En
un precioso librito titulado El corazón
de Jesús al corazón del sacerdote, pensado como una serie de confidencias que
Jesús dirige a sus sacerdotes desde el ocultamiento de sus Sagrarios, el Beato
Manuel González (1877-1940), conocido como el Obispo del Sagrario abandonado,
nos ha dejado una extraordinaria explicación de la parábola evangélica del
grano de mostaza. Para el autor, con esta parábola Jesucristo nos ha querido
señalar la ley permanente que rige el desarrollo de su Reino: el engrandecimiento de lo chico, más aun,
de lo ínfimo. Un
texto para refrescar la esperanza de todo operario llamado a trabajar en la
viña del Señor en tiempos de deserción.
Semejante es el Reino de los cielos a un grano de mostaza.
Simili est regnum Caelorum grano sinapis
Simili est regnum Caelorum grano sinapis
(Mt., 13, 31)
¡Verdad, Sacerdote mío, que ante mi Cuna de Belén
se te viene a las mentes mi parábola del grano
de mostaza?
El misterio de lo chico
¡Era
tan chico todo aquello de Belén! ¡Un pesebre, una cuadra, unas pajas, la
oscuridad de la media noche, el frío del invierno, la ausencia de parientes,
amigos, vecinos, la inseguridad del después, la escasez de medios
materiales!...¡Mira que era chico todo aquello!
Pues ese era el grano de mostaza de este árbol
que se llama la Iglesia Católica.
Detén tu pensamiento unos instantes ante ese
milagro mío de engrandecimiento de los
chico.
Cuenta los minutos que han transcurrido desde
esas doce de la noche más buena y
cuenta, si puedes, las cosas buenas y grandes que, brotando de aquella Cuna-pesebre,
han visto desfilar esos minutos… Sangre de mártires, lágrimas de penitentes,
lirios de vírgenes, resplandores de genios, buriles de artistas, plumas de
sabios, espadas de vencedores, cetros de reyes, coronas de Sacerdotes, cruces
de resignados, palmas de héroes…
Después traspasa los umbrales de la vida
terrena, llega a las regiones en donde no se cuenta por minutos, ni por años,
ni por siglos, sino por eternidades, y en el Cielo te dirán que allá está el
granero de los frutos maduros del Árbol de Belén; en el Purgatorio, que ahí se
acelera la madurez de los que acá no la alcanzaron, y el Infierno, que en su fuego
eterno se queman los despojos del Árbol…
Y después de ese milagro perpetuo de
engrandecimiento de lo chico, ¡cuántos cada día!
Chico es el Sagrario donde vivo en cada pueblo.
¡Chico por lo pobre y por lo abandonado! ¡Chico por el espacio que ocupan las
especies tras de las que me oculto! ¡Chico por el trato tan esquivo y ruin que
me dan en muchos de ellos!
Y ¡lo que sale en cada minuto de esa Hostia
chiquita para sus vecinos buenos y malos, cariñosos y ariscos!
Cosa chica es un lágrima, una gota de sudor, una
moneda de cinco céntimos, una crucecita de un minuto, un suspiro… ¡Chico todo
eso, es verdad!
Pero si esa gota de lágrimas es la que asoma a
los ojos de una María que me visita en mis soledades del Sagrario; si esa gota
de sudor y esa palabra es del Sacerdote apóstol, quizás de gente que no quieren
oírle; si esa moneda es la limosna callada de la pobre viuda: si esa crucecita
es la Cruz de la abnegación anónima o la pena silenciosamente sufrida del
vencimiento interior de las almas en cruz, entonces ¡viene el milagro! ¡la
semillita mínima pasa a árbol grande.
Jesús, único
Engrandecedor
Sacerdote, que en tus visitas te lamentas tantas
veces de lo infructuoso de tus trabajos, de lo estéril de tu sacrificio por tu
pueblo, del desaliento de tu alma ante tanta deserción…
Sacerdote, que te cruzas de brazos o
que estás a punto de dejarlos caer porque no
puedes hacer nada. Cura, que no predicas los días de fiesta porque te oyen
pocos, que no das catecismo porque acuden pocos niños, que no te sientas en el
confesionario temprano porque no vienen penitentes, que dejas las obras de celo
emprendidas y no emprendes ninguna nueva porque ¡se consigue tan poco! ¿Has meditado en
mi parábola del grano de semilla? ¡Has
reparado en el milagro que tantas veces he hecho y que otras tantas estoy
dispuesto a repetir de hacer grande todo
lo chico que se siembre en MI campo?
¿Qué quisieras hacer cosas grandes y no puedes?
Y es verdad: lo grande solamente lo
hago Yo.
Tú haz lo tuyo
¿Cosas
chicas? Esas son las que te pido. Sacerdote mío, ¡a sembrar tu granito!, entre
muchos o entre pocos, con éxito pronto, tardío o nulo…!
Lo demás…Yo.
(Beato Manuel González, El corazón de Jesús al corazón del sacerdote, VIII)
(Beato Manuel González, El corazón de Jesús al corazón del sacerdote, VIII)
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