En
himnos y villancicos de navidad resuena un mismo eco: el eco de una invitación proclamada
en Belén: Venite in Bethleme! ¡Venid a
Belén! Venid a esta humilde aldea a contemplar con estupor el más grande
misterio acaecido sobre la tierra. “Venid, dirá Fray Luis de Granada, a ver
al Hijo de Dios, no en el seno del Padre, sino en los brazos de la Madre; no
entre los coros de los Ángeles, sino entre unos viles animales; no asentado a
la diestra de la Majestad en las alturas, sino reclinado en un pesebre de
bestias; no tronando ni relampagueando en el cielo, sino llorando y temblando
de frío en un establo” (Vida de Jesucristo,
Madrid 1990, p. 32).
Sí, venite, adoremus; venite, adoremus Dominum.
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