Dignas
de encomio resultan las palabras que Tomás Moro dirigió a sus jueces cuando
dictaron sentencia de muerte en su contra y le preguntaron si aún deseaba
añadir algo en su defensa. El santo mártir, como un gigante delante de frágiles
marionetas, comentó: "No más que lo siguiente: Como podemos
leer en los Hechos de los Apóstoles, Pablo estuvo presente en la muerte de San
Esteban y guardó la vestimenta de los que le apedreaban. A pesar de ello, ambos
son hoy en día santos en el cielo y serán allí amigos para siempre. Así, yo
espero -y rezaré de todo corazón por ello-, que, aunque me hayáis condenado
aquí en la tierra, nos encontraremos para nuestra eterna salvación en el
cielo". Santo Tomás Moro,
como es habitual en la historia de los mártires de la Iglesia, también se hizo
eco de la plegaria misericordiosa de su amado Maestro cuando pendía en la Cruz:
“Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
lunes, 22 de junio de 2015
viernes, 12 de junio de 2015
EL CONSUELO DE DIOS
Cor Iesu,
fons totius consolationis, miserere nobis. Corazón de
Jesús, fuente de toda consolación, ten piedad de nosotros.
Hoy,
solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, recojo esta reflexión de San Juan Pablo
II sobre una característica muy propia del Corazón de Cristo: ser fuente de
todo consuelo. En el Corazón Sacratísimo de Jesús el hombre, tantas veces
desgarrado y errante, encuentra el consuelo definitivo que lo llena de
esperanza y le descubre a Cristo como un amigo que nos ofrece una paz y compañía que solo Él puede dar.
“Dios,
Creador del cielo y de la tierra, es también "el Dios de toda consolación"
(2 Co 1,3; Rm 15,5)… En Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestro
hermano, el "Dios-que-consuela" se hizo presente entre nosotros. Así
lo indicó primeramente el justo Simeón, que tuvo la dicha de acoger entre sus
brazos al niño Jesús y de ver en El realizada la consolación de Israel"(Lc
2,25). Y, en toda la vida de Cristo, la predicación del Reino fue un ministerio
de consolación: anuncio de un alegre mensaje a los pobres, proclamación de
libertad a los oprimidos, de curación a los enfermos, de gracia y de salvación
a todos (Lc 4,16-211: Is 61,1-2). Del Corazón de Cristo brotó esta
tranquilizadora bienaventuranza: "Bienaventurados los que lloran, porque
ellos serán consolados" (Mt 5,5), así como la tranquilizadora invitación:
"Venid a mi todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré
descanso" (Mt 11,28). La consolación que provenía del Corazón de Cristo
era participación en el sufrimiento humano, voluntad de mitigar el ansia y
aliviar la tristeza, y signo concreto de amistad. En sus palabras y en sus
gestos de consolación se unían admirablemente la riqueza del sentimiento y la
eficacia de la acción. Cuando, cerca de la puerta de la ciudad de Naím, vio a
una viuda que acompañaba al sepulcro a su hijo único. Jesús compartió su dolor:
"Tuvo compasión de ella" (Lc 7,13), tocó el féretro, ordenó al joven
que se levantara y lo restituyó a su madre (Lc. 7,14-15).
El
Corazón del Salvador es también, más aún, principalmente "fuente de
consuelo" porque Cristo, juntamente con el Padre, dona el Espíritu
Consolador: "Yo pediré al Padre y os dará otro Consolador para que esté
con vosotros para siempre" (Jn 14,16: 14,25; 16,12): Espíritu de verdad y
de paz, de concordia y de suavidad de alivio y de consuelo: Espíritu que brota
de la Pascua de Cristo (Jn 19,28-34) y del evento de Pentecostés (Hch 2,1-13).
Toda
la vida de Cristo fue por ello un continuo ministerio de misericordia y de
consolación. La Iglesia, contemplando el Corazón de Cristo y las fuentes de gracia
y de consolación que de Él manan, ha expresado esta realidad estupenda con la
invocación: "Corazón de Cristo, fuente de todo consuelo, ten piedad de
nosotros" Esta invocación es recuerdo de la fuente de la que, a lo largo
de los siglos, la Iglesia ha recibido consolación y esperanza en la hora de la
prueba y de la persecución; es invitación a buscar en el Corazón de Cristo la
consolación verdadera, duradera y eficaz; es advertencia para que, tras haber
experimentado la consolación del Señor, nos convirtamos también nosotros en
convencidos y conmovidos portadores de ella, haciendo nuestra la experiencia
espiritual que hizo decir al Apóstol Pablo: el Señor "nos consuela en toda
tribulación nuestra para poder consolar a los que están en toda tribulación,
mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios" (2 Co
1,4). Pidamos a María, Consoladora de los afligidos, que, en los momentos
oscuros de tristeza y angustia, nos guíe a Jesús, su Hijo amado, "fuente
de todo consuelo”. (San
Juan Pablo II, 13 de agosto de 1989)