martes, 30 de septiembre de 2025

LA ASCESIS DE JERÓNIMO

San Jerónimo de Caravaggio

San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, hombre sabio y asceta admirable, se nos presenta como un auténtico maestro de vida cristiana. El mensaje que transmite a través de sus cartas se centra en un fuerte llamado a vivir las exigencias del seguimiento a Cristo cualquiera sea el estado de vida de cada uno. «No te basta despreciar las riquezas, si no sigues a Cristo: sigue a Cristo quien abandona el pecado y vive la virtud», nos dice en una de sus cartas (Cf. 68, 8-12). Jerónimo reclama un cristianismo convencido, consciente y generoso, y para ello indica los siguientes medios:

a) El estudio y la meditación de los libros sagrados, que son fuente de conocimiento para penetrar en el misterio cristiano, para vivificar el espíritu y prepararlo para el heroísmo. Es en los libros sagrados donde Dios habla al alma y le revela los secretos de la santidad: «oras y hablas al Esposo; lees y el Esposo te habla a ti» (Cartas, 22, 25).

b) La oración continua, que mantiene el contacto con Dios y reaviva la caridad.

c) El ayuno, que sirve para frenar los ímpetus de la naturaleza corrompida y robustecer el espíritu.

d) La Eucaristía, que nos proporciona seguridad y fortaleza en el camino: «Está siempre en peligro… quien se dispone a alcanzar la morada celeste sin el pan celestial» (In Matt 2, 15).


Fuente: Ermanno Ancilli, Diccionario de espiritualidad, Vol. II, Herder 1987, Voz Jerónimo, p. 371 y ss).


 

lunes, 29 de septiembre de 2025

ÁNGELES Y OBISPOS, UNA HOMILÍA SELECTA DE BENEDICTO XVI

De la homilía del Papa Benedicto XVI pronuncia el 29 de septiembre de 2007, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, durante la misa de consagración de seis nuevos obispos en la Basílica de San Pedro.

* * *

«Celebramos esta ordenación episcopal en la fiesta de los tres Arcángeles que la sagrada Escritura menciona por su propio nombre: Miguel, Gabriel y Rafael. Esto nos trae a la mente que en la Iglesia antigua, ya en el Apocalipsis, a los obispos se les llamaba "ángeles" de su Iglesia, expresando así una íntima correspondencia entre el ministerio del obispo y la misión del ángel.

A partir de la tarea del ángel se puede comprender el servicio del obispo. Pero ¿qué es un ángel? La sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia nos hacen descubrir dos aspectos. Por una parte, el ángel es una criatura que está en la presencia de Dios, orientada con todo su ser hacia Dios. Los tres nombres de los Arcángeles acaban con la palabra "El", que significa "Dios". Dios está inscrito en sus nombres, en su naturaleza.

Su verdadera naturaleza es estar en él y para él.

Precisamente así se explica también el segundo aspecto que caracteriza a los ángeles: son mensajeros de Dios. Llevan a Dios a los hombres, abren el cielo y así abren la tierra. Precisamente porque están en la presencia de Dios, pueden estar también muy cerca del hombre. En efecto, Dios es más íntimo a cada uno de nosotros de lo que somos nosotros mismos.

Los ángeles hablan al hombre de lo que constituye su verdadero ser, de lo que en su vida con mucha frecuencia está encubierto y sepultado. Lo invitan a volver a entrar en sí mismo, tocándolo de parte de Dios. En este sentido, también nosotros, los seres humanos, deberíamos convertirnos continuamente en ángeles los unos para los otros, ángeles que nos apartan de los caminos equivocados y nos orientan siempre de nuevo hacia Dios.

Cuando la Iglesia antigua llama a los obispos "ángeles" de su Iglesia, quiere decir precisamente que los obispos mismos deben ser hombres de Dios, deben vivir orientados hacia Dios. "Multum orat pro populo", "Ora mucho por el pueblo", dice el Breviario de la Iglesia a propósito de los obispos santos. El obispo debe ser un orante, uno que intercede por los hombres ante Dios. Cuanto más lo hace, tanto más comprende también a las personas que le han sido encomendadas y puede convertirse para ellas en un ángel, un mensajero de Dios, que les ayuda a encontrar su verdadera naturaleza, a encontrarse a sí mismas, y a vivir la idea que Dios tiene de ellas.

Todo esto resulta aún más claro si contemplamos las figuras de los tres Arcángeles cuya fiesta celebra hoy la Iglesia. Ante todo, san Miguel. En la sagrada Escritura lo encontramos sobre todo en el libro de Daniel, en la carta del apóstol san Judas Tadeo y en el Apocalipsis. En esos textos se ponen de manifiesto dos funciones de este Arcángel. Defiende la causa de la unicidad de Dios contra la presunción del dragón, de la "serpiente antigua", como dice san Juan. La serpiente intenta continuamente hacer creer a los hombres que Dios debe desaparecer, para que ellos puedan llegar a ser grandes; que Dios obstaculiza nuestra libertad y que por eso debemos desembarazarnos de él.

Pero el dragón no sólo acusa a Dios. El Apocalipsis lo llama también "el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa día y noche delante de nuestro Dios" (Ap 12, 10). Quien aparta a Dios, no hace grande al hombre, sino que le quita su dignidad. Entonces el hombre se transforma en un producto defectuoso de la evolución. Quien acusa a Dios, acusa también al hombre. La fe en Dios defiende al hombre en todas sus debilidades e insuficiencias: el esplendor de Dios brilla en cada persona.

El obispo, en cuanto hombre de Dios, tiene por misión hacer espacio a Dios en el mundo contra las negaciones y defender así la grandeza del hombre. Y ¿qué cosa más grande se podría decir y pensar sobre el hombre que el hecho de que Dios mismo se ha hecho hombre?

La otra función del arcángel Miguel, según la Escritura, es la de protector del pueblo de Dios (cf. Dn 10, 21; 12, 1). Queridos amigos, sed de verdad "ángeles custodios" de las Iglesias que se os encomendarán. Ayudad al pueblo de Dios, al que debéis preceder en su peregrinación, a encontrar la alegría en la fe y a aprender el discernimiento de espíritus: a acoger el bien y rechazar el mal, a seguir siendo y a ser cada vez más, en virtud de la esperanza de la fe, personas que aman en comunión con el Dios-Amor.

Al Arcángel Gabriel lo encontramos sobre todo en el magnífico relato del anuncio de la encarnación de Dios a María, como nos lo refiere san Lucas (cf. Lc 1, 26-38). Gabriel es el mensajero de la encarnación de Dios. Llama a la puerta de María y, a través de él, Dios mismo pide a María su "sí" a la propuesta de convertirse en la Madre del Redentor: de dar su carne humana al Verbo eterno de Dios, al Hijo de Dios.

En repetidas ocasiones el Señor llama a las puertas del corazón humano. En el Apocalipsis dice al "ángel" de la Iglesia de Laodicea y, a través de él, a los hombres de todos los tiempos: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). El Señor está a la puerta, a la puerta del mundo y a la puerta de cada corazón. Llama para que le permitamos entrar: la encarnación de Dios, su hacerse carne, debe continuar hasta el final de los tiempos.

Todos deben estar reunidos en Cristo en un solo cuerpo: esto nos lo dicen los grandes himnos sobre Cristo en la carta a los Efesios y en la carta a los Colosenses. Cristo llama. También hoy necesita personas que, por decirlo así, le ponen a disposición su carne, le proporcionan la materia del mundo y de su vida, contribuyendo así a la unificación entre Dios y el mundo, a la reconciliación del universo.

Queridos amigos, vosotros tenéis la misión de llamar en nombre de Cristo a los corazones de los hombres. Entrando vosotros mismos en unión con Cristo, podréis también asumir la función de Gabriel: llevar la llamada de Cristo a los hombres.

San Rafael se nos presenta, sobre todo en el libro de Tobías, como el ángel a quien está encomendada la misión de curar. Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, además de la tarea de anunciar el Evangelio, les encomienda siempre también la de curar. El buen samaritano, al recoger y curar a la persona herida que yacía a la vera del camino, se convierte sin palabras en un testigo del amor de Dios. Este hombre herido, necesitado de curación, somos todos nosotros. Anunciar el Evangelio significa ya de por sí curar, porque el hombre necesita sobre todo la verdad y el amor.

El libro de Tobías refiere dos tareas emblemáticas de curación que realiza el Arcángel Rafael. Cura la comunión perturbada entre el hombre y la mujer. Cura su amor. Expulsa los demonios que, siempre de nuevo, desgarran y destruyen su amor. Purifica el clima entre los dos y les da la capacidad de acogerse mutuamente para siempre. El relato de Tobías presenta esta curación con imágenes legendarias.

En el Nuevo Testamento, el orden del matrimonio, establecido en la creación y amenazado de muchas maneras por el pecado, es curado por el hecho de que Cristo lo acoge en su amor redentor. Cristo hace del matrimonio un sacramento: su amor, al subir por nosotros a la cruz, es la fuerza sanadora que, en todas las confusiones, capacita para la reconciliación, purifica el clima y cura las heridas.

Al sacerdote está confiada la misión de llevar a los hombres continuamente al encuentro de la fuerza reconciliadora del amor de Cristo. Debe ser el "ángel" sanador que les ayude a fundamentar su amor en el sacramento y a vivirlo con empeño siempre renovado a partir de él.

En segundo lugar, el libro de Tobías habla de la curación de la ceguera. Todos sabemos que hoy nos amenaza seriamente la ceguera con respecto a Dios. Hoy es muy grande el peligro de que, ante todo lo que sabemos sobre las cosas materiales y lo que con ellas podemos hacer, nos hagamos ciegos con respecto a la luz de Dios.

Curar esta ceguera mediante el mensaje de la fe y el testimonio del amor es el servicio de Rafael, encomendado cada día al sacerdote y de modo especial al obispo. Así, nos viene espontáneamente también el pensamiento del sacramento de la Reconciliación, del sacramento de la Penitencia, que, en el sentido más profundo de la palabra, es un sacramento de curación. En efecto, la verdadera herida del alma, el motivo de todas nuestras demás heridas es el pecado. Y sólo podemos ser curados, sólo podemos ser redimidos, si existe un perdón en virtud del poder de Dios, en virtud del poder del amor de Cristo.

"Permaneced en mi amor", nos dice hoy el Señor en el evangelio (Jn 15, 9). En el momento de la ordenación episcopal lo dice de modo particular a vosotros, queridos amigos. Permaneced en su amor. Permaneced en la amistad con él, llena del amor que él os regala de nuevo en este momento. Entonces vuestra vida dará fruto, un fruto que permanece (cf. Jn 15, 16). Todos oramos en este momento por vosotros, queridos hermanos, para que Dios os conceda este regalo. Amén.


 

martes, 23 de septiembre de 2025

LA ASTUCIA PREVISORA. REFLEXIÓN SOBRE LA PARÁBOLA DEL ADMINISTRADOR INFIEL

La «astucia previsora» en el manejo de los bienes y talentos que Dios nos concede en esta vida para alcanzar la eterna, es la lección más obvia que Jesús quiere transmitirnos con la parábola del administrador infiel o mayordomo astuto (Cf. Lc 16 1-13). San Agustín, y más recientemente el Papa Benedicto, han destacado esta enseñanza de la parábola. En ella se alaba la sagacidad del administrador infiel por su visión de futuro, en contraste con esa astucia diligente, sí, pero terrena y mezquina, del protagonista de la parábola del rico insensato (Cf. Lc 12, 13-21). En ambos relatos late la misma invitación del Maestro: «No alleguéis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los corroen y donde los ladrones horadan y roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni roban» (Mt 6, 19.20).

* * *

«¿Por qué propuso Jesucristo el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento; defraudó a su amo y sustrajo cosas, y no de las suyas. Además le hurtó a escondidas, le causó daños para prepararse un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, para que se avergüence el cristiano que carece de determinación al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento. En efecto, así continuó: Ved que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz. Cometen fraudes mirando por su futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? A aquella vida de la que tendría que salir cuando se lo mandasen. Él se preocupó por la vida que tiene un fin, y ¿no te preocupas tú por la eterna?». (San Agustín, Sermón 359, 10).

* * *

«También hoy, con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba (cf. Lc 16, 1-13), analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria:  habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: «El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido». (Benedicto XVI, Homilía, 23-09-2007.


 

martes, 16 de septiembre de 2025

CARDENAL SARAH Y LO ABSURDO DE PROHIBIR EL RITO ANTIGUO

«En la Iglesia todos los bautizados tienen ciudadanía, compartiendo su Credo y la moral consiguiente. A lo largo de los siglos la diversidad de ritos celebrativos del único sacrificio eucarístico nunca ha creado problemas para la autoridad, porque la unidad de la fe era clara. De hecho, creo que la variedad de ritos en el mundo católico es una gran riqueza. Un rito, además, no se compone en un escritorio, sino que es fruto de la estratificación y sedimentación teológico-cultual. Me pregunto si se puede “prohibir” un rito ultra milenario. Finalmente, si la liturgia es también una fuente para la teología, ¿cómo negar acceso a las “fuentes antiguas”? Sería como prohibir el estudio de San Agustín a cualquiera que desee reflexionar correctamente sobre la gracia o sobre la Trinidad».

Fuente: secretum-meum-mihi.blogspot.com


 

lunes, 15 de septiembre de 2025

EL MARTIRIO DE MARÍA SEGÚN SAN BERNARDO

Virgen Dolorosa. Escuela Quiteña siglo XVIII
Imagen: surdoc.cl

«El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará el alma.

En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante».

(San Bernardo, Sermón domingo infraoctava de la Asunción. Oficio de Lectura, 15 de septiembre, Nuestra Señora de los Dolores).


domingo, 14 de septiembre de 2025

miércoles, 10 de septiembre de 2025

EL «LÍBERA NOS» DE LA MISA TRADICIONAL

Otro momento hermoso del rito antiguo, bastante empobrecido en el misal de Pablo VI, es la oración del Líbera nos y los gestos que la acompañan.  El sacerdote la recita con la patena entre sus dedos; luego se persigna con ella, la besa y la desliza bajo la Hostia Sagrada. Cristo agradece ese beso de fe y amor, como agradeció todos los gestos de consuelo que le proporcionaron durante su pasión quienes le querían.
 

jueves, 4 de septiembre de 2025

¡UN PAPA PROSELITISTA! DEO GRATIAS!

En uno de sus discursos más notables en lo que va de pontificado, el Papa León XIV invitaba a un grupo de monaguillos franceses, reunidos en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a tener el valor de plantearse la posibilidad de la vocación sacerdotal, descubriendo semana a semana su belleza, la felicidad que comporta y su urgente necesidad para la Iglesia. Tras hablarles de Cristo, de su amor y entrega por nosotros y del maravilloso tesoro de la Eucaristía, el Papa León arrojaba su anzuelo de pescador, en perfecta continuidad con la misión confiada a Pedro por Jesús: en adelante vas a ser pescador de hombres (Lc 5, 10):

«También deseo que estéis atentos a la llamada que Jesús podría dirigiros a seguirle más de cerca en el sacerdocio. Me dirijo a vuestras conciencias jóvenes, entusiastas y generosas, y voy a deciros algo que debéis escuchar, aunque pueda inquietaros un poco: ¡la falta de sacerdotes en Francia y en el mundo es una gran desgracia! Una desgracia para la Iglesia. Que podáis, poco a poco, domingo tras domingo, descubrir la belleza, la felicidad y la necesidad de tal vocación. ¡Qué vida tan maravillosa la del sacerdote, que en el corazón de cada uno de sus días encuentra a Jesús de una manera tan excepcional y lo da al mundo!».

Fuente y discurso completo del Santo Padre: www.infocatolica.com