Presento traducido al español un sugerente artículo de Gregory DiPippo, aparecido en la página New Liturgical Movement hace un par de meses, sobre la idea litúrgica de participación activa en dos conversos ingleses: Evelyn Waugh y Edward Caswall. De su lectura me gustaría destacar ahora que “participación activa” no es lo mismo que “participación dirigida” o “participación controlada” que quizá sea lo que hoy más se observa en nuestras iglesias. Hay que reconocer que la misa tradicional, con su silencio y con su lengua, crea mayores espacios participativos al facilitar una libre y profunda actividad del espíritu; en ella, el alma está a sus anchas; como pez en el agua se mueve con agilidad de un lado a otro, contempla e interioriza en paz lo que la liturgia le ofrece, libre de códigos participativos impuestos que suelen conducir al tedio. Como bien dice DiPippo, es hora de superar la idea absurda de que la “participación activa” es incompatible con el rito romano antiguo o que éste sea incompatible con la iglesia posconciliar.
Dos conversos ingleses escriben
Texto original: www.newliturgicalmovement.org
A pesar de sus evidentes defectos, las redes sociales también ofrecen muchas ventajas, y hoy me han hecho un buen servicio al llamar mi atención sobre dos interesantes observaciones sobre el tema de la participación activa, ambas hechas por ingleses conversos al catolicismo.
La primera, a través del blog de Joseph Shaw (ver aquí), presidente de la Latin Mass Society de Inglaterra y Gales, procede de una carta publicada en un día como hoy, exactamente hace 60 años, en el Catholic Herald por el gran novelista Evelyn Waugh, que por entonces tenía 60 años y se había convertido al catolicismo 30 años antes. En agosto de 1964, solo dos de los dieciséis documentos del Vaticano II habían sido promulgados, Sacrosanctum Concilium e Inter mirifica, y eso apenas ocho meses antes. (Otros tres llegarían en noviembre). Sin embargo, como señala Waugh, la gente ya aclamaba con éxtasis (y, como se vería después, con fatuidad) no sólo la llegada de una época de «renovación explosiva» y «dinamismo manifiesto del Espíritu Santo», sino la victoria de un autoproclamado «progresismo» sobre el «conservadurismo». (Optime ridet qui ultimus ridet... El que ríe último, ríe mejor) Muy pocos, y quizá ninguno desde Chesterton, supieron ver a través de la superficialidad de la cantinela de su época como Waugh, que no tardó en darse cuenta de que el llamamiento del Vaticano II a la «participación activa» ya se estaba desvirtuando en una confusión fatal entre actividad y logro, bajo la forma de la misa dialogada.
«‘Participar’ en la Misa no significa oír nuestras
propias voces. Significa más bien que Dios escucha nuestras voces. Solo Él sabe
quién 'participa' en la Misa. Creo, para comparar las cosas pequeñas con las
grandes, que ‘participo’ en una obra de arte cuando la estudio y la amo en
silencio. No hace falta gritar.
Cualquiera que haya participado en una obra de teatro sabe que puede despotricar en el escenario con la mente en otra parte. ... Ahora soy viejo, pero era joven cuando me recibieron en la Iglesia. No me atraía en absoluto el esplendor de sus grandes ceremonias, que los protestantes podían imitar muy bien. De los atractivos externos de la Iglesia, el que más me atraía era el espectáculo del sacerdote y su ayudante en la misa rezada, acercándose al altar sin mirar cuántos o cuán pocos eran sus fieles; un artesano y su aprendiz; un hombre con un trabajo que solo él estaba capacitado para realizar.
Esa es la Misa que he llegado a conocer y amar. Por
supuesto, dejemos que los agitadores tengan sus ‘diálogos’, pero que nosotros,
que valoramos el silencio, no seamos completamente olvidados».
Desgraciadamente, la sabiduría de esta observación no fue tenida en cuenta en medio del torbellino por disolver la Iglesia y rehacerla a semejanza del Hombre Moderno. Y pensar que de haber sido así, nos habríamos ahorrado la absurda insistencia, que en cierto modo aún nos atormenta, de que la participación activa es incompatible con el Rito Romano tradicional, y la insistencia igualmente absurda de que esto, a su vez, hace que el Rito tradicional sea incompatible con la Iglesia postconciliar.
Los peligros de esta confusión fueron identificados más de un siglo antes por un clérigo anglicano llamado Edward Caswall, al observar el grado comparativo de participación en los servicios anglicanos y católicos. (Gracias al reverendo Robin Ward, director de St Stephen's House, Oxford, in foro privato).
«La concepción anglicana de la oración en común es que
el clérigo debe recitar en voz alta un determinado orden de oraciones y cada
persona presente debe hacerlo simultáneamente en su mente, completando la
oración con un Amén. Por lo tanto, se espera que todas las inteligencias que
asisten a nuestro servicio religioso sigan el mismo proceso, los mismos pasos
mentales y el mismo curso de ideas. No se deja espacio para la oración ex
tempore ni para una adaptación por parte del individuo, y si sus pensamientos
divagan por un momento, cuesta recuperarse, ya que las oraciones se han estado
realizando con la regularidad de un ferrocarril o de una máquina. Esto a menudo
hace que las personas… se sientan descorazonadas…
Actualmente he observado que la visión católica romana
de la oración común es bastante diferente. Establecen ciertas demarcaciones
amplias para el culto público que se distinguen por el toque de campanillas y
las acciones del sacerdote. Luego se deja a cada uno según su capacidad y
seriedad, y según elija servirse de pequeños libros y aprender algunas
oraciones propias, cómo unirse a lo que está sucediendo. Por tanto... el uso
del latín realmente tiende en muchos aspectos a dar a la gran mayoría de la
congregación comodidad, libertad, facilidad y espontaneidad en la oración
pública. Y es muy cierto que una congregación católica romana participa en el
servicio público con una identificación más completa que una inglesa, es decir,
tan cierto como puedo juzgar por lo que veo. Es maravilloso poder decirlo:
nosotros con un servicio en inglés estamos apáticos y desanimados; ellos con un
servicio en latín dan todas las señales de comprender lo que cada uno hace
hasta donde es posible, y no manifiestan ninguna desgana».
***
Nacido en 1814, Caswall estudió en el
Brasenose College de Oxford y fue ordenado sacerdote anglicano en 1839. Muy
influenciado por el Movimiento de Oxford y por John Henry Newman, se convirtió
al catolicismo en 1847, y es justo preguntarse si su observación anterior no
está condicionada por cierta desilusión con la Iglesia Anglicana, un
sentimiento que compartían muchos en ese momento. Después de la muerte
repentina de su esposa en 1849, ingresó en el Oratorio de Birmingham en 1850;
fue ordenado sacerdote dos años después y murió en 1878.
El Padre Caswall era extremadamente hábil para traducir el latín en un buen inglés poético, y he utilizado a menudo sus traducciones en artículos sobre himnos. Muchos de ellos también están incorporados en la traducción monumental del Breviario romano por el Marqués de Bute.
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