Murillo. La adoración de los
pastores.
Dice San Ireneo que «este es el
motivo por el cual el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre:
para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y recibiendo así la
filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios» (Adversus haereses, 3,
19, 1). En continuidad con esta antigua tradición patrística, el Beato Columba
Marmión nos recuerda que la gracia propia del misterio de la Navidad consiste en
el maravilloso intercambio que Dios ha establecido con su nacimiento en la tierra: asume nuestra condición humana para hacernos partícipes de su condición
divina.
* * *
«¿Cuál es, me preguntaréis, la gracia
íntima del misterio de la Navidad? ¿De qué gracia se trata, cuando quiere la
Iglesia con sumo interés que nos dispongamos a recibirla? ¿Qué fruto hemos de
sacar de la contemplación del Niño Dios?
En la primera misa, la de la medianoche,
nos lo indica nuestra madre la Iglesia. Hecha la ofrenda del pan y del vino que
dentro de breves momentos se convertirán, en virtud de las palabras de la
consagración, en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, resume sus anhelos y
votos en la siguiente oración: Dígnate, Señor, aceptar la oblación que te
presentamos en la solemnidad de este día, y haz que con tu gracia y mediante
este intercambio santo y sagrado reproduzcamos en nosotros la imagen de Aquel
que unió contigo nuestra naturaleza.
Pedimos, pues, la gracia de tener parte
en esta divinidad con la cual está unida nuestra humanidad. Hay como un
intercambio: Dios, al encarnarse, toma nuestra naturaleza humana, y a cambio
nos da una participación en su naturaleza divina.
Este pensamiento, tan conciso en su
forma, se halla expresado de modo más explícito en la secreta de la segunda
Misa: Haz, Señor, que nuestras ofrendas sean conformes con los misterios de
Navidad, que hoy celebramos, y así como el niño que acaba de nacer con
naturaleza humana resplandece también como Dios, del mismo modo esta sustancia
terrestre (a la que se une) nos comunique lo que hay en el Él de divino.
La gracia propia de la celebración del
misterio de este día consiste en hacernos partícipes de la Divinidad a la cual ha
quedado unida nuestra humanidad en la persona de Jesucristo, y recibir este
divino don por medio de esta misma Humanidad…
¡Oh comercio admirable!, cantaremos el
día de la octava, el Creador del género humano, vistiéndose de un
cuerpo animado, se dignó nacer de una Virgen, y presentándose en el mundo
como un hombre, nos ha hecho partícipes de su divinidad». (Dom Columba
Marmión, Jesucristo en sus Misterios, VII).