Los auxilios que un grupo selecto de almas enamoradas prestaron a Cristo muerto para descenderlo de la Cruz y darle digna sepultura han inspirado páginas bellísimas en la literatura espiritual. He aquí algunas de ellas.
1. «Nicodemo y José de Arimatea —discípulos ocultos de Cristo— interceden por Él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio…, entonces dan la cara audacter (Mc XV, 43) …: ¡valentía heroica!
Yo subiré con ellos al pie de la Cruz,
me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor…, lo
desclavaré con mis desagravios y mortificaciones…, lo envolveré con el lienzo
nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde
nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!
Cuando todo el mundo os abandone y
desprecie…, ¡serviam!, os serviré, Señor». (San Josemaría Escrivá, Via
Crucis, XIV, 1)
* * *
2. «Después de esto considera cómo aquel mismo día por la tarde llegaron aquellos dos santos varones, José y Nicodemo que, arrimadas sus escaleras a la Cruz, descendieron en brazos el Cuerpo del Salvador. Como la Virgen vio que, acabada ya la tormenta de la pasión, llegaba a tierra el sagrado Cuerpo, aparéjase Ella para darle puerto seguro en sus pechos y recibirlo de los brazos de la Cruz en los suyos…
Pues cuando la Virgen le tuvo en sus brazos, ¿qué lengua podrá explicar lo que sintió? ¡Oh ángeles de la paz, llorad con esta Sagrada Virgen; llorad, cielos; llorad, estrellas del cielo, y todas las criaturas del mundo acompañad el llanto de María! Abrázase la Madre con el cuerpo despedazado, apriétalo fuertemente en sus pechos (para solo esto le quedaban fuerzas), mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tíñese la cara de la sacratísima Madre con la sangre del Hijo, y riégase la del Hijo con lágrimas de la Madre. ¡Oh dulce Madre! ¿Es ése, por ventura, vuestro dulcísimo Hijo? ¿Es ése el que concebiste con tanta gloria y pariste con tanta alegría? ¿Pues qué se hicieron vuestros gozos pasados? ¿Dónde se fueron vuestras alegrías antiguas? ¿Dónde está aquel espejo de hermosura en que os mirábades?
Lloraban todos los que presentes
estaban; lloraban aquellas santas mujeres, aquellos nobles varones; lloraba el
cielo y la tierra y todas las criaturas acompañaban las lágrimas de la Virgen».
(San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación, Madrid
1991, p. 99).
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3. «Tras de esto resta considerar con
cuánta devoción y compasión desclavarían aquellos santos varones el Sacratísimo
cuerpo de la Cruz, y con qué lágrimas y sentimiento lo recibiría en sus brazos
la afligidísima Madre, y cuáles serían allí las lágrimas del amado discípulo,
de la santa Magdalena y de las otras piadosas mujeres; cómo lo envolverían en
aquella sábana limpia y cubrirían su rostro con un sudario, y, finalmente, lo
llevarían en sus andas y lo depositarían en aquel huerto donde estaba el santo
sepulcro.
En el huerto se comenzó la Pasión de
Cristo, y en el huerto se acabó; y por este medio nos libró el Señor de la
culpa cometida en el huerto del Paraíso, y por ella, finalmente, nos lleva al
huerto del Cielo» (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Madrid
1990, p. 147).
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