El sembrador al atardecer de Vincent
van Gogh
Extracto de la primera Audiencia general
del Papa León XIV en la que comentó la parábola evangélica del sembrador. (Plaza
de San Pedro, miércoles 21 de mayo de 2025).
* * *
«La parábola del sembrador habla
precisamente de la dinámica de la palabra de Dios y de los efectos que produce. De hecho, cada palabra del Evangelio es como una
semilla que se arroja al terreno de nuestra vida. Muchas veces Jesús utiliza la
imagen de la semilla, con diferentes significados. En el capítulo 13 del
Evangelio de Mateo, la parábola del sembrador introduce una serie de otras
pequeñas parábolas, algunas de las cuales hablan precisamente de lo que ocurre
en el terreno: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, el tesoro escondido
en el campo. ¿Qué es, entonces, este terreno? Es nuestro corazón, pero también
es el mundo, la comunidad, la Iglesia. La palabra de Dios, de hecho, fecunda y
provoca toda realidad.
Al principio, vemos a Jesús que sale
de su casa; una gran multitud se
reúne a su alrededor (cf. Mt 13, 1). Su palabra fascina y despierta la
curiosidad. Entre la gente hay, evidentemente, muchas situaciones diferentes.
La palabra de Jesús es para todos, pero actúa en cada uno de manera diferente.
Este contexto nos permite comprender mejor el sentido de la parábola.
Un sembrador, bastante original, sale
a sembrar, pero no se preocupa en donde cae la semilla. La arroja incluso donde es improbable que dé fruto: en
el camino, entre las piedras, entre los espinos. Esta actitud sorprende a los
oyentes y los lleva a preguntarse: ¿por qué?
Estamos acostumbrados a calcular las
cosas —y a veces es necesario—, ¡pero esto no vale en el amor! La forma en que este sembrador «derrochador» arroja la
semilla es una imagen de la forma en que Dios nos ama. Es cierto que el destino
de la semilla depende también de la forma en que la acoge el terreno y de la
situación en que se encuentra, pero ante todo, con esta parábola, Jesús nos
dice que Dios arroja la semilla de su palabra sobre todo tipo de terreno, es
decir, en cualquier situación en la que nos encontremos: a veces somos más
superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a
veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay
momentos en los que estamos disponibles y acogedores. Dios confía y espera que
tarde o temprano la semilla florezca. Él nos ama así: no espera a que seamos el
mejor terreno, siempre nos da generosamente su palabra. Quizás precisamente al
ver que Él confía en nosotros, nazca en nosotros el deseo de ser un terreno
mejor. Esta es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la
misericordia de Dios.
Al contar cómo la semilla da fruto,
Jesús también está hablando de su vida. Jesús
es la Palabra, es la Semilla. Y la semilla, para dar fruto, debe morir.
Entonces, esta parábola nos dice que Dios está dispuesto a «desperdiciarse» por
nosotros y que Jesús está dispuesto a morir para transformar nuestra vida.
Tengo en mente ese hermoso cuadro de
Van Gogh: El sembrador al
atardecer. Esa imagen del sembrador bajo el sol abrasador me habla
también del esfuerzo del campesino. Y me llama la atención que, detrás del
sembrador, Van Gogh haya representado el trigo ya maduro. Me parece una imagen
de esperanza: de una forma u otra, la semilla ha dado fruto. No sabemos muy
bien cómo, pero es así. En el centro de la escena, sin embargo, no está el
sembrador, que está a un lado, sino que todo el cuadro está dominado por la imagen
del sol, tal vez para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, aunque a
veces nos parezca ausente o lejano. Es el sol que calienta la tierra y hace
madurar la semilla. Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué situación de la vida
nos alcanza hoy la palabra de Dios? Pidamos al Señor la gracia de acoger
siempre esta semilla que es su palabra. Y si nos damos cuenta de que no somos
terreno fértil, no nos desanimemos, sino pidámosle que siga trabajando en
nosotros para convertirnos en terreno mejor».
Fuente: www.vatican.va