Creatividad
humana, liturgia que brota desde la base, son algunas expresiones acertadas
para señalar otro de los principios devastadores de la liturgia que Philip
Trower analiza en su libro Confusión y
Verdad. Aquí nos topamos con una “influencia del subjetivismo filosófico
combinada con las ideas políticas democráticas”, dice el autor. Según este principio, “la
liturgia no es algo que recibimos de Dios a través de la Iglesia, sino que debe
ser una expresión de la experiencia popular y de la creatividad humana. Todas
las parroquias o comunidades deben, por tanto, hacer su propia liturgia. El
cardenal Ratzinger ya había previsto esto como una de las consecuencias de una
reforma conducida fundamentalmente por expertos. Al introducir una ‘brecha en
la historia de la liturgia’, se creó la impresión de que la liturgia no es ‛algo
dado con antelación’, sino ‘algo creado’, que consecuentemente depende de
nuestro poder de decisión. De esto se deduce que ‘al final, todas y cada una de
las comunidades deben proporcionarse a sí mismas sus propias liturgias”
(p. 715). Si bien una liturgia abandonada al arbitrio de la comunidad
podría vanagloriarse de aires democráticos, en última instancia, una “liturgia
creada por la comunidad local, significa una liturgia planeada por las figuras
dominantes del grupo parroquial”, añade Tower con fuerte sentido común (p.
716). Algunos quizás se sientan aliviados del rigor y precisión de las viejas rúbricas,
pero no tendrán más remedio que someterse a la nueva y poderosa “rúbrica” que aparece
entonces: el diseño artificial de un animador litúrgico o el capricho del
celebrante de turno. Y no es raro que ese mismo pueblo al que se le atribuyó un
papel litúrgico tan protagónico, termine siendo tratado con los modos más sorprendentemente
infantiles que cabe imaginar.
Esta idea litúrgica encontró un buen aliado en la
teología de la liberación y ha marcado durante décadas el decadente ambiente
litúrgico latinoamericano. La liturgia debe ser del pueblo y para el pueblo.
Belleza, decoro, trascendencia, dignidad son conceptos vedados para una liturgia
fuertemente instrumentalizada por fines ideológicos. De este modo, se creó una
misa para el pueblo y, como era de esperar, el pueblo dejó de ir a misa.
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