Al instituir la Sagrada
Eucaristía, “obró entonces Jesucristo como obraría un príncipe que está para
morir y ama entrañablemente a su esposa; entre sus joyas escogería la de más
subido precio, llamaría a la esposa y le diría: Voy a morir, amada mía, y para
que no te olvides de mí te dejo por recuerdo esta alhaja; cuando la mires, acuérdate
de mí y del amor que te he tenido”. San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión del Jesucristo, Madrid 1977, p. 135.
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