pensamiento aquella sabiduría infinita que
eternamente subsiste sobre todas las cosas” (Confesiones, Libro IX, Cap. 10)
“También en las Confesiones, en el libro
IX, nuestro santo refiere una conversación con su madre, santa Mónica —cuya
memoria se celebra el próximo viernes, pasado mañana—. Es una escena muy
hermosa: él y su madre están en Ostia, en un albergue, y desde la ventana ven
el cielo y el mar, y trascienden cielo y mar, y por un momento tocan el corazón
de Dios en el silencio de las criaturas. Y aquí aparece una idea fundamental en
el camino hacia la Verdad: las criaturas deben callar para que reine el
silencio en el que Dios puede hablar. Esto es verdad siempre, también en
nuestro tiempo: a veces se tiene una especie de miedo al silencio, al
recogimiento, a pensar en los propios actos, en el sentido profundo de la
propia vida; a menudo se prefiere vivir sólo el momento fugaz, esperando
ilusoriamente que traiga felicidad duradera; se prefiere vivir, porque parece
más fácil, con superficialidad, sin pensar; se tiene miedo de buscar la Verdad,
o quizás se tiene miedo de que la Verdad nos encuentre, nos aferre y nos cambie
la vida, como le sucedió a san Agustín".
(BENEDICTO XVI, Audiencia General, Palacio Apostólico de Castelgandolfo,
Miércoles 25 de agosto de 2010)
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