Extracto de
la elogiosa carta‒prefacio de Benedicto XVI al libro El Dios
Trino del Cardenal Müller, fechada el día de San Ignacio de Loyola de 2017.
«C
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uando
yo asumí este cargo en 1981, el arzobispo Hamer –entonces secretario de la
congregación para la doctrina de la fe– me explicó que el prefecto no debía ser
necesariamente un teólogo, sino un hombre sabio que, al estar por encima de las
cuestiones teológicas, no formulara juicios propios de un especialista, sino que debía más bien
comprender qué había que hacer por la Iglesia en un momento determinado. La competencia
teológica debía concentrarse en el secretario, el que dirige la “consulta”, en
la asamblea de teólogos expertos que, juntos, dan un juicio científico correcto.
Pero, como en la política, la decisión final no pueden tomarla los expertos,
sino los sabios que, además de tener familiaridad con el lado técnico, conocen
toda la vida de una gran comunidad. Durante mis años de oficio intenté
responder a este estándar. Si lo conseguí, es algo que otros deberán juzgar.
En
los confusos tiempos que ahora vivimos, la convivencia entre el conocimiento
técnico y la sabiduría sobre lo que, en última instancia, es decisivo me parece
particularmente importante. Pienso, por ejemplo, que en la reforma litúrgica
algunas cosas hubieran sido distintas si no se hubiera dejado la última palabra
a los expertos, sino que hubiera habido más sabiduría al juzgar, lo que hubiera
reconocido los límites del simple hombre de estudios».
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