«En el evangelio de este domingo (Mc 10, 46-52) leemos que, mientras el Señor pasa por las calles de Jericó, un ciego de nombre Bartimeo se dirige a él gritando con fuerte voz: "Hijo de David, ten compasión de mí". Esta oración toca el corazón de Cristo, que se detiene, lo manda llamar y lo cura. El momento decisivo fue el encuentro personal, directo, entre el Señor y aquel hombre que sufría. Se encuentran uno frente al otro: Dios, con su deseo de curar, y el hombre, con su deseo de ser curado. Dos libertades, dos voluntades convergentes: "¿Qué quieres que te haga?", le pregunta el Señor. "Que vea", responde el ciego. "Vete, tu fe te ha curado". Con estas palabras se realiza el milagro. Alegría de Dios, alegría del hombre.
Y Bartimeo, tras recobrar la vista -narra el evangelio- "lo sigue por el camino", es decir, se convierte en su discípulo y sube con el Maestro a Jerusalén para participar con él en el gran misterio de la salvación». (Benedicto XVI, Angelus 29 de octubre de 2006).
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