La
presencia de Jesucristo en la Hostia Santa no es una presencia simbólica ni se
reduce a un mero sentimiento subjetivo. Es una presencia verdadera, real y
substancial, totalmente objetiva, oculta a la percepción de los sentidos, pero
cierta y patente a los ojos de la fe. Así nos lo enseña la Iglesia y lo ilustra
esta hermosa anécdota:
El
anciano San Alfonso María de Ligorio*, en los últimos años de su vida, no
pudiendo ya celebrar la santa Misa, se contentaba con recibir todos los días la
sagrada Comunión. Una vez, apenas había recibido la hostia, comenzó a gritar: “¿Qué es lo que me habéis dado? ¡No me
habéis dado a mi Jesús!” Quienes le acompañaban quedaron atónitos y
admirados de sus palabras, y mucho más de las lágrimas que derramaba el Santo.
Entonces fue interrogado el sacerdote que había celebrado la Misa, después de
la cual, le daban la Comunión con la partícula consagrada en la misma Misa; se
preguntó igualmente al que le había ayudado, y se llegó a saber que el pobre
celebrante, por distracción, omitió la consagración; del Memento de los vivos había pasado al de los difuntos, confundiendo
aquél con éste. Por eso, tenía razón el santo anciano para exclamar: “¿Qué es lo que me habéis dado? ¡No me
habéis dado a mi Jesús!” (cf.
Antonino de Castellammare, El alma
Eucarística, 1940, p. 435).
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*Obispo y Doctor de la
Iglesia (1696-1787). Fundador de la Congregación del Santísimo Redentor
(Redentoristas). Patrón de confesores y moralistas.
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