Santísima Trinidad de Antonio de Pereda
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«Dios, bien sumo e infinito, se basta a sí mismo; en el
conocimiento y amor de sí encuentra toda su felicidad. Siendo el ser
infinitamente perfecto, el conocimiento y el amor son en El esencialmente
fecundos, y de esta fecundidad brota el misterio de su vida íntima, el misterio
trinitario. El Padre desde toda la eternidad se conoce perfectamente a sí mismo
y, conociéndose, engendra al Verbo, Idea substancial, en el cual el Padre
expresa y al cual comunica toda su esencia, divinidad y bondad infinita. El
Verbo es así “el resplandor de la gloria e imagen de la sustancia” del Padre (Heb
1, 3); pero resplandor e imagen sustancial, porque tiene en sí la misma
naturaleza y las mismas perfecciones del Padre. Desde toda la eternidad el
Padre y el Hijo se contemplan mutuamente y se aman infinitamente por la
infinita indivisible perfección que ambos poseen; amándose, sintiéndose
atraídos el uno al otro, el uno al otro se entregan, volcando toda su naturaleza
y esencia divina en una tercera persona, el Espíritu Santo, que es el término,
la prenda y el don sustancial de su mutuo amor. Así la misma naturaleza y vida
divina circula del Padre al Hijo, y del Padre y del Hijo se vuelca en el
Espíritu Santo. De este modo la Trinidad se nos presenta como el misterio de la
vida íntima de Dios, misterio que brota de aquellas operaciones perfectísimas
de conocimiento y amor con que El se conoce y se ama a sí mismo.
El misterio trinitario, mejor que ningún otro, nos muestra
que nuestro Dios es el Dios vivo, que su vida es esencialmente fecunda,
tan fecunda que el Padre puede comunicar al Hijo toda su naturaleza y esencia
divina, y el Padre y el Hijo pueden comunicarla al Espíritu, sin quedar
privados de ella, sino poseyéndola todos tres con la misma perfección infinita.
La Trinidad, mejor que ningún otro misterio, nos revela la perfección de la
bondad de Dios. Ósea, nos dice que Dios es bueno, no solo porque es el bien
infinito, sino también porque comunica todo este su bien: del Padre al Hijo,
del Padre y el Hijo al Espíritu Santo. Mientras que en la obras que Dios
realiza fuera de sí derrama solo parcialmente su bien, en el seno de la
Trinidad lo comunica integralmente, necesariamente, de tal modo que su vida
íntima consiste precisamente en esta eterna, necesaria y absoluta comunicación
de todo bien, de todo su ser. El misterio trinitario nos permite así intuir que
en Dios hay un océano ilimitado e inagotable de bondad, de amor, de fecundidad
y de vida; preciosa intuición porque, mejor que cualquier otra, es capaz de
desarrollar en nosotros el sentimiento de la infinita grandeza de Dios». (Gabriel
de S. M. Madalena O.C.D., Intimidad divina, Ed. El Monte Carmelo, Burgos
1961, pp. 979-981).
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