“¿Qué
sucede, pues, en la Misa cuando el sacerdote, habiendo tomado el pan y el vino,
repite las mismas palabras de Jesús?
Con
un doble milagro, asistido por la omnipotencia divina, la Eucaristía se
constituye como sacrifico de Cristo y
como sacramento de Cristo. El primer
milagro concierne al tiempo; el segundo al espacio. Por el primer milagro, en
el momento en que se pronuncian las palabras de la doble consagración del pan y
del vino, nos hacemos invisiblemente presentes al sacrifico cruento de la Cruz,
ofrecido de una vez por todas en Jerusalén para la salud del mundo: he ahí el
aspecto sacrificial de la Eucaristía. El segundo milagro es aquel por el que el
cuerpo glorioso de Cristo se hace presente en cada uno de nuestros altares, en
un lugar de nuestro espacio: he ahí el aspecto sacramental de la Eucaristía. Estos
dos milagros están tan estrechamente unidos, que se les puede considerar como
las dos caras de un único milagro”. (Charles Journet, La Eucaristía, Sacrificio y Sacramento de Cristo, México 1973, p.
25-26).
En el texto arriba citado, Charles Journet, Cardenal y teólogo insigne, explica que en la Misa, durante la Consagración, asistimos a un doble milagro en el que las leyes del tiempo y del espacio, por acción del poder de Dios, quedan en un misterioso suspenso. Es tan grandioso lo que ocurre en ese instante divino, que solo el estupor silencioso del alma y la quietud del cuerpo arrodillado merecen ser reconocidos como la verdadera y auténtica respuesta del creyente ante la presencia de tan grande misterio.
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